Por: Carlos Fernando Quintero Valencia
Siguiendo con esta incómoda labor, este
último artículo pretende presentar lo que considero fallas en cuanto a la
curaduría, la museografía y el montaje de las obras del tercer piso de la
colección del Museo La Tertulia. No abordaré el segundo piso por dos motivos.
El primero, para no cansarlos con esta perorata. El segundo, porque creo que
queda suficientemente ilustrado lo que quiero señalar.
Antes de comenzar, me parece importante y
relevante anotar lo que implicaría una curaduría y museografía serias, como
debería ser para el museo. Lo primero es que el museo es un patrimonio
invaluable para los caleños, vallecaucanos y colombianos (para no hablar de
América Latina). Allí se encuentran obras importantes que hacen parte o dan
testimonio no sólo del acontecer artístico de la región o el país, sino que
además nos plantean una evidencia de los que somos como cultura y sociedad. En
síntesis, y por este motivo nacen los museos, los museos son la respuesta o
aporte de las artes a la construcción de las identidades nacionales y regionales[1]. Eso es lo que en
definitiva está en juego. No sólo si la exposición quedó bonita o fea o si las
obras están bien puestas y con las normas técnicas. Esto sería muy formal.
La situación debe ir más allá. Ese más allá tiene
que ver con la curaduría, que es la que debe velar por la “buena salud” de las
obras. La curaduría debe plantear una lectura acorde con las piezas de la
colección, abordando problemas y contextos, permitiendo que se enriquezcan en
sus lecturas y discursos. Con la actual disposición, dudo mucho que eso suceda.
Primero porque la misma parece una propuesta taxonómica formal, a la manera de
gabinete de curiosidades del siglo XVII. Por ejemplo, en la primera sala del
tercer piso han sido acomodadas obras dispares y diversas, de artistas de
diferentes contextos e intereses plásticos y conceptuales, bajo el “tema” de El cuerpo. Así, los Hombres maíz de Pedro Alcántara Herrán está acompañada de Figura de Santiago Cárdenas, una
reproducción de una obra de Botero (creo que es un afiche; ya he visto varios),
Los suicidas del Sisga de Beatriz
González, Los narcisos de Oscar
Muñoz, Teresa la mujer mesa de
Hernando Tejada, una Histérica de
Felisa Burstyn, entre muchas más obras de insignes artistas. Y no es que piense
que alguna no valga la pena o no merezca ser exhibida. La cuestión es ¿qué tipo
de lecturas sobre las obras puede plantear tal aglomeración? ¿Cuáles son los
compromisos estéticos, artísticos y éticos, para no hablar de los políticos,
culturales y sociales, de los curadores? Lo mismo sucede con la sala que tiene
como “tema” Los animales o la de
esculturas. En fin, o las relaciones que se plantean entre las obras y las
salas son de una complejidad inaudita e indescifrable (sólo para eruditos) o se
cae en la más absoluta banalidad y formalidad[2]. Siendo esto último, ¡esto
sería la tapa de la olla! La primera…
Desde los griegos, y creo que hasta hoy,
existe una gran distinción o diferencia entre el tema o la forma y las ideas o
conceptos que encierran las obras. Es decir, y casi que citando desde
Aristóteles a Burke y, por qué no, hasta Danto, las obras no son importantes
por lo bonitas, o bien hechas, o porque tengan un tema en especial (su
formalidad) sino por lo que ellas implican, por lo que pueden inferir o
permitir descifrar, por sentidos que están más allá de su superficie. Si esto
aplica aún, ubicar por su forma o tema una colección es matar la riqueza
discursiva y poética de las obras, o sea acabar con la colección. Por eso, para
mí es inexplicable que se acomoden las obras por sus formas o técnicas.
Esto es tan inexplicable como que en una sala
metamos indiscriminadamente, obras de Giotto, Diego Rivera, Jean Michel
Basquiat bajo el tema-título de Grafitti… O a la Venus de Willendorf, con los esclavos de Miguel Ángel, con obras de
Naum Gabo y Anton Pevsner, el Circo
de Alexander Calder y la Bachué de
Rómulo Rozo, bajo el tema-título Tridimensional. Claro, las primeras pueden ser
consideradas grafittis y las segundas son tridimensionales, pero ¿qué aporta
esto a su lectura y contextualización?
Más inexplicable es, aún aceptando la
taxonomía formalista de la colección, es que ubiquen obras que no corresponden
al criterio simple. Hay un caso que me conmueve, seguro por lo inocente. En la
sala que corresponde a lo Abstracto, rodeada por el Enchape de Danilo Dueñas y las maravillosas obras de David Manzur y
Carlos Cruz Díez, se encuentra La caja de
cartón de Santiago Cárdenas… ¡Y aquí si entiendo menos! Pues la obra, por
sus características formales, la reproducción casi fidedigna de la parte
superior de una humilde caja de cartón, corresponde no a lo que comúnmente se
llama abstracción, sino más bien a la figuración hiperrealista, con la que
además se asocia este artista. ¿Será que la estructura geométrica de la pintura
confundió a los que pusieron allí? ¡Otra tapa para la olla!
