lunes, 25 de noviembre de 2013

¿GRAVES FALLAS EN LA COLECCIÓN DEL MUSEO DE ARTE LA TERTULIA? LAS TAPAS DE LAS OLLAS Y UNA OBRA SEMI-PERDIDA

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Siguiendo con esta incómoda labor, este último artículo pretende presentar lo que considero fallas en cuanto a la curaduría, la museografía y el montaje de las obras del tercer piso de la colección del Museo La Tertulia. No abordaré el segundo piso por dos motivos. El primero, para no cansarlos con esta perorata. El segundo, porque creo que queda suficientemente ilustrado lo que quiero señalar.

Antes de comenzar, me parece importante y relevante anotar lo que implicaría una curaduría y museografía serias, como debería ser para el museo. Lo primero es que el museo es un patrimonio invaluable para los caleños, vallecaucanos y colombianos (para no hablar de América Latina). Allí se encuentran obras importantes que hacen parte o dan testimonio no sólo del acontecer artístico de la región o el país, sino que además nos plantean una evidencia de los que somos como cultura y sociedad. En síntesis, y por este motivo nacen los museos, los museos son la respuesta o aporte de las artes a la construcción de las identidades nacionales y regionales[1]. Eso es lo que en definitiva está en juego. No sólo si la exposición quedó bonita o fea o si las obras están bien puestas y con las normas técnicas. Esto sería muy formal.



La situación debe ir más allá. Ese más allá tiene que ver con la curaduría, que es la que debe velar por la “buena salud” de las obras. La curaduría debe plantear una lectura acorde con las piezas de la colección, abordando problemas y contextos, permitiendo que se enriquezcan en sus lecturas y discursos. Con la actual disposición, dudo mucho que eso suceda. Primero porque la misma parece una propuesta taxonómica formal, a la manera de gabinete de curiosidades del siglo XVII. Por ejemplo, en la primera sala del tercer piso han sido acomodadas obras dispares y diversas, de artistas de diferentes contextos e intereses plásticos y conceptuales, bajo el “tema” de El cuerpo. Así, los Hombres maíz de Pedro Alcántara Herrán está acompañada de Figura de Santiago Cárdenas, una reproducción de una obra de Botero (creo que es un afiche; ya he visto varios), Los suicidas del Sisga de Beatriz González, Los narcisos de Oscar Muñoz, Teresa la mujer mesa de Hernando Tejada, una Histérica de Felisa Burstyn, entre muchas más obras de insignes artistas. Y no es que piense que alguna no valga la pena o no merezca ser exhibida. La cuestión es ¿qué tipo de lecturas sobre las obras puede plantear tal aglomeración? ¿Cuáles son los compromisos estéticos, artísticos y éticos, para no hablar de los políticos, culturales y sociales, de los curadores? Lo mismo sucede con la sala que tiene como “tema” Los animales o la de esculturas. En fin, o las relaciones que se plantean entre las obras y las salas son de una complejidad inaudita e indescifrable (sólo para eruditos) o se cae en la más absoluta banalidad y formalidad[2]. Siendo esto último, ¡esto sería la tapa de la olla! La primera…






Desde los griegos, y creo que hasta hoy, existe una gran distinción o diferencia entre el tema o la forma y las ideas o conceptos que encierran las obras. Es decir, y casi que citando desde Aristóteles a Burke y, por qué no, hasta Danto, las obras no son importantes por lo bonitas, o bien hechas, o porque tengan un tema en especial (su formalidad) sino por lo que ellas implican, por lo que pueden inferir o permitir descifrar, por sentidos que están más allá de su superficie. Si esto aplica aún, ubicar por su forma o tema una colección es matar la riqueza discursiva y poética de las obras, o sea acabar con la colección. Por eso, para mí es inexplicable que se acomoden las obras por sus formas o técnicas.

Esto es tan inexplicable como que en una sala metamos indiscriminadamente, obras de Giotto, Diego Rivera, Jean Michel Basquiat bajo el tema-título de Grafitti… O a la Venus de Willendorf, con los esclavos de Miguel Ángel, con obras de Naum Gabo y Anton Pevsner, el Circo de Alexander Calder y la Bachué de Rómulo Rozo, bajo el tema-título Tridimensional. Claro, las primeras pueden ser consideradas grafittis y las segundas son tridimensionales, pero ¿qué aporta esto a su lectura y contextualización?




Más inexplicable es, aún aceptando la taxonomía formalista de la colección, es que ubiquen obras que no corresponden al criterio simple. Hay un caso que me conmueve, seguro por lo inocente. En la sala que corresponde a lo Abstracto, rodeada por el Enchape de Danilo Dueñas y las maravillosas obras de David Manzur y Carlos Cruz Díez, se encuentra La caja de cartón de Santiago Cárdenas… ¡Y aquí si entiendo menos! Pues la obra, por sus características formales, la reproducción casi fidedigna de la parte superior de una humilde caja de cartón, corresponde no a lo que comúnmente se llama abstracción, sino más bien a la figuración hiperrealista, con la que además se asocia este artista. ¿Será que la estructura geométrica de la pintura confundió a los que pusieron allí? ¡Otra tapa para la olla!



