sábado, 16 de noviembre de 2013

¿GRAVES FALLAS EN LA COLECCIÓN DEL MUSEO DE ARTE LA TERTULIA? (PRIMERA PARTE)

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

A MANERA DE INTRODUCCIÓN Y ACLARACIÓN.

La verdad no es grato, al menos para mí, ir a exposiciones, eventos o instituciones de arte y tener que escribir sobre lo que no está bien, lo que falta, lo discutible o lo equivocado. Sería mucho mejor ir y escribir sobre lo bueno, lo completo, lo indiscutible y lo certero o cierto. Y sería mucho mejor, no sólo para mí, sino para los artistas, las instituciones, las obras y los públicos. Las artes tienen como cierto fin el goce estético, el cual, hasta donde mis entendederas alcanzan (aclaro que entendederas no son posaderas), se llega por placer o por displacer, o sea por contemplación de lo bello o por enfrentamiento con lo no bello. Pero el disgusto no lleva al goce (hasta donde entiendo). El disgusto sería lo contrario. Sería algo así como un “disgoce”.

Lamentablemente, me sucede muy frecuentemente lo contrario al goce. Puede ser que sea una circunstancia o situación personal. Me lo he preguntado. Pero la verdad, revisando los diferentes momentos de este disgusto creo que hay cosas que se caen por su propio peso y no hay prejuicios personales que medien. Por eso entonces, casi que como un deber civil, como ciudadano de las artes, como un espectador más, con cierto conocimiento de causa, me tomo la triste y difícil tarea de señalar estas circunstancias, con los únicos propósitos de generar algún en torno a estos fenómenos que considero anómalos y ver si de alguna manera se permean las rígidas estructuras y mentes institucionales y se enmendan de alguna manera las posibles (a veces muy evidentes) fallas.

En este caso, por ser más cercano, más frecuente y muy importante, el motivo de mi disgusto es la colección de Museo La Tertulia. Cercano, porque vivo en la misma ciudad. Frecuente, porque ya en más de una ocasión he tenido que dirigirme a algún funcionario o colaborador de la institución para señalar errores tan tontos y garrafales como que confundan un grabado de Ed Ruscha con una obra de Carlos Rojas, en la exposición de arte colombiano de la colección del Banco Popular o como en la actual exposición de Oscar Muñoz, cuando ponen en la ficha técnica (cédula de obra) una fecha que no corresponde (1976) , a una obra firmada y fechada por el artista (1992).

La importancia tiene que ver con el hecho que el Museo La Tertulia es la institución más importante de las artes del Sur occidente colombiano, por su historia, colección y reconocimiento social y cultural. Además, es el sitio donde generaciones de artistas y espectadores han tenido contacto directo con las obras, por lo cual se convierte en un instrumento indispensable para lo formación artística y estética de los actores del medio y campo de las artes. De ahí entonces la importancia del museo y sus exposiciones. Importancia que parece no es clara para la administración y los funcionarios primer nivel del museo y que se evidencia en los errores mencionados y en la actual disposición y presentación de la colección.

LA RE-APERTURA DE LA COLECCIÓN

Cuando en el 2012 se anunció la reapertura de la colección del Museo La Tertulia, luego de más de cinco años de inexplicable, inexcusable y triste cierre, me dio una gran alegría. Los museos, este y todos, son fundamentales para la constitución y fortalecimiento del medio, el campo y el sector de las artes, no sólo porque es un espacio de sano esparcimiento, sino porque a su derredor se construyen las alianzas entre artistas, públicos y obras. Para los primeros son fundamentales porque ahí se pueden evidenciar sus procesos creativos-investigativos y, además, pueden recibir una retroalimentación necesaria de los espectadores (no hay artista sin público). Estos últimos, además de formarse (no sólo informarse), pueden generar procesos de apreciación crítica, más allá del “me gusta - no me gusta”, construcción de nuevos saberes sensibles y cognitivos e incluso, la modificación de algunos comportamientos individuales y colectivos. Para las obras, el museo abierto es como el necesario oxígeno que les permite vivir eternamente. Nada mejor para una obra que ser vista, apreciada y discutida. Si no, mueren de soledad y olvido.

