Por: Carlos Fernando Quintero Valencia
A MANERA DE INTRODUCCIÓN Y ACLARACIÓN.
La verdad no es grato, al menos para mí,
ir a exposiciones, eventos o instituciones de arte y tener que escribir sobre lo que no
está bien, lo que falta, lo discutible o lo equivocado. Sería mucho mejor ir y
escribir sobre lo bueno, lo completo, lo indiscutible y lo certero o cierto. Y
sería mucho mejor, no sólo para mí, sino para los artistas, las instituciones,
las obras y los públicos. Las artes tienen como cierto fin el goce estético, el
cual, hasta donde mis entendederas alcanzan (aclaro que entendederas no son
posaderas), se llega por placer o por displacer, o sea por contemplación de lo
bello o por enfrentamiento con lo no bello. Pero el disgusto no lleva al goce
(hasta donde entiendo). El disgusto sería lo contrario. Sería algo así como un “disgoce”.
Lamentablemente, me sucede muy frecuentemente
lo contrario al goce. Puede ser que sea una circunstancia o situación personal. Me lo
he preguntado. Pero la verdad, revisando los diferentes momentos de este
disgusto creo que hay cosas que se caen por su propio peso y no hay prejuicios
personales que medien. Por eso entonces, casi que como un deber civil, como
ciudadano de las artes, como un espectador más, con cierto conocimiento de
causa, me tomo la triste y difícil tarea de señalar estas circunstancias, con
los únicos propósitos de generar algún en torno a estos fenómenos que considero
anómalos y ver si de alguna manera se permean las rígidas estructuras y mentes
institucionales y se enmendan de alguna manera las posibles (a veces muy
evidentes) fallas.
En este caso, por ser más cercano, más
frecuente y muy importante, el motivo de mi disgusto es la colección de Museo
La Tertulia. Cercano, porque vivo en la misma ciudad. Frecuente, porque ya en
más de una ocasión he tenido que dirigirme a algún funcionario o colaborador de
la institución para señalar errores tan tontos y garrafales como que confundan
un grabado de Ed Ruscha con una obra de Carlos Rojas, en la exposición de arte
colombiano de la colección del Banco Popular o como en la actual exposición de
Oscar Muñoz, cuando ponen en la ficha técnica (cédula de obra) una fecha que no
corresponde (1976) , a una obra firmada y fechada por el artista (1992).
La importancia tiene que ver con el hecho que
el Museo La Tertulia es la institución más importante de las artes del Sur
occidente colombiano, por su historia, colección y reconocimiento social y
cultural. Además, es el sitio donde generaciones de artistas y espectadores han
tenido contacto directo con las obras, por lo cual se convierte en un
instrumento indispensable para lo formación artística y estética de los actores
del medio y campo de las artes. De ahí entonces la importancia del museo y sus
exposiciones. Importancia que parece no es clara para la administración y los
funcionarios primer nivel del museo y que se evidencia en los errores
mencionados y en la actual disposición y presentación de la colección.
LA RE-APERTURA DE LA COLECCIÓN
Cuando en el 2012 se anunció la reapertura de
la colección del Museo La Tertulia, luego de más de cinco años de inexplicable,
inexcusable y triste cierre, me dio una gran alegría. Los museos, este y todos,
son fundamentales para la constitución y fortalecimiento del medio, el campo y
el sector de las artes, no sólo porque es un espacio de sano esparcimiento,
sino porque a su derredor se construyen las alianzas entre artistas, públicos y
obras. Para los primeros son fundamentales porque ahí se pueden evidenciar sus
procesos creativos-investigativos y, además, pueden recibir una retroalimentación
necesaria de los espectadores (no hay artista sin público). Estos últimos,
además de formarse (no sólo informarse), pueden generar procesos de apreciación
crítica, más allá del “me gusta - no me gusta”, construcción de nuevos saberes
sensibles y cognitivos e incluso, la modificación de algunos comportamientos
individuales y colectivos. Para las obras, el museo abierto es como el necesario
oxígeno que les permite vivir eternamente. Nada mejor para una obra que ser
vista, apreciada y discutida. Si no, mueren de soledad y olvido.