Dejando de lado las consideraciones “curatoriales”, la museografía genera también dudas. Por ejemplo, hay obras que se exhiben en posiciones diferentes a como fueron vistas por primera vez. Es el caso de la escultura en piedra y vidrio de Hugo Zapata, cuyo título es Geografía. Ahora se exhibe horizontal y yo la recuerdo vertical. Así se evidencia en la revista Credencial del 10 de mayo de 2012, cuando se hace la reseña de la re-apertura de la colección del Museo La Tertulia, cuyo título es ¿Y quién dijo que Cali es solo salsa? Como parte de esta publicación se encuentra una imagen de la obra del artista antioqueño. La foto es de archivo, estoy casi seguro, ya que la obra aparece ubicada de manera vertical, como se exhibió originalmente, a principios de los años de 1990, en la sala alterna del museo[3].




Sin embargo, esta puede ser una situación menor, comparada con la disposición de las esculturas del maestro Édgar Negret. Algo que se aprende en cualquier formación en artes medianamente aceptable, es que las esculturas deben ser vistas por todos sus lados para ser apreciadas adecuadamente. Más si estas fueron pensadas así[4]. Cuando usted vea obras de Auguste Rodin, Alexander Calder, Henry Moore o Negret, o sea de escultores modernistas, gire alrededor de ellas, mirándolas, y se dará cuenta de algo extraordinario: ¡la escultura se mueve! Claro, si es que puede darles la vuelta, lo que jamás va a suceder con la disposición en altarcito posmoderno donde al condenado al estatismo las obras del maestro del Popayán. ¡Tapa pero de olla pitadora!

Mejor no hablar de la posición y altura de las obras bidimensionales, unas demasiado altas y otras muy bajas, lo que impide ver sus detalles, cuando no fueron pensadas para estas alturas… Y sólo mencionar que, hasta donde entiendo, los colores del Enchape de Dueñas están pensados para jugar con los colores tradicionales de las paredes de los lugares de exhibición, donde la obra se mimetiza o se funde (así sucedió con Enchape 16, ganadora del regional en Bogotá, en la década de 1990). ¿Por qué entonces ponerla sobre una pared roja, que la resalta y la enmarca? ¿Museografía o decoración de interiores? ¡Tapa, tapa, tapa!

Finalmente, y para no cansarlos más, hay una obra exhibida y que posiblemente esté semi-perdida. Me refiero a la de Carlos Salas, que se encuentra en uno de los accesos. Esta obra es una pintura sobre madera de la cual sobresalen otros fragmentos de madera, a la manera de repisas. Originalmente, sobre estas repisas descansaban pequeñas pinturas rectangulares, las cuáles invitaban a la posible y potencial interacción del espectador, el cual, al moverlas o intercambiarlas, conformaría otra pintura, al menos otra imagen. Pues las pinturas pequeñas, que dan sentido a la pieza en general, no están, al menos exhibidas.




Sería muy extenso continuar y este ejercicio ya lo creo más que suficiente e ilustrativo. En definitiva, todo parecería indicar que hay muchas fallas en la exhibición de la colección de La Tertulia. Esto, más allá de si se ven bien o mal, si se conservan de manera preventiva las obras, implica el detrimento de la fortuna crítica de las mismas (su buen nombre, por decirlo de manera coloquial), las relaciones variadas y diversas con los diferentes públicos y, mucho más grave, la construcción de nuestro territorio físico y mental, como cultura y sociedad. Lo que parece evidenciar este cúmulo de situaciones, es la crisis institucional que atraviesa el museo. Ojalá, y lo digo de corazón, el de alguien que creció con el museo, vengan mejores tiempos para esta querida y necesaria institución.



[1] En especial, recomendaría el libro La création des identités nationales: Europe XVIIIe – Xxe siècle, de Anne-Marie Thièse. A lo largo del texto la autora presenta los aportes de las artes a estos procesos culturales y políticos.
[2] Esto me recuerda del artículo Disposición estética y competencia artística de Pierre Bourdieu, donde en una parte del mismo se plantea la dificultad de la lectura de los eruditos y, al mismo tiempo, de los no eruditos, casi planteando un punto medio entre los dos.
[3] La publicación se  puede ver en http://www.revistacredencial.com/credencial/content/museo-la-tertulia-y-qui-n-dijo-que-cali-s-lo-es-salsa-web. Esta obra se encuentra en el conjunto de obras que correspondería a la sección Abstracción. Debo anotar que hace poco una funcionaria del museo me informó que la obra se ubicó de manera horizontal con el visto bueno del maestro Zapata.
[4] No sucede lo mismo con las esculturas de bulto de los retablos y los nichos de las iglesias, que fueron diseñadas para ser vistas desde un solo punto y por lo cual, en muchos casos, no fueron trabajadas en su totalidad.

lunes, 18 de noviembre de 2013

¿GRAVES FALLAS EN LA COLECCIÓN DEL MUSEO DE ARTE LA TERTULIA?: ¡COMO UNA BOFETADA!

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

En ese día aciago (el de mi primera visita a la nueva exhibición de la colección de La Tertulia), y cualquier otro día que he visitado las salas, me he sentido disgustado, indignado y hasta ofendido, al llegar al hall del ascensor del tercer piso. Incluso, cuando por algún motivo tengo que ir, trato de pasar rápidamente, sin mirar a los lados, por no entrar en un estado de enojo, muy cercano a la rabia, a la ira, a la furia.

No sé por qué, qué mente inocente o perturbada, ha tenido la oscura idea de condenar una de las obras emblemáticas y fundamentales del museo, a una esquina que corresponde más al tarro de la basura. La verdad ¡no entiendo! ¿Será acaso que los que hicieron el guión curatorial o la propuesta museográfica desconocen por completo la historia del museo y su colección? O, ¿será que algún daño les hizo la artista o se siente ofendidos por sus obras? Sigo sin entender.

Me refiero a la obra Flor, de Felisa Bursztyn, obra que originalmente se encontraba en el acceso exterior del museo y que dio la bienvenida a los visitantes de todos los tiempos, junto con la obra de Edgar Negret[1]


En Cali, ¡todos los que íbamos a La Tertulia de los buenos tiempos las recordamos con cariño y veneración! Tengo entendido que estas obras fueron hechas para el museo y encargadas a los artistas.

En el caso que ahora me ocupa y preocupa, Felisa Bursztyn fue y es una de las artistas colombianas más reconocidas de la segunda mitad del siglo XX[2], en parte por ser una de las primeras artistas en trabajar materiales de desecho, metálicos en su caso, y movimiento en sus esculturas, casi a la par o al mismo tiempo que artistas como Jean Tinguely o los Póvera italianos desarrollaban propuestas similares.

Por eso es inexplicable el mal trato, la pésima ubicación, el desconocimiento de una obra y una artista de la talla y la importancia de Flor y Felisa Bursztyn. En las fotos que siguen se ve no sólo lo mal ubicada que está la obra, sino cómo la silla del guía de exposiciones, que está justo en la pared del frente y que la ocupa por completo, tiene una mejor y digna posición. ¡Una bofetada a la historia, al museo, a Cali! ¡Una bofetada al sentido común y la inteligencia!


Claro, se dirá que por seguridad y preservación de la obra esta se colocó en el interior. Pero la seguridad y preservación de una obra no es sólo meterla en cualquier rincón, sin ningún tipo de contexto y orientación. La preservación y cuidado de una obra tiene que ver, sobre todo, con las lecturas y apreciaciones que genera. Y estoy seguro, que hay muchos mejores sitios en el museo para ponerla.








[1] La foto del Museo La tertulia, con el emplazamiento original y tradicional de la pieza en cuestión, está tomada de http://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Museo_La_Tertulia.jpg.
[2] Se puede evidenciar su importancia al ser entrevistada en 1976 por Gloria Valencia de Castaño, “primera dama” de la televisión colombian. http://www.youtube.com/watch?v=arx6kUjm8vg.

sábado, 16 de noviembre de 2013

¿GRAVES FALLAS EN LA COLECCIÓN DEL MUSEO DE ARTE LA TERTULIA? (PRIMERA PARTE)

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

A MANERA DE INTRODUCCIÓN Y ACLARACIÓN.

La verdad no es grato, al menos para mí, ir a exposiciones, eventos o instituciones de arte y tener que escribir sobre lo que no está bien, lo que falta, lo discutible o lo equivocado. Sería mucho mejor ir y escribir sobre lo bueno, lo completo, lo indiscutible y lo certero o cierto. Y sería mucho mejor, no sólo para mí, sino para los artistas, las instituciones, las obras y los públicos. Las artes tienen como cierto fin el goce estético, el cual, hasta donde mis entendederas alcanzan (aclaro que entendederas no son posaderas), se llega por placer o por displacer, o sea por contemplación de lo bello o por enfrentamiento con lo no bello. Pero el disgusto no lleva al goce (hasta donde entiendo). El disgusto sería lo contrario. Sería algo así como un “disgoce”.

Lamentablemente, me sucede muy frecuentemente lo contrario al goce. Puede ser que sea una circunstancia o situación personal. Me lo he preguntado. Pero la verdad, revisando los diferentes momentos de este disgusto creo que hay cosas que se caen por su propio peso y no hay prejuicios personales que medien. Por eso entonces, casi que como un deber civil, como ciudadano de las artes, como un espectador más, con cierto conocimiento de causa, me tomo la triste y difícil tarea de señalar estas circunstancias, con los únicos propósitos de generar algún en torno a estos fenómenos que considero anómalos y ver si de alguna manera se permean las rígidas estructuras y mentes institucionales y se enmendan de alguna manera las posibles (a veces muy evidentes) fallas.