No pude asistir la noche de la inauguración, ya que me encontraba en otro compromiso igualmente importante (la inauguración de la primera exposición de la Galería R&M). Sin embargo, mi alegría y emoción fue creciendo en la medida en que llegaron conocidos y amigos con los mejores comentarios sobre la reapertura del museo y su colección. La felicidad colmó el ambiente. La inauguración de R&M se convirtió en una fiesta, en el momento que se auguraba un nuevo renacer de las artes en Cali.

Por ese motivo, y con la mejor disposición de ánimo, alegría y gran expectación, el fin de semana siguiente me dirigí a ver la colección. En la entrada se veía un ambiente agitado, inaudito para La Tertulia, al menos en muchos años. La gente entraba en cantidades significativas. Desde el acceso contemplé el nuevo ventanal, que corregía el pésimo diseño arquitectónico de la nueva sede, que sepultó en la inutilidad las paredes del costado izquierdo del edificio. Como siempre, y ojalá por siempre, la sonrisa de bienvenida de Luz Dary y el saludo respetuoso de Claudia. Todo presagiaba una fiesta de arte.

¡HORROR! ¡DECEPCIÓN!

Al entrar a la primera sala me encuentro con una serie de obras gráficas que pretendía hacer un reconocimiento de las bienales de artes gráficas de otros años. Gráficas de artistas de diferentes contextos, tendencias y épocas se encontraban colgados en las paredes, con la misma altura y sin ninguna distinción. Si mal no recuerdo, entre las gráficas había obras de Diego Rivera, el artista mexicano que dudo mucho haya venido a las bienales, ya que falleció en la década de 1950 y las primeras bienales son al menos 20 años después de su muerte. También se encontraba una gráfica de José Horacio Martínez, quien apenas era un párvulo cuando los magníficos eventos de otros tiempos se realizaron. En esta primera sala, las gráficas de diferentes artistas, de diferentes países, de diferentes contextos, con diferentes procedencias, con diferentes temas, ideas y conceptos, se alineaban sin que hubiera mayor relación que el hecho que son gráficas que pertenecen a la colección del museo. Entonces, ¿dónde está el rigor histórico, el riesgo conceptual, la apuesta curatorial? ¿Qué responsabilidad moral, ética, social y artística tiene un museo que muestra su colección como una acumulación de cosas, como si se tratara de un gabinete de curiosidades de hace tres o dos siglos?

Una mirada rápida puso en evidencia el problema fundamental, no sólo de esta sala, sino de toda la exhibición de la colección. Todo se aplanó, se generalizó, en un acto de estúpida taxonomía curatorial y museográfica, donde la técnica, el lugar común, el banal formalismo parecen ser la norma. Lo anterior se evidencia al leer los títulos o nombres de cada sala, sobre todo en los pisos superiores. En el segundo piso, las salas tienen como nombres Los objetos, El paisaje, Los espacios interiores, La ciudad. En el tercer piso descuellan títulos y temas como Los animales, El cuerpo, Las máquinas y La abstracción.[1] Si bien, a primera vista, suenan bien y atractivos, estos son tan amplios y ambiguos que puede caber de todo y se puede caer en una generalización que le disminuye e incluso suprime los sentidos diversos de las obras, lo cual es la esencia de estas. Mejor dicho, lo que han hecho, los curadores y museógrafos que “acomodaron” la colección de La Tertulia, es algo así como un intento de asesinato de las obras; una masacre artística, en donde hasta las más mínimas reglas de museografía y montaje se infringieron. Esto lo veremos en detalle, en una próxima entrega de Desde la Kverna.




[1] Se pueden ver los planos de la colección del Museo La Tertulia en su portal, http://museolatertulia.com/coleccion-permanente/

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