martes, 3 de septiembre de 2013

AMNESIA INDOLENTE

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Si alguna enfermedad sufre nuestro entorno social, cultural y artístico es de amnesia indolente. No sólo no tenemos memoria, sino que además nos importa un pito. La situación llega a tal punto, en el caso de las artes, que ni siquiera recordamos a aquellos grandes personajes que han construido a pulso y contra viento y marea la precaria infraestructura artística y cultural y el poco pasado artístico que tenemos. Lamentablemente, los ejemplos abundan, en todas las áreas de las artes. Así que me voy a referir a dos queridos y estimados personajes, a partir de dos momentos, dos días aciagos y desafortunados, que tuve la pena vivir. Sólo a manera de dos ejemplos, sin menospreciar y mucho menos olvidar a tantos y tantos artistas y personas vinculadas con las artes en Colombia: Antonio María Valencia y Edgar Negret.

Desde hace unos meses he comenzado a preguntar a muchos de mis colegas el lugar donde reposan los restos de Antonio María Valencia (1904-1952), gran pianista y compositor, uno de los fundadores del Conservatorio de Música de Cali, que hoy lleva su nombre y que se constituyó luego en el Instituto Departamental de Bellas Artes, primera institución de formación artística de la ciudad, el departamento del Valle del Cauca y la región. Su importancia histórica debería ser innegable. Muchos de los que estudiamos arte y hacemos parte de este campo tenemos una deuda con este buen ser humano. Sin embargo, ante la pregunta las respuestas son tristes. Nadie sabe dónde están sus restos. Imagino yo que muy pocos saben quién fue, qué hizo, dónde estudió, de quién fue amigo y cómo murió. Bueno, yo creo saber todo esto, pero más triste es la manera en que me enteré.

Me encontraba accidentalmente en Bogotá y fue el artista Antonio Caro quién me informó sobre el homenaje que se le iba a realizar al maestro Valencia, organizado por una de sus estudiantes, la pianista Maryorie Tanaka, en el auditorio del Museo Nacional. Se conmemoraban 50 años del fallecimiento del personaje ilustre. Imaginé inocentemente que me encontraría con un auditorio a reventar, con muchos de los músicos colombianos, con los estudiantes de las diferentes escuelas y academias y con aquellos melómanos de siempre, sin obviar a los paisanos que vivían en la capital. Pues fue todo lo contrario. Los asistentes no superábamos la decena, incluida la maestra Tanaka que interpretó varias de las melodías de Valencia al piano. ¡Qué tristeza! Si bien el homenaje ya era emotivo, tomó carácter de dramático y, por qué no decirlo, de trágico ante el vacío y el silencio. Creo que ni siquiera las autoridades del museo acompañaron el acto. Como parte del homenaje se proyectó el documental Antonio María Valencia: Música en cámara, del documentalista Luis Ospina, quién se ha preocupado por construir una memoria videográfica de Cali y de Colombia. Este documental, como muchos de los que ha realizado, se puede ver en la página del autor www.luisospina.com. En él se cuenta la triste historia del maestro y dónde descansan sus restos. Las anécdotas y desenlace es mejor verlo que contarlo…

Revisando san Google y san Youtube me encontré con un documental realizado por personas de la Asab-Universidad Distrital Francisco José de Caldas, sobre Edgar Negret y su presencia en las colecciones de arte de Bogotá y en el espacio público de la ciudad (http://www.youtube.com/watch?v=ZEPWnBX1KFE). Edgar Negret es, en palabras de la crítica e historiadora del arte Marta Traba y de muchísimos otros comentaristas, historiadores y críticos (y sin humildad me incluyo), uno de los artistas y escultores más grandes de Colombia, América latina y el mundo.