Dejando de lado las consideraciones “curatoriales”,
la museografía genera también dudas. Por ejemplo, hay obras que se exhiben en
posiciones diferentes a como fueron vistas por primera vez. Es el caso de la
escultura en piedra y vidrio de Hugo Zapata, cuyo título es Geografía. Ahora se exhibe horizontal y
yo la recuerdo vertical. Así se evidencia en la revista Credencial del 10 de
mayo de 2012, cuando se hace la reseña de la re-apertura de la colección del
Museo La Tertulia, cuyo título es ¿Y
quién dijo que Cali es solo salsa? Como parte de esta publicación se
encuentra una imagen de la obra del artista antioqueño. La foto es de archivo,
estoy casi seguro, ya que la obra aparece ubicada de manera vertical, como se
exhibió originalmente, a principios de los años de 1990, en la sala alterna del
museo[3].
Sin embargo, esta puede ser una situación
menor, comparada con la disposición de las esculturas del maestro Édgar Negret.
Algo que se aprende en cualquier formación en artes medianamente aceptable, es
que las esculturas deben ser vistas por todos sus lados para ser apreciadas
adecuadamente. Más si estas fueron pensadas así[4]. Cuando usted vea obras de
Auguste Rodin, Alexander Calder, Henry Moore o Negret, o sea de escultores
modernistas, gire alrededor de ellas, mirándolas, y se dará cuenta de algo
extraordinario: ¡la escultura se mueve! Claro, si es que puede darles la
vuelta, lo que jamás va a suceder con la disposición en altarcito posmoderno
donde al condenado al estatismo las obras del maestro del Popayán. ¡Tapa pero
de olla pitadora!
Mejor no hablar de la posición y altura de
las obras bidimensionales, unas demasiado altas y otras muy bajas, lo que
impide ver sus detalles, cuando no fueron pensadas para estas alturas… Y sólo
mencionar que, hasta donde entiendo, los colores del Enchape de Dueñas están pensados para jugar con los colores
tradicionales de las paredes de los lugares de exhibición, donde la obra se
mimetiza o se funde (así sucedió con Enchape 16, ganadora del regional en
Bogotá, en la década de 1990). ¿Por qué entonces ponerla sobre una pared roja,
que la resalta y la enmarca? ¿Museografía o decoración de interiores? ¡Tapa,
tapa, tapa!
Finalmente, y para no cansarlos más, hay una
obra exhibida y que posiblemente esté semi-perdida. Me refiero a la de Carlos
Salas, que se encuentra en uno de los accesos. Esta obra es una pintura sobre
madera de la cual sobresalen otros fragmentos de madera, a la manera de
repisas. Originalmente, sobre estas repisas descansaban pequeñas pinturas
rectangulares, las cuáles invitaban a la posible y potencial interacción del
espectador, el cual, al moverlas o intercambiarlas, conformaría otra pintura,
al menos otra imagen. Pues las pinturas pequeñas, que dan sentido a la pieza en
general, no están, al menos exhibidas.
Sería muy extenso continuar y este ejercicio
ya lo creo más que suficiente e ilustrativo. En definitiva, todo parecería indicar
que hay muchas fallas en la exhibición de la colección de La Tertulia. Esto,
más allá de si se ven bien o mal, si se conservan de manera preventiva las
obras, implica el detrimento de la fortuna crítica de las mismas (su buen
nombre, por decirlo de manera coloquial), las relaciones variadas y diversas
con los diferentes públicos y, mucho más grave, la construcción de nuestro
territorio físico y mental, como cultura y sociedad. Lo que parece evidenciar
este cúmulo de situaciones, es la crisis institucional que atraviesa el museo.
Ojalá, y lo digo de corazón, el de alguien que creció con el museo, vengan
mejores tiempos para esta querida y necesaria institución.
[1] En especial, recomendaría el libro La création des identités nationales: Europe
XVIIIe – Xxe siècle, de Anne-Marie Thièse. A lo largo del texto la autora
presenta los aportes de las artes a estos procesos culturales y políticos.
[2] Esto me recuerda del artículo Disposición estética y competencia artística
de Pierre Bourdieu, donde en una parte del mismo se plantea la dificultad de la
lectura de los eruditos y, al mismo tiempo, de los no eruditos, casi planteando
un punto medio entre los dos.
[3]
La publicación se puede ver en http://www.revistacredencial.com/credencial/content/museo-la-tertulia-y-qui-n-dijo-que-cali-s-lo-es-salsa-web. Esta obra se encuentra en el
conjunto de obras que correspondería a la sección Abstracción. Debo anotar que
hace poco una funcionaria del museo me informó que la obra se ubicó de manera
horizontal con el visto bueno del maestro Zapata.
[4] No sucede lo mismo con las esculturas
de bulto de los retablos y los nichos de las iglesias, que fueron diseñadas
para ser vistas desde un solo punto y por lo cual, en muchos casos, no fueron
trabajadas en su totalidad.
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