En este caso, por ser más cercano, más frecuente y muy importante, el motivo de mi disgusto es la colección de Museo La Tertulia. Cercano, porque vivo en la misma ciudad. Frecuente, porque ya en más de una ocasión he tenido que dirigirme a algún funcionario o colaborador de la institución para señalar errores tan tontos y garrafales como que confundan un grabado de Ed Ruscha con una obra de Carlos Rojas, en la exposición de arte colombiano de la colección del Banco Popular o como en la actual exposición de Oscar Muñoz, cuando ponen en la ficha técnica (cédula de obra) una fecha que no corresponde (1976) , a una obra firmada y fechada por el artista (1992).

La importancia tiene que ver con el hecho que el Museo La Tertulia es la institución más importante de las artes del Sur occidente colombiano, por su historia, colección y reconocimiento social y cultural. Además, es el sitio donde generaciones de artistas y espectadores han tenido contacto directo con las obras, por lo cual se convierte en un instrumento indispensable para lo formación artística y estética de los actores del medio y campo de las artes. De ahí entonces la importancia del museo y sus exposiciones. Importancia que parece no es clara para la administración y los funcionarios primer nivel del museo y que se evidencia en los errores mencionados y en la actual disposición y presentación de la colección.

LA RE-APERTURA DE LA COLECCIÓN

Cuando en el 2012 se anunció la reapertura de la colección del Museo La Tertulia, luego de más de cinco años de inexplicable, inexcusable y triste cierre, me dio una gran alegría. Los museos, este y todos, son fundamentales para la constitución y fortalecimiento del medio, el campo y el sector de las artes, no sólo porque es un espacio de sano esparcimiento, sino porque a su derredor se construyen las alianzas entre artistas, públicos y obras. Para los primeros son fundamentales porque ahí se pueden evidenciar sus procesos creativos-investigativos y, además, pueden recibir una retroalimentación necesaria de los espectadores (no hay artista sin público). Estos últimos, además de formarse (no sólo informarse), pueden generar procesos de apreciación crítica, más allá del “me gusta - no me gusta”, construcción de nuevos saberes sensibles y cognitivos e incluso, la modificación de algunos comportamientos individuales y colectivos. Para las obras, el museo abierto es como el necesario oxígeno que les permite vivir eternamente. Nada mejor para una obra que ser vista, apreciada y discutida. Si no, mueren de soledad y olvido.

No pude asistir la noche de la inauguración, ya que me encontraba en otro compromiso igualmente importante (la inauguración de la primera exposición de la Galería R&M). Sin embargo, mi alegría y emoción fue creciendo en la medida en que llegaron conocidos y amigos con los mejores comentarios sobre la reapertura del museo y su colección. La felicidad colmó el ambiente. La inauguración de R&M se convirtió en una fiesta, en el momento que se auguraba un nuevo renacer de las artes en Cali.

Por ese motivo, y con la mejor disposición de ánimo, alegría y gran expectación, el fin de semana siguiente me dirigí a ver la colección. En la entrada se veía un ambiente agitado, inaudito para La Tertulia, al menos en muchos años. La gente entraba en cantidades significativas. Desde el acceso contemplé el nuevo ventanal, que corregía el pésimo diseño arquitectónico de la nueva sede, que sepultó en la inutilidad las paredes del costado izquierdo del edificio. Como siempre, y ojalá por siempre, la sonrisa de bienvenida de Luz Dary y el saludo respetuoso de Claudia. Todo presagiaba una fiesta de arte.

¡HORROR! ¡DECEPCIÓN!

Al entrar a la primera sala me encuentro con una serie de obras gráficas que pretendía hacer un reconocimiento de las bienales de artes gráficas de otros años. Gráficas de artistas de diferentes contextos, tendencias y épocas se encontraban colgados en las paredes, con la misma altura y sin ninguna distinción. Si mal no recuerdo, entre las gráficas había obras de Diego Rivera, el artista mexicano que dudo mucho haya venido a las bienales, ya que falleció en la década de 1950 y las primeras bienales son al menos 20 años después de su muerte. También se encontraba una gráfica de José Horacio Martínez, quien apenas era un párvulo cuando los magníficos eventos de otros tiempos se realizaron. En esta primera sala, las gráficas de diferentes artistas, de diferentes países, de diferentes contextos, con diferentes procedencias, con diferentes temas, ideas y conceptos, se alineaban sin que hubiera mayor relación que el hecho que son gráficas que pertenecen a la colección del museo. Entonces, ¿dónde está el rigor histórico, el riesgo conceptual, la apuesta curatorial? ¿Qué responsabilidad moral, ética, social y artística tiene un museo que muestra su colección como una acumulación de cosas, como si se tratara de un gabinete de curiosidades de hace tres o dos siglos?

Una mirada rápida puso en evidencia el problema fundamental, no sólo de esta sala, sino de toda la exhibición de la colección. Todo se aplanó, se generalizó, en un acto de estúpida taxonomía curatorial y museográfica, donde la técnica, el lugar común, el banal formalismo parecen ser la norma. Lo anterior se evidencia al leer los títulos o nombres de cada sala, sobre todo en los pisos superiores. En el segundo piso, las salas tienen como nombres Los objetos, El paisaje, Los espacios interiores, La ciudad. En el tercer piso descuellan títulos y temas como Los animales, El cuerpo, Las máquinas y La abstracción.[1] Si bien, a primera vista, suenan bien y atractivos, estos son tan amplios y ambiguos que puede caber de todo y se puede caer en una generalización que le disminuye e incluso suprime los sentidos diversos de las obras, lo cual es la esencia de estas. Mejor dicho, lo que han hecho, los curadores y museógrafos que “acomodaron” la colección de La Tertulia, es algo así como un intento de asesinato de las obras; una masacre artística, en donde hasta las más mínimas reglas de museografía y montaje se infringieron. Esto lo veremos en detalle, en una próxima entrega de Desde la Kverna.




[1] Se pueden ver los planos de la colección del Museo La Tertulia en su portal, http://museolatertulia.com/coleccion-permanente/

miércoles, 13 de noviembre de 2013

PABLO VAN WONG POR SIEMPRE

Por: Carlos Fernando Quintero V.

Hace ocho meses partió de este mundo Pablo Van Wong. Con su partida no sólo hemos perdido a un gran amigo, una gran persona (de esas honestas, trabajadoras y comprometidas), un gran docente (dedicado mil por ciento a sus estudiantes y sus clases) sino, y sobre todo, a un excelente artista. Desde mi punto de vista, Pablo es la persona más talentosa que he conocido y he conocido muchas. Tenía una manera muy especial de abordar los materiales, de hacer con ellos lo que él quería, cosas inverosímiles, casi que imposibles.

Alguna vez, después de la exposición Con qué objeto en Galería Jenny Vilá, a mediados de los años de 1990, lo visité en su apartamento. En la charla que teníamos surgió la necesidad de escribir o dibujar algo y Pablo fue a su taller, para mí una sagrada habitación a la cual jamás me atreví a entrar, por temor a perturbar las energías creativas del maestro. De allí trajo una gran lata en la que guardaba con celo, orden y cuidado, como casi todo con Pablo, los lápices y marcadores. Despreocupado sacó uno de la lata y comenzó a dibujar. Yo puse atención no en lo que estaba él haciendo sino en la lata en cuestión. Sobre su irregular e industrial superficie se veían unas marcas sutiles, precisas, decididas. De pronto le pregunté a Pablo por el dibujo sobre la lata y él, sin demostrar ningún interés, casi con desprecio, me dijo que ahí había comenzado a experimentar con el motor tool, que luego lo utilizaría para alguna de las obras de la exposición antes mencionada. ¡Yo no salía de mi asombro! Había reproducido sobre esa superficie cilíndrica, marcada por surcos continuos, un grabado oriental de autor para mi desconocido, con trazos firmes, cuidado y minucia extremas, y precisión inaudita. Si mi memoria no me falla, la reproducción era perfecta. Y él “sólo estaba experimentando”.

 
Ese manejo del material se ve en sus primeras obras, como en Disolventes como sudor son sus altos clamores, que se puede apreciar en la colección del Museo La Tertulia de Cali. Esta obra, realizada cerca de 1991, es un ejemplo importante de las primeras obras de Pablo y es una muestra clara y contundente del trabajo minucioso y asombroso de este artista. Toda la obra está hecha en metal, con unos elementos vegetales, las semillas que están como suspendidas en el centro de la pieza. La característica especial de esta y las demás obras de este momento productivo de Van Wong es la manipulación del metal como si se tratara de un tejido o de un telar. Por lo general el metal se suelda o se perfora y atornilla. Lo que sorprende es que Pablo, al parecer, prescindió de estos procesos y construyó casi la totalidad de la obra tejiendo o cosiendo la malla de metal y el fragmento de tinaja oxidada, con alambre dulce y con clavos.

 
Lo que también sorprende son las texturas y sensaciones que logró en esta obra. Los clavos ubicados estratégicamente y en conjunto, se convierten como una especie de superficie orgánica y aparentemente suave y homogénea que casi invita a tocar, a acariciar. La sensación orgánica y suave, que se opone a la frialdad y dureza tradicional del metal, se refuerza por el óxido de los materiales, producto parte del paso del tiempo y la acción de los elementos y parte de la acción del artista que los trató con ácidos. Además, la oxidación recordaba a Pablo su Buenaventura natal. Se acordaba, alguna me contó, de los cascos de los barcos avejentados, de los metales herrumbrosos dejados a merced de la salinidad y del clima. Esas sensaciones y emociones, que aún hoy se perciben en su obra, eran impregnadas en los materiales en estas obras tempranas y las siguientes, por la manipulación que hacía el artista de los materiales. Sólo lo podría comparar con la magia, con la transmutación y transusbtanciación que propone Marcel Duchamp en su famosa conferencia de los años de 1950.





