Los casi desaparecidos taurinos(por fortuna) tenían
un dicho: Corrida de gran expectación, corrida de gran decepción.
Lamentablemente, es el sabor que me queda después de visitar la exposición Protografías de Oscar Muñoz, en el Museo
La Tertulia. ¡Tenaz! ¡Muy tenaz! Me duele en el alma. Quedé deprimido. Incluso
he pensado en cerrar este espacio virtual, porque cabe la duda que sea muy
bruto (favor no aplaudir) o demasiado godo y tradicional (la sospecha tiene que
ver con el afiche de Godofredo Cínico Caspa que cuelga en mi oficina). En mi
desesperanza en contemplado la idea de distanciarme definitivamente de las
artes y dedicarme a otra de mis pasiones, como ser técnico de fútbol o al
negocio inmobiliario (claro, como negociante y no como inversor, aún). De
pronto haría mejores cosas o, al menos, molestaría menos.
Me duele mucho porque desde 1987 sigo las
obras del artista. Eso fue antes de que incluso pensara en estudiar artes, si
es que algún día lo pensé en serio. Mi primer contacto fue con las Cortinas de baño, en la desaparecida sala
del Banco del Estado de Popayán. Yo pasaba por casualidad por allí y algo me
hizo entrar a la sala. Cuál no fue mi sorpresa al ver las obras de Oscar. De
primera mano me encantaron. Recuerdo que el montaje era impecable. Las cortinas
cumplían con el efecto de generar lo que más adelante me dijeron era el
continuo de espacio, con una representación entre icónica y fantasmal. Recuerdo
que el efecto óptico me llevó a tratar de comprobar si de verdad había alguien
desnudo, bañándose atrás. Claro, comprobé que era obra del artista, lo que me
llenó de emoción y admiración. Por eso, cuando la vida me llevó a estudiar
artes plásticas, entendí que se trataba de generar actos mágicos, que rompieran
con verosímil y que fueran más allá de lo real.
Años después pude asistir a las exposiciones
de Oscar en La Tertulia y una en Bellas Artes, donde todavía era maestro,
nuestro maestro. Recuerdo sus estupendas obras, dibujos cargados de
sensibilidad, emoción y fuerza, donde se recreaban baños, pisos, espejos de
agua. Algo se alcanza a ver en la exposición. También vimos con fascinación los
primeros Narcisos, obras
inverosímiles, dibujos sobre el agua, lo impensable. Siempre, siempre, con
Oscar Muñoz sabíamos que habría una grata sorpresa, una nueva lección, un
riesgo salvado.
Por eso la decepción. La exposición curada y
montada parece desangelada, con obras dispersas e inconexas y en, en muchos
casos, con obras que se pierden en el espacio, no porque este sea muy grande
sino por la falta de tensión, de escenificación, de relación entre las obras y
el espectador. Por ejemplo, Ambulatorio,
una obra que debe abarcar el espacio, generando la tensión entre ella y el
espectador, casi que retando a este último a pisarla, ha sido ubicada como un
tapete de bienvenida que todos pisan y nadie ve. Y las Cortinas (¡¡¡por favor!!! ¡¡¡¡Las
Cortinas!!!!) han sido ubicadas como en una venta de cachivaches del
centro, acabando con su encanto y con su magia, aquel que hizo sonrojar toda la
jornada de la tarde de un colegio de monjas, el día de su inauguración. Hay que
anotar que los primeros dibujos de la años 70 están en la misma sala de Ambulatorio, Los tiznados (en versión pequeña) de los 80, dibujos al carbón de
los 90 (que están mal fechados en 1976, aun cuando abajo aparecen firmados en
1992, lo que ya no es raro en museo) y los proyectos fotográficos y de video
del 2000 en adelante, se encuentran apiñados en la primera sala, como “versiones
de ciudad”, pero la verdad resultan inconexos, además de dudosamente montados.
De ahí en más, el mal sabor me impidió seguir
disfrutando de la exposición. Debo aclarar que no es culpa de Oscar Muñoz. Él
sigue siendo un excelente artista, con excelentes obras (así no me gusten
todas). Parece ser que hay un grave problema curatorial y museográfico, lo que
ya se hace común en el museo, lamentablemente. Aquí la responsabilidad debe
recaer en José Roca y María Wills o en las personas encargadas en el museo para
esta exposición. Y la verdad, ¡no hay derecho! Esto mismo sucede con la colección,
que también está pésimamente curada y montada. Los errores son enormes, desde
obras puestas en sitios inadecuados como las esculturas de Edgar Negret o la Flor de Felisa Burstyn, que hasta un
niño sabe que deben estar exentas para poder ser apreciadas por todos sus
lados. La curaduría además presenta una visión estúpidamente taxonómica, que
parece hacer carrera en la capital. Y hay olvidos que deben ser considerados
con alevosía y ventaja, como la ausencia de José Horacio Martínez, ganador de
numerosos premios nacionales y con presencia internacional, artista de vigencia inusitada
(más de tres exposiciones al año, en promedio, en los últimos quince años,
dentro y fuera del país, salones y bienales incluidas). Y hay más…
La verdad y desde mi paranoia cotidiana, esto
parece ser un complot orquestado desde Bogotá, para acabar de terminar con lo
poco o mucho bueno que hay en Cali. La víctima no es sólo Oscar Muñoz sino el
público de Cali. Parece que los venidos de la capital piensan que somos
estúpidos o tontos o se las dan de chistositos, por ser “provincia” o “tierra
caliente”. Pues señoras y señores, sus trabajos curatoriales y museográficos dejan
mucho que desear en esta caliente provincia. ¡Cojan juicio y seriedad! Aquí el
público merece ver a uno de sus artistas históricos en mejores condiciones y
con mejores luces. Así que me niego a pensar que esta exposición es el homenaje
que Oscar merece. Yo espero más, lo justo en su dimensión de gran maestro.
En definitiva, hoy salí de La Tertulia como
cuando salía de las películas de Sergio Cabrera. Recuerdo que cuando terminé de
ver Ilona llega con la lluvia,
declaré a Cabrera como un “mago del cine” porque logro convertir un buen libro
en una mala película. También salí como cuando salía de las rumbas de salsa en
Bogotá: Como que es la misma música que se baila, pero, la verdad, no ser
rumbea; como que falta el tambor, el sabor y la temperatura de Cali.
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