Por: Carlos Fernando
Quintero V.
Hace una pocas
semanas, pasó por Cali el crítico de arte y curador francés Guillaume Désanges,
quien ofreció un corto y sustancioso taller de crítica de arte, en el MAM La Tertulia.
A continuación, como resultado del taller, un texto sobre una de las obras del
museo…
Dos espacios en equilibrio es una pintura
abstracta geométrica del artista colombiano David Manzur, realizada en 1969. La
obra es casi monocroma (roja) con unos puntos en gris oscuro, aparentemente
producto del encuentro de dos complementarios (rojo-verde o azul-naranja). El
plano rojo varía sutilmente por la incidencia de la luz sobre los accidentes de
la superficie, como las texturas de la misma pintura, los relieves geométricos
que van de los bordes hacia el centro y el ensamblaje que parece unir los dos
elementos. Entre el color rojo que cubre toda la obra y los puntos grises se
produce un efecto óptico que atrapa. Si el espectador se detiene a mirarla, a
más o menos metro y medio y mueve su mirada alternando los puntos grises, podrá
observar el cambio de tonalidad de los colores de estos últimos hacia azules o
verdes brillantes. Este es el primer indicio de la energía contenida en esta
obra.
Los planos
geométricos parecen encontrarse en el centro, en un relieve que funciona como
un acoplamiento de dos elementos mecánicos, arquitectónicos, anímicos y
simbólicos. También son como dos cabezas de animales fusionadas. Casi se podría decir que representan a dos seres. El que viene de
la derecha sería la serpiente y el de la izquierda pareciera ser un ave. Los
dos seres están en contraposición. En pugna. Pero al mismo tiempo se
encuentran, se enlazan, se acoplan. Es una especie de acto amoroso, de coito de
fuerzas supremas, que se equilibran. Son al mismo tiempo dos espacios míticos.
El cielo representado por el ave, la tierra con el agua representado por la
serpiente.
La época en que ha
sido realizada esta obra es significativa. Muchos artistas colombianos y
latinoamericanos están trabajando sobre los valores identitarios de la cultura
a la que supuestamente pertenecemos, pero con elementos simbólicos y abstractos.
Es posible que esto derive de Joaquín Torres García y su Universalismo constructivo, el libro, método y filosofía que
sustenta no sólo sus obras desde los años de 1930, sino las de sus estudiantes
y seguidores al sur del continente. Algo similar sucede con Rufino Tamayo en
México, quien hablará, con Octavio Paz, de un “mexicanismo universal”, que se
opondrá a la tradición muralista y literaria precedente. También, la idea de
acoplamiento recuerda a una serie de obras de Edgar Negret, realizada entre las
décadas de 1960 y 1970. En ella, como en la obra de Manzur, aparecen volúmenes
hechos en metal, que se asemejan a máquinas o a naves espaciales. Son también
dos fuerzas que se trenzan en una lucha y que parecen estar en reposo durante o
después de la batalla. Es también el acoplamiento sexual, el penetran el uno en
otro, donde el dominado y dominante se confunden. La idea-forma de serpiente y
de ave son referencias al pasado prehispánico, a las culturas ancestrales. Son
los dos espacios-tiempos que se unen y se relacionan en la batalla: El cielo y
la tierra-agua. Los símbolos del pasado toman vigencia en el presente, en este
eterno presente del arte.
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