Así, Pablo Van Wong sigue aquí, con nosotros. Está en sus obras, materializado en sus materiales, en los gestos y manipulaciones sutiles y claras, en lo sorprendente de sus piezas, como la que podemos disfrutar en La Tertulia, las del Museo de Arte Moderno de Bogotá o las que tenemos sus amigos o coleccionistas. A pesar de su ausencia física, de la falta que nos puedan hacer sus comentarios cínicos o sabios, su aparente mal genio (mecanismo de protección de su desarrollada sensibilidad), sus cigarrillos y sus tintos, sus conversaciones extensas, tenemos, con sus obras, Pablo por siempre.



domingo, 10 de noviembre de 2013

UNA OBRA DE DAVID MANZUR EN LA TERTULIA





Por: Carlos Fernando Quintero V.

Hace una pocas semanas, pasó por Cali el crítico de arte y curador francés Guillaume Désanges, quien ofreció un corto y sustancioso taller de crítica de arte, en el MAM La Tertulia. A continuación, como resultado del taller, un texto sobre una de las obras del museo…

Dos espacios en equilibrio es una pintura abstracta geométrica del artista colombiano David Manzur, realizada en 1969. La obra es casi monocroma (roja) con unos puntos en gris oscuro, aparentemente producto del encuentro de dos complementarios (rojo-verde o azul-naranja). El plano rojo varía sutilmente por la incidencia de la luz sobre los accidentes de la superficie, como las texturas de la misma pintura, los relieves geométricos que van de los bordes hacia el centro y el ensamblaje que parece unir los dos elementos. Entre el color rojo que cubre toda la obra y los puntos grises se produce un efecto óptico que atrapa. Si el espectador se detiene a mirarla, a más o menos metro y medio y mueve su mirada alternando los puntos grises, podrá observar el cambio de tonalidad de los colores de estos últimos hacia azules o verdes brillantes. Este es el primer indicio de la energía contenida en esta obra.

Los planos geométricos parecen encontrarse en el centro, en un relieve que funciona como un acoplamiento de dos elementos mecánicos, arquitectónicos, anímicos y simbólicos. También son como dos cabezas de animales fusionadas. Casi se podría decir que representan a dos seres. El que viene de la derecha sería la serpiente y el de la izquierda pareciera ser un ave. Los dos seres están en contraposición. En pugna. Pero al mismo tiempo se encuentran, se enlazan, se acoplan. Es una especie de acto amoroso, de coito de fuerzas supremas, que se equilibran. Son al mismo tiempo dos espacios míticos. El cielo representado por el ave, la tierra con el agua representado por la serpiente.


La época en que ha sido realizada esta obra es significativa. Muchos artistas colombianos y latinoamericanos están trabajando sobre los valores identitarios de la cultura a la que supuestamente pertenecemos, pero con elementos simbólicos y abstractos. Es posible que esto derive de Joaquín Torres García y su Universalismo constructivo, el libro, método y filosofía que sustenta no sólo sus obras desde los años de 1930, sino las de sus estudiantes y seguidores al sur del continente. Algo similar sucede con Rufino Tamayo en México, quien hablará, con Octavio Paz, de un “mexicanismo universal”, que se opondrá a la tradición muralista y literaria precedente. También, la idea de acoplamiento recuerda a una serie de obras de Edgar Negret, realizada entre las décadas de 1960 y 1970. En ella, como en la obra de Manzur, aparecen volúmenes hechos en metal, que se asemejan a máquinas o a naves espaciales. Son también dos fuerzas que se trenzan en una lucha y que parecen estar en reposo durante o después de la batalla. Es también el acoplamiento sexual, el penetran el uno en otro, donde el dominado y dominante se confunden. La idea-forma de serpiente y de ave son referencias al pasado prehispánico, a las culturas ancestrales. Son los dos espacios-tiempos que se unen y se relacionan en la batalla: El cielo y la tierra-agua. Los símbolos del pasado toman vigencia en el presente, en este eterno presente del arte.

domingo, 3 de noviembre de 2013

COMO SI SE TRATARA DE UNA PELÍCULA DE SERGIO CABRERA O UNA RUMBA DE SALSA EN BOGOTÁ

Por: Carlos Fernando Quintero

Los casi desaparecidos taurinos(por fortuna) tenían un dicho: Corrida de gran expectación, corrida de gran decepción. Lamentablemente, es el sabor que me queda después de visitar la exposición Protografías de Oscar Muñoz, en el Museo La Tertulia. ¡Tenaz! ¡Muy tenaz! Me duele en el alma. Quedé deprimido. Incluso he pensado en cerrar este espacio virtual, porque cabe la duda que sea muy bruto (favor no aplaudir) o demasiado godo y tradicional (la sospecha tiene que ver con el afiche de Godofredo Cínico Caspa que cuelga en mi oficina). En mi desesperanza en contemplado la idea de distanciarme definitivamente de las artes y dedicarme a otra de mis pasiones, como ser técnico de fútbol o al negocio inmobiliario (claro, como negociante y no como inversor, aún). De pronto haría mejores cosas o, al menos, molestaría menos.

Me duele mucho porque desde 1987 sigo las obras del artista. Eso fue antes de que incluso pensara en estudiar artes, si es que algún día lo pensé en serio. Mi primer contacto fue con las Cortinas de baño, en la desaparecida sala del Banco del Estado de Popayán. Yo pasaba por casualidad por allí y algo me hizo entrar a la sala. Cuál no fue mi sorpresa al ver las obras de Oscar. De primera mano me encantaron. Recuerdo que el montaje era impecable. Las cortinas cumplían con el efecto de generar lo que más adelante me dijeron era el continuo de espacio, con una representación entre icónica y fantasmal. Recuerdo que el efecto óptico me llevó a tratar de comprobar si de verdad había alguien desnudo, bañándose atrás. Claro, comprobé que era obra del artista, lo que me llenó de emoción y admiración. Por eso, cuando la vida me llevó a estudiar artes plásticas, entendí que se trataba de generar actos mágicos, que rompieran con verosímil y que fueran más allá de lo real.

Años después pude asistir a las exposiciones de Oscar en La Tertulia y una en Bellas Artes, donde todavía era maestro, nuestro maestro. Recuerdo sus estupendas obras, dibujos cargados de sensibilidad, emoción y fuerza, donde se recreaban baños, pisos, espejos de agua. Algo se alcanza a ver en la exposición. También vimos con fascinación los primeros Narcisos, obras inverosímiles, dibujos sobre el agua, lo impensable. Siempre, siempre, con Oscar Muñoz sabíamos que habría una grata sorpresa, una nueva lección, un riesgo salvado.

Por eso la decepción. La exposición curada y montada parece desangelada, con obras dispersas e inconexas y en, en muchos casos, con obras que se pierden en el espacio, no porque este sea muy grande sino por la falta de tensión, de escenificación, de relación entre las obras y el espectador. Por ejemplo, Ambulatorio, una obra que debe abarcar el espacio, generando la tensión entre ella y el espectador, casi que retando a este último a pisarla, ha sido ubicada como un tapete de bienvenida que todos pisan y nadie ve. Y las Cortinas (¡¡¡por favor!!! ¡¡¡¡Las Cortinas!!!!) han sido ubicadas como en una venta de cachivaches del centro, acabando con su encanto y con su magia, aquel que hizo sonrojar toda la jornada de la tarde de un colegio de monjas, el día de su inauguración. Hay que anotar que los primeros dibujos de la años 70 están en la misma sala de Ambulatorio, Los tiznados (en versión pequeña) de los 80, dibujos al carbón de los 90 (que están mal fechados en 1976, aun cuando abajo aparecen firmados en 1992, lo que ya no es raro en museo) y los proyectos fotográficos y de video del 2000 en adelante, se encuentran apiñados en la primera sala, como “versiones de ciudad”, pero la verdad resultan inconexos, además de dudosamente montados.

De ahí en más, el mal sabor me impidió seguir disfrutando de la exposición. Debo aclarar que no es culpa de Oscar Muñoz. Él sigue siendo un excelente artista, con excelentes obras (así no me gusten todas). Parece ser que hay un grave problema curatorial y museográfico, lo que ya se hace común en el museo, lamentablemente. Aquí la responsabilidad debe recaer en José Roca y María Wills o en las personas encargadas en el museo para esta exposición. Y la verdad, ¡no hay derecho! Esto mismo sucede con la colección, que también está pésimamente curada y montada. Los errores son enormes, desde obras puestas en sitios inadecuados como las esculturas de Edgar Negret o la Flor de Felisa Burstyn, que hasta un niño sabe que deben estar exentas para poder ser apreciadas por todos sus lados. La curaduría además presenta una visión estúpidamente taxonómica, que parece hacer carrera en la capital. Y hay olvidos que deben ser considerados con alevosía y ventaja, como la ausencia de José Horacio Martínez, ganador de numerosos premios nacionales y con presencia internacional, artista de vigencia inusitada (más de tres exposiciones al año, en promedio, en los últimos quince años, dentro y fuera del país, salones y bienales incluidas). Y hay más…

La verdad y desde mi paranoia cotidiana, esto parece ser un complot orquestado desde Bogotá, para acabar de terminar con lo poco o mucho bueno que hay en Cali. La víctima no es sólo Oscar Muñoz sino el público de Cali. Parece que los venidos de la capital piensan que somos estúpidos o tontos o se las dan de chistositos, por ser “provincia” o “tierra caliente”. Pues señoras y señores, sus trabajos curatoriales y museográficos dejan mucho que desear en esta caliente provincia. ¡Cojan juicio y seriedad! Aquí el público merece ver a uno de sus artistas históricos en mejores condiciones y con mejores luces. Así que me niego a pensar que esta exposición es el homenaje que Oscar merece. Yo espero más, lo justo en su dimensión de gran maestro.