No pude asistir la noche de la inauguración,
ya que me encontraba en otro compromiso igualmente importante (la inauguración
de la primera exposición de la Galería R&M). Sin embargo, mi alegría y
emoción fue creciendo en la medida en que llegaron conocidos y amigos con los
mejores comentarios sobre la reapertura del museo y su colección. La felicidad
colmó el ambiente. La inauguración de R&M se convirtió en una fiesta, en el
momento que se auguraba un nuevo renacer de las artes en Cali.
Por ese motivo, y con la mejor disposición de
ánimo, alegría y gran expectación, el fin de semana siguiente me dirigí a ver
la colección. En la entrada se veía un ambiente agitado, inaudito para La
Tertulia, al menos en muchos años. La gente entraba en cantidades
significativas. Desde el acceso contemplé el nuevo ventanal, que corregía el
pésimo diseño arquitectónico de la nueva sede, que sepultó en la inutilidad las
paredes del costado izquierdo del edificio. Como siempre, y ojalá por siempre,
la sonrisa de bienvenida de Luz Dary y el saludo respetuoso de Claudia. Todo
presagiaba una fiesta de arte.
¡HORROR! ¡DECEPCIÓN!
Al entrar a la primera sala me encuentro con
una serie de obras gráficas que pretendía hacer un reconocimiento de las
bienales de artes gráficas de otros años. Gráficas de artistas de diferentes
contextos, tendencias y épocas se encontraban colgados en las paredes, con la
misma altura y sin ninguna distinción. Si mal no recuerdo, entre las gráficas
había obras de Diego Rivera, el artista mexicano que dudo mucho haya venido a
las bienales, ya que falleció en la década de 1950 y las primeras bienales son
al menos 20 años después de su muerte. También se encontraba una gráfica de
José Horacio Martínez, quien apenas era un párvulo cuando los magníficos
eventos de otros tiempos se realizaron. En esta primera sala, las gráficas de
diferentes artistas, de diferentes países, de diferentes contextos, con
diferentes procedencias, con diferentes temas, ideas y conceptos, se alineaban
sin que hubiera mayor relación que el hecho que son gráficas que pertenecen a
la colección del museo. Entonces, ¿dónde está el rigor histórico, el riesgo
conceptual, la apuesta curatorial? ¿Qué responsabilidad moral, ética, social y
artística tiene un museo que muestra su colección como una acumulación de
cosas, como si se tratara de un gabinete de curiosidades de hace tres o dos
siglos?
Una mirada rápida puso en evidencia el
problema fundamental, no sólo de esta sala, sino de toda la exhibición de la
colección. Todo se aplanó, se generalizó, en un acto de estúpida taxonomía
curatorial y museográfica, donde la técnica, el lugar común, el banal
formalismo parecen ser la norma. Lo anterior se evidencia al leer los títulos o
nombres de cada sala, sobre todo en los pisos superiores. En el segundo piso,
las salas tienen como nombres Los objetos,
El paisaje, Los espacios interiores, La
ciudad. En el tercer piso descuellan títulos y temas como Los animales, El cuerpo, Las máquinas y
La abstracción.[1] Si bien, a primera vista,
suenan bien y atractivos, estos son tan amplios y ambiguos que puede caber de
todo y se puede caer en una generalización que le disminuye e incluso suprime
los sentidos diversos de las obras, lo cual es la esencia de estas. Mejor
dicho, lo que han hecho, los curadores y museógrafos que “acomodaron” la
colección de La Tertulia, es algo así como un intento de asesinato de las
obras; una masacre artística, en donde hasta las más mínimas reglas de
museografía y montaje se infringieron. Esto lo veremos en detalle, en una
próxima entrega de Desde la Kverna.
[1] Se pueden ver los planos de la
colección del Museo La Tertulia en su portal, http://museolatertulia.com/coleccion-permanente/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario