Por: Carlos Fernando Quintero Valencia
Si alguna enfermedad sufre nuestro entorno social,
cultural y artístico es de amnesia indolente. No sólo no tenemos memoria, sino
que además nos importa un pito. La situación llega a tal punto, en el caso de
las artes, que ni siquiera recordamos a aquellos grandes personajes que han
construido a pulso y contra viento y marea la precaria infraestructura
artística y cultural y el poco pasado artístico que tenemos. Lamentablemente, los
ejemplos abundan, en todas las áreas de las artes. Así que me voy a referir a
dos queridos y estimados personajes, a partir de dos momentos, dos días aciagos
y desafortunados, que tuve la pena vivir. Sólo a manera de dos ejemplos, sin menospreciar
y mucho menos olvidar a tantos y tantos artistas y personas vinculadas con las
artes en Colombia: Antonio María Valencia y Edgar Negret.
Desde hace unos meses he comenzado a
preguntar a muchos de mis colegas el lugar donde reposan los restos de Antonio
María Valencia (1904-1952), gran pianista y compositor, uno de los fundadores
del Conservatorio de Música de Cali, que hoy lleva su nombre y que se
constituyó luego en el Instituto Departamental de Bellas Artes, primera
institución de formación artística de la ciudad, el departamento del Valle del
Cauca y la región. Su importancia histórica debería ser innegable. Muchos de
los que estudiamos arte y hacemos parte de este campo tenemos una deuda con
este buen ser humano. Sin embargo, ante la pregunta las respuestas son tristes.
Nadie sabe dónde están sus restos. Imagino yo que muy pocos saben quién fue,
qué hizo, dónde estudió, de quién fue amigo y cómo murió. Bueno, yo creo saber
todo esto, pero más triste es la manera en que me enteré.
Me encontraba accidentalmente en Bogotá y fue
el artista Antonio Caro quién me informó sobre el homenaje que se le iba a
realizar al maestro Valencia, organizado por una de sus estudiantes, la
pianista Maryorie Tanaka, en el auditorio del Museo Nacional. Se conmemoraban
50 años del fallecimiento del personaje ilustre. Imaginé inocentemente que me
encontraría con un auditorio a reventar, con muchos de los músicos colombianos,
con los estudiantes de las diferentes escuelas y academias y con aquellos
melómanos de siempre, sin obviar a los paisanos que vivían en la capital. Pues
fue todo lo contrario. Los asistentes no superábamos la decena, incluida la
maestra Tanaka que interpretó varias de las melodías de Valencia al piano. ¡Qué
tristeza! Si bien el homenaje ya era emotivo, tomó carácter de dramático y, por
qué no decirlo, de trágico ante el vacío y el silencio. Creo que ni siquiera
las autoridades del museo acompañaron el acto. Como parte del homenaje se
proyectó el documental Antonio María
Valencia: Música en cámara, del documentalista Luis Ospina, quién se ha
preocupado por construir una memoria videográfica de Cali y de Colombia. Este
documental, como muchos de los que ha realizado, se puede ver en la página del
autor www.luisospina.com. En él se cuenta la
triste historia del maestro y dónde descansan sus restos. Las anécdotas y
desenlace es mejor verlo que contarlo…
Revisando san Google y san Youtube me
encontré con un documental realizado por personas de la Asab-Universidad
Distrital Francisco José de Caldas, sobre Edgar Negret y su presencia en las
colecciones de arte de Bogotá y en el espacio público de la ciudad (http://www.youtube.com/watch?v=ZEPWnBX1KFE). Edgar Negret es,
en palabras de la crítica e historiadora del arte Marta Traba y de muchísimos
otros comentaristas, historiadores y críticos (y sin humildad me incluyo), uno
de los artistas y escultores más grandes de Colombia, América latina y el
mundo.
Si bien este video presenta fallas técnicas,
de edición y montaje y es un ejercicio de clase, presentado al profesor Jorge
Peñuela y firmado por Pacho Mulder y Alieth Scully (es todo un Expediente X),
refleja en gran parte lo que acontece con las obras de nuestro querido y poco
apreciado artista. En su primera parte, se muestra la situación que ya se ha
comentado: la amnesia indolente. Muy pocas personas, casi nadie, recuerdan su
nombre o saben algo de su obra, a pesar que hay muchas de ellas en espacios
públicos. La verdad, en gran parte esta situación no es culpa del público. Como
bien lo comentan los documentalistas, no hay estrategias, programas o procesos
que quieran acercar a los diferentes públicos al arte. Todo lo contrario. Como
ellos mismos lo muestran (y la situación la viví en carne propia) lo que existe
son políticas públicas y privadas para alejar a los espectadores de las obras
en espacio público. Por lo general, y se muestra en el video, hay directrices
claras para que los transeúntes, los espectadores y el público no aprecien las
obras. Así, cuando los jóvenes estudiantes se acercaron a hacer tomas de las
esculturas de Negret, siempre aparecía el vigilante de turno para impedir el
registro e incluso ver la obra, algunas veces con sutiles amenazas como
“mandarles la policía” o “confiscarles” el material videográfico”. El caso más
curioso, y por qué no, más contradictorio, se presentó con la obra que descansa
a la entrada del edificio de la Procuraduría General de Colombia, entidad
pública y gubernamental, que debería respetar los derechos de los ciudadanos,
que tienen que ver con los derechos fundamentales, entre otros. Pues no, ahí no
hay derecho a ver, ni a apreciar el arte. Frente a todas estas situaciones,
vale la pena hacerse muchas preguntas. ¿Para qué el arte público si no se puede
ni ver? ¿Qué relevancia e importancia tienen los artistas de Colombia en su
país? ¿Qué políticas, programas o proyectos deberían implementar, desarrollar o
gestionar los diferentes actores gubernamentales y privados, encabezados por el
Ministerio de Cultura, para permitir el mejor acceso y comprensión de las obras
de los artistas plásticos nacionales? ¿Por qué no se permite apreciar y valorar
las obras de arte público?
La situación es más que lamentable, pero no
es exclusiva del espacio público. Hace ya un tiempo volví al Museo Negret en
Popayán. Lo había visitado con frecuencia hace ya una década. Me enamoré de
muchas de sus obras. Disfruté de recorrer las salas, el encuentro con las obras
de las diferentes épocas del maestro y las obras de muchos otros artistas de
diferentes generaciones y tendencias, que le hacen resonancia y contrapunto.
Sentí ese goce que algunos llaman estético y que tiene que ver con la sorpresa
del encuentro entre la imaginación, el entendimiento y la razón. Pude ver,
sentir, pensar. Descubrí la riqueza inigualable de una colección sui generis, que nos permite adentrarnos
en los tuétanos de la vida de un ser excepcional, con una sensibilidad única e
incomparable, acompañada de la inteligencia artística y el amor que hace grande
a los artistas.
La reciente visita fue tan ingrata y triste
como el fallido homenaje a Antonio María Valencia. Tan ingrata y triste que
aguantándome la rabia y el dolor, salí despavorido, maldiciendo y jurando nunca
más volver. Si bien soy consciente que la memoria y la mente pueden fallar, mi
recuerdo de las obras de hace muchos años se estrellaron con la realidad de
unos objetos deteriorados, sucios, mustios y abandonados, dejados en el olvido.
Sí, porque las obras de arte son objetos materiales y de pensamiento, pero con
vida propia, así como los muebles, las casas y las personas. Y las obras de
Negret en Popayán y la casa que las acoge, se me asemejan hoy a un ancianato o
a la casa de alguna abuela malquerida. Son obras tristes porque ya nadie las
visita, ya nadie les habla, ya nadie las escucha. Y hay mucho qué ver, mucho
qué decir y mucho qué escuchar. A pesar de todo, Negret sigue y seguirá siendo
uno de los artistas más importantes de Colombia y del mundo. Sus obras, esos
objetos tristes y olvidados, mantienen una vigencia inusitada. Nos hablan del
pasado, de su presente y éste presente y del futuro. Son propuestas éticas y
poéticas que religan lo humano con lo divino. Cuestionan y alaban la
modernidad. Están allí para la construcción de pensamientos y sensibilidades
nuevas y renovadas. Y sin embargo están allí olvidadas, abandonadas.
Lamentablemente, la misma o peor suerte la
sufren casi todos los que se dedican a las artes en Colombia. Peor suerte,
porque en la mayoría de los casos ni siquiera hay un documental o documentos
que puedan atestiguar su paso por esta tierra. Lo que más me aterra es que
tanto el maestro Valencia como Negret son figuras relevantes del arte nacional
y del mundo. Lo que más me aterra es que la amnesia indolente nos envuelve, nos
carcome la mente. Una amnesia que parece ser propiciada por todos aquellos que
deberían combatirla. Que parece ser producto de políticas perversas, que buscan
acabar con los afectos alegres, que atentan contra el pensamiento, contra lo
que somos y lo que queremos ser. Lo que más me aterra, me entristece y me duele
es que a nadie parece interesarle nada, sobre todo a aquellos que les compete
importarle, que tienen el poder político, cultural, social y económico (como a
los gobernantes y representantes populares que deberían velar por esas memorias
vivas). ¡Pero no! El balance final es que el arte y la cultura no importan, no
importa la memoria, mucho menos los afectos.
Publicado en la Revista Utopía #36 (Silvio Avendaño, Director y editor). Popayán, Colombia, Segundo
semestre de 2012. ISSN 0121-6406. Páginas 91-94.
El video que se menciona en el artículo, al parecer ha sido cambiado de ubicación. La nueva dirección es http://www.youtube.com/watch?v=QfWVTD8Jhv8, y son 4 partes que están en youtube
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