Si bien este video presenta fallas técnicas, de edición y montaje y es un ejercicio de clase, presentado al profesor Jorge Peñuela y firmado por Pacho Mulder y Alieth Scully (es todo un Expediente X), refleja en gran parte lo que acontece con las obras de nuestro querido y poco apreciado artista. En su primera parte, se muestra la situación que ya se ha comentado: la amnesia indolente. Muy pocas personas, casi nadie, recuerdan su nombre o saben algo de su obra, a pesar que hay muchas de ellas en espacios públicos. La verdad, en gran parte esta situación no es culpa del público. Como bien lo comentan los documentalistas, no hay estrategias, programas o procesos que quieran acercar a los diferentes públicos al arte. Todo lo contrario. Como ellos mismos lo muestran (y la situación la viví en carne propia) lo que existe son políticas públicas y privadas para alejar a los espectadores de las obras en espacio público. Por lo general, y se muestra en el video, hay directrices claras para que los transeúntes, los espectadores y el público no aprecien las obras. Así, cuando los jóvenes estudiantes se acercaron a hacer tomas de las esculturas de Negret, siempre aparecía el vigilante de turno para impedir el registro e incluso ver la obra, algunas veces con sutiles amenazas como “mandarles la policía” o “confiscarles” el material videográfico”. El caso más curioso, y por qué no, más contradictorio, se presentó con la obra que descansa a la entrada del edificio de la Procuraduría General de Colombia, entidad pública y gubernamental, que debería respetar los derechos de los ciudadanos, que tienen que ver con los derechos fundamentales, entre otros. Pues no, ahí no hay derecho a ver, ni a apreciar el arte. Frente a todas estas situaciones, vale la pena hacerse muchas preguntas. ¿Para qué el arte público si no se puede ni ver? ¿Qué relevancia e importancia tienen los artistas de Colombia en su país? ¿Qué políticas, programas o proyectos deberían implementar, desarrollar o gestionar los diferentes actores gubernamentales y privados, encabezados por el Ministerio de Cultura, para permitir el mejor acceso y comprensión de las obras de los artistas plásticos nacionales? ¿Por qué no se permite apreciar y valorar las obras de arte público?

La situación es más que lamentable, pero no es exclusiva del espacio público. Hace ya un tiempo volví al Museo Negret en Popayán. Lo había visitado con frecuencia hace ya una década. Me enamoré de muchas de sus obras. Disfruté de recorrer las salas, el encuentro con las obras de las diferentes épocas del maestro y las obras de muchos otros artistas de diferentes generaciones y tendencias, que le hacen resonancia y contrapunto. Sentí ese goce que algunos llaman estético y que tiene que ver con la sorpresa del encuentro entre la imaginación, el entendimiento y la razón. Pude ver, sentir, pensar. Descubrí la riqueza inigualable de una colección sui generis, que nos permite adentrarnos en los tuétanos de la vida de un ser excepcional, con una sensibilidad única e incomparable, acompañada de la inteligencia artística y el amor que hace grande a los artistas.

La reciente visita fue tan ingrata y triste como el fallido homenaje a Antonio María Valencia. Tan ingrata y triste que aguantándome la rabia y el dolor, salí despavorido, maldiciendo y jurando nunca más volver. Si bien soy consciente que la memoria y la mente pueden fallar, mi recuerdo de las obras de hace muchos años se estrellaron con la realidad de unos objetos deteriorados, sucios, mustios y abandonados, dejados en el olvido. Sí, porque las obras de arte son objetos materiales y de pensamiento, pero con vida propia, así como los muebles, las casas y las personas. Y las obras de Negret en Popayán y la casa que las acoge, se me asemejan hoy a un ancianato o a la casa de alguna abuela malquerida. Son obras tristes porque ya nadie las visita, ya nadie les habla, ya nadie las escucha. Y hay mucho qué ver, mucho qué decir y mucho qué escuchar. A pesar de todo, Negret sigue y seguirá siendo uno de los artistas más importantes de Colombia y del mundo. Sus obras, esos objetos tristes y olvidados, mantienen una vigencia inusitada. Nos hablan del pasado, de su presente y éste presente y del futuro. Son propuestas éticas y poéticas que religan lo humano con lo divino. Cuestionan y alaban la modernidad. Están allí para la construcción de pensamientos y sensibilidades nuevas y renovadas. Y sin embargo están allí olvidadas, abandonadas.

Lamentablemente, la misma o peor suerte la sufren casi todos los que se dedican a las artes en Colombia. Peor suerte, porque en la mayoría de los casos ni siquiera hay un documental o documentos que puedan atestiguar su paso por esta tierra. Lo que más me aterra es que tanto el maestro Valencia como Negret son figuras relevantes del arte nacional y del mundo. Lo que más me aterra es que la amnesia indolente nos envuelve, nos carcome la mente. Una amnesia que parece ser propiciada por todos aquellos que deberían combatirla. Que parece ser producto de políticas perversas, que buscan acabar con los afectos alegres, que atentan contra el pensamiento, contra lo que somos y lo que queremos ser. Lo que más me aterra, me entristece y me duele es que a nadie parece interesarle nada, sobre todo a aquellos que les compete importarle, que tienen el poder político, cultural, social y económico (como a los gobernantes y representantes populares que deberían velar por esas memorias vivas). ¡Pero no! El balance final es que el arte y la cultura no importan, no importa la memoria, mucho menos los afectos.



Publicado en la Revista Utopía #36 (Silvio Avendaño, Director y editor). Popayán, Colombia, Segundo semestre de 2012. ISSN 0121-6406. Páginas 91-94.

1 comentario:

  1. El video que se menciona en el artículo, al parecer ha sido cambiado de ubicación. La nueva dirección es http://www.youtube.com/watch?v=QfWVTD8Jhv8, y son 4 partes que están en youtube

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