En definitiva, hoy salí de La Tertulia como cuando salía de las películas de Sergio Cabrera. Recuerdo que cuando terminé de ver Ilona llega con la lluvia, declaré a Cabrera como un “mago del cine” porque logro convertir un buen libro en una mala película. También salí como cuando salía de las rumbas de salsa en Bogotá: Como que es la misma música que se baila, pero, la verdad, no ser rumbea; como que falta el tambor, el sabor y la temperatura de Cali.

sábado, 2 de noviembre de 2013

DOS Y TRES EXPOSICIONES EN CALI

Por: Carlos Fernando Quintero

Las primeras dos exposiciones que se realizan en Cali, no serán comentadas por el momento. La primera es la exposición Viacrucis del maestro Fernando Botero, que se realiza en la Biblioteca Departamental de Cali, en el marco de la celebración de los 25 años del noticiero de televisión regional Noti 5. La verdad no creo que la vaya a ver, ya que no me parece importante, al menos para mí, ver al maestro Botero con un tema de Semana Santa en vísperas navideñas. También, porque ya he visto suficientes obras del maestro en mi vida. Eso sí, lo considero un artista admirable y fundamental.

La otra exposición que tampoco comentaré en este momento es Protografías de Oscar Muñoz, con curaduría de José Roca y María Wills, y que se encuentra en el Museo La Tertulia y el Área cultural del Banco de la República de Cali. Hasta el momento no la he visto, pero lo que me han comentado es que es estupenda, no sólo por la calidad y cantidad de obras presentadas por Muñoz, sino por la curaduría y la museografía. Seguramente amerita un comentario aparte.

Las tres que sí comentaré son Nieve de Pradera de Fabio Melecio Palacios, en la Sala de exposiciones del Instituto Departamental de Bellas Artes; -20%; -30%, -50%; -70% de Juan David Medina, que está en la Galería del Centro Cultural Colombo Americano y la exposición colectiva Obras Apócrifas, en el Museo de Arte Religioso de Cali.

Fabio Melecio Palacios, con su Nieve de Pradera, presenta una instalación con dibujos/pinturas en donde utiliza ceniza caña de azúcar y que dispone sobre soportes de lienzo e icopor, formando una línea de horizonte. Estos están acompañados por la intervención del piso de la galería con ceniza de caña, hasta cubrirlo de forma regular, casi en su totalidad, formando un tapete negro, que contrasta con el blanco de los muros y techo.

Palacios pone así de manifiesto la contaminación de la quema indiscriminada y continua de los cañaduzales, que realiza la industria del azúcar. La Nieve de Pradera no es más que la pavesa o la ceniza volátil de la caña que cae, cual copos de nieve negra sobre los campos y las poblaciones aledañas a los cultivos, lo que afecta de manera negativa, las propiedades y la salud de los habitantes de la zona. Con su instalación, el artista logra además la intervención del público asistente, que se hace partícipe de la obra al pisar y alterar el tapete negro de ceniza y llegar hasta el punto de utilizar la nieve negra como soporte para realizar dibujos o para escribir. El proceso de ingreso y egreso de los asistentes logró además que la nieve se esparciera por las diferentes instancias del instituto y llegó incluso hasta la calle, mostrando lo invasivo y contaminante que puede ser este indeseado material.

De esta manera, Fabio Melecio Palacios continúa con su serie de obras que, de manera poética y sutil, plantea los problemas sociales, políticos, culturales y económicos de las poblaciones menos favorecidas, sobre todo en relación con el cultivo de la caña de azúcar (principal producto de explotación agroindustrial del Valle del Cauca).

Juan David Medina propone una serie de pinturas al óleo sobre vidrio, con un efecto de tridimensionalidad, que parece referirse a efectos 3D de la televisión y el cine. Con esta propuesta pictórica, el artista descompone y fragmenta cada una de sus imágenes, con lo que pone de manifiesto el carácter espectacular de lo real actual.

Los temas de Medina hacen referencia a los problemas o circunstancias del mercado global, a las transferencias económicas, sociales y culturales que se hacen cada vez más evidentes en los procesos locales, y que están al inicio de las marchas y protestas sociales, en los diferentes países y regiones del mundo.

Obras apócrifas se presenta como la primera exposición formal e institucional del colectivo Circular contemporáneo, que promete seguir interviniendo e insertándose en los espacios institucionales de las artes en Cali y, ojalá, en Colombia. Esta primera exposición deja un muy buen sabor. La presentación de la exposición, el montaje, la curaduría, casi que se podrían considerar impecables. Además, las obras arman un grupo coherente en cuanto calidad y propuesta artística. Con todo se destacan las piezas de Adrián Gaitán, Sergio Zapata y Herlyng Ferla, jóvenes artistas que comienzan a consolidarse en sus propuestas artísticas personales.


Estas tres exposiciones parecen marcar nuevos y diferentes rumbos para las artes en Cali. Las tres plantean obras de artistas que se consolidan en la escena local, nacional y, en el caso de Fabio Melecio Palacios, internacional. Además, las exposiciones surgen de una actitud propositiva de los artistas. En los casos de Juan David Medina y Circular contemporáneo, son los mismos artistas que gestionan y generan los recursos para el desarrollo de sus muestras, con el apoyo de las instituciones que los acogen. Se rompe así con la aparente hegemonía de la institución y del gestor externo. Los artistas se están tomando los espacios. Y hay mucho para ver y disfrutar.