Por: Carlos Fernando Quintero V.
Hace ocho meses partió de este mundo Pablo
Van Wong. Con su partida no sólo hemos perdido a un gran amigo, una gran
persona (de esas honestas, trabajadoras y comprometidas), un gran docente (dedicado
mil por ciento a sus estudiantes y sus clases) sino, y sobre todo, a un
excelente artista. Desde mi punto de vista, Pablo es la persona más talentosa
que he conocido y he conocido muchas. Tenía una manera muy especial de abordar
los materiales, de hacer con ellos lo que él quería, cosas inverosímiles, casi
que imposibles.
Alguna vez, después de la exposición Con qué objeto en Galería Jenny Vilá, a
mediados de los años de 1990, lo visité en su apartamento. En la charla que
teníamos surgió la necesidad de escribir o dibujar algo y Pablo fue a su
taller, para mí una sagrada habitación a la cual jamás me atreví a entrar, por
temor a perturbar las energías creativas del maestro. De allí trajo una gran
lata en la que guardaba con celo, orden y cuidado, como casi todo con Pablo, los
lápices y marcadores. Despreocupado sacó uno de la lata y comenzó a dibujar. Yo
puse atención no en lo que estaba él haciendo sino en la lata en cuestión.
Sobre su irregular e industrial superficie se veían unas marcas sutiles,
precisas, decididas. De pronto le pregunté a Pablo por el dibujo sobre la lata
y él, sin demostrar ningún interés, casi con desprecio, me dijo que ahí había
comenzado a experimentar con el motor tool, que luego lo utilizaría para alguna
de las obras de la exposición antes mencionada. ¡Yo no salía de mi asombro!
Había reproducido sobre esa superficie cilíndrica, marcada por surcos
continuos, un grabado oriental de autor para mi desconocido, con trazos firmes,
cuidado y minucia extremas, y precisión inaudita. Si mi memoria no me falla, la
reproducción era perfecta. Y él “sólo estaba experimentando”.
Ese manejo del material se ve en sus primeras
obras, como en Disolventes como sudor son
sus altos clamores, que se puede apreciar en la colección del Museo La
Tertulia de Cali. Esta obra, realizada cerca de 1991, es un ejemplo importante
de las primeras obras de Pablo y es una muestra clara y contundente del trabajo
minucioso y asombroso de este artista. Toda la obra está hecha en metal, con
unos elementos vegetales, las semillas que están como suspendidas en el centro
de la pieza. La característica especial de esta y las demás obras de este
momento productivo de Van Wong es la manipulación del metal como si se tratara
de un tejido o de un telar. Por lo general el metal se suelda o se perfora y
atornilla. Lo que sorprende es que Pablo, al parecer, prescindió de estos
procesos y construyó casi la totalidad de la obra tejiendo o cosiendo la malla
de metal y el fragmento de tinaja oxidada, con alambre dulce y con clavos.
Lo que también sorprende son las texturas y
sensaciones que logró en esta obra. Los clavos ubicados estratégicamente y en
conjunto, se convierten como una especie de superficie orgánica y aparentemente
suave y homogénea que casi invita a tocar, a acariciar. La sensación orgánica y
suave, que se opone a la frialdad y dureza tradicional del metal, se refuerza
por el óxido de los materiales, producto parte del paso del tiempo y la acción
de los elementos y parte de la acción del artista que los trató con ácidos.
Además, la oxidación recordaba a Pablo su Buenaventura natal. Se acordaba,
alguna me contó, de los cascos de los barcos avejentados, de los metales
herrumbrosos dejados a merced de la salinidad y del clima. Esas sensaciones y
emociones, que aún hoy se perciben en su obra, eran impregnadas en los
materiales en estas obras tempranas y las siguientes, por la manipulación que
hacía el artista de los materiales. Sólo lo podría comparar con la magia, con
la transmutación y transusbtanciación que propone Marcel Duchamp en su famosa
conferencia de los años de 1950.
Así, Pablo Van Wong sigue aquí, con nosotros.
Está en sus obras, materializado en sus materiales, en los gestos y
manipulaciones sutiles y claras, en lo sorprendente de sus piezas, como la que
podemos disfrutar en La Tertulia, las del Museo de Arte Moderno de Bogotá o las
que tenemos sus amigos o coleccionistas. A pesar de su ausencia física, de la
falta que nos puedan hacer sus comentarios cínicos o sabios, su aparente mal
genio (mecanismo de protección de su desarrollada sensibilidad), sus
cigarrillos y sus tintos, sus conversaciones extensas, tenemos, con sus obras,
Pablo por siempre.
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