domingo, 3 de noviembre de 2013

COMO SI SE TRATARA DE UNA PELÍCULA DE SERGIO CABRERA O UNA RUMBA DE SALSA EN BOGOTÁ

Por: Carlos Fernando Quintero

Los casi desaparecidos taurinos(por fortuna) tenían un dicho: Corrida de gran expectación, corrida de gran decepción. Lamentablemente, es el sabor que me queda después de visitar la exposición Protografías de Oscar Muñoz, en el Museo La Tertulia. ¡Tenaz! ¡Muy tenaz! Me duele en el alma. Quedé deprimido. Incluso he pensado en cerrar este espacio virtual, porque cabe la duda que sea muy bruto (favor no aplaudir) o demasiado godo y tradicional (la sospecha tiene que ver con el afiche de Godofredo Cínico Caspa que cuelga en mi oficina). En mi desesperanza en contemplado la idea de distanciarme definitivamente de las artes y dedicarme a otra de mis pasiones, como ser técnico de fútbol o al negocio inmobiliario (claro, como negociante y no como inversor, aún). De pronto haría mejores cosas o, al menos, molestaría menos.

Me duele mucho porque desde 1987 sigo las obras del artista. Eso fue antes de que incluso pensara en estudiar artes, si es que algún día lo pensé en serio. Mi primer contacto fue con las Cortinas de baño, en la desaparecida sala del Banco del Estado de Popayán. Yo pasaba por casualidad por allí y algo me hizo entrar a la sala. Cuál no fue mi sorpresa al ver las obras de Oscar. De primera mano me encantaron. Recuerdo que el montaje era impecable. Las cortinas cumplían con el efecto de generar lo que más adelante me dijeron era el continuo de espacio, con una representación entre icónica y fantasmal. Recuerdo que el efecto óptico me llevó a tratar de comprobar si de verdad había alguien desnudo, bañándose atrás. Claro, comprobé que era obra del artista, lo que me llenó de emoción y admiración. Por eso, cuando la vida me llevó a estudiar artes plásticas, entendí que se trataba de generar actos mágicos, que rompieran con verosímil y que fueran más allá de lo real.

Años después pude asistir a las exposiciones de Oscar en La Tertulia y una en Bellas Artes, donde todavía era maestro, nuestro maestro. Recuerdo sus estupendas obras, dibujos cargados de sensibilidad, emoción y fuerza, donde se recreaban baños, pisos, espejos de agua. Algo se alcanza a ver en la exposición. También vimos con fascinación los primeros Narcisos, obras inverosímiles, dibujos sobre el agua, lo impensable. Siempre, siempre, con Oscar Muñoz sabíamos que habría una grata sorpresa, una nueva lección, un riesgo salvado.

Por eso la decepción. La exposición curada y montada parece desangelada, con obras dispersas e inconexas y en, en muchos casos, con obras que se pierden en el espacio, no porque este sea muy grande sino por la falta de tensión, de escenificación, de relación entre las obras y el espectador. Por ejemplo, Ambulatorio, una obra que debe abarcar el espacio, generando la tensión entre ella y el espectador, casi que retando a este último a pisarla, ha sido ubicada como un tapete de bienvenida que todos pisan y nadie ve. Y las Cortinas (¡¡¡por favor!!! ¡¡¡¡Las Cortinas!!!!) han sido ubicadas como en una venta de cachivaches del centro, acabando con su encanto y con su magia, aquel que hizo sonrojar toda la jornada de la tarde de un colegio de monjas, el día de su inauguración. Hay que anotar que los primeros dibujos de la años 70 están en la misma sala de Ambulatorio, Los tiznados (en versión pequeña) de los 80, dibujos al carbón de los 90 (que están mal fechados en 1976, aun cuando abajo aparecen firmados en 1992, lo que ya no es raro en museo) y los proyectos fotográficos y de video del 2000 en adelante, se encuentran apiñados en la primera sala, como “versiones de ciudad”, pero la verdad resultan inconexos, además de dudosamente montados.

De ahí en más, el mal sabor me impidió seguir disfrutando de la exposición. Debo aclarar que no es culpa de Oscar Muñoz. Él sigue siendo un excelente artista, con excelentes obras (así no me gusten todas). Parece ser que hay un grave problema curatorial y museográfico, lo que ya se hace común en el museo, lamentablemente. Aquí la responsabilidad debe recaer en José Roca y María Wills o en las personas encargadas en el museo para esta exposición. Y la verdad, ¡no hay derecho! Esto mismo sucede con la colección, que también está pésimamente curada y montada. Los errores son enormes, desde obras puestas en sitios inadecuados como las esculturas de Edgar Negret o la Flor de Felisa Burstyn, que hasta un niño sabe que deben estar exentas para poder ser apreciadas por todos sus lados. La curaduría además presenta una visión estúpidamente taxonómica, que parece hacer carrera en la capital. Y hay olvidos que deben ser considerados con alevosía y ventaja, como la ausencia de José Horacio Martínez, ganador de numerosos premios nacionales y con presencia internacional, artista de vigencia inusitada (más de tres exposiciones al año, en promedio, en los últimos quince años, dentro y fuera del país, salones y bienales incluidas). Y hay más…

La verdad y desde mi paranoia cotidiana, esto parece ser un complot orquestado desde Bogotá, para acabar de terminar con lo poco o mucho bueno que hay en Cali. La víctima no es sólo Oscar Muñoz sino el público de Cali. Parece que los venidos de la capital piensan que somos estúpidos o tontos o se las dan de chistositos, por ser “provincia” o “tierra caliente”. Pues señoras y señores, sus trabajos curatoriales y museográficos dejan mucho que desear en esta caliente provincia. ¡Cojan juicio y seriedad! Aquí el público merece ver a uno de sus artistas históricos en mejores condiciones y con mejores luces. Así que me niego a pensar que esta exposición es el homenaje que Oscar merece. Yo espero más, lo justo en su dimensión de gran maestro.

En definitiva, hoy salí de La Tertulia como cuando salía de las películas de Sergio Cabrera. Recuerdo que cuando terminé de ver Ilona llega con la lluvia, declaré a Cabrera como un “mago del cine” porque logro convertir un buen libro en una mala película. También salí como cuando salía de las rumbas de salsa en Bogotá: Como que es la misma música que se baila, pero, la verdad, no ser rumbea; como que falta el tambor, el sabor y la temperatura de Cali.

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