lunes, 17 de marzo de 2014

PABLO VAN WONG: HOMENAJE


Por: Carlos Fernando Quintero


Desde el pasado viernes 14 de marzo y hasta mediados del mes de abril, se realiza en la Sala de Exposiciones de Lugar a dudas (Cali, Colombia) la exposición Pablo Van Wong: Homenaje. En primera instancia, debo agradecer a Lugar a dudas, a Oscar Muñoz, Sally Mizrahi e Iván Tovar y todas las personas vinculadas con esta organización por el apoyo, la dedicación y el compromiso, la amabilidad y el cariño con que han asumido este proyecto. Desde mayo de 2013 recibí la llamada de Oscar para invitarme a realizar esta exposición de homenaje y desde ese momento he sentido ese apoyo incondicional para con este evento y con la memoria de Pablo. Igualmente, quiero agradecer a la familia de Pablo Van Wong, a Fanny, Mónica, Marina, Jaime, Dolly, Margarita y demás familiares, quienes han facilitado las obras, además del apoyo moral con sus palabras de aliento y su completa disposición para acompañarnos, aún desde la distancia. Igualmente, al maestro José Horacio Martínez, amigo y colega, quién compartió con Pablo en muchos eventos expositivos y en varios proyectos profesionales y pedagógicos.


Oculta su resplandor y permanece lúcido sin embargo. Metal. 1994.

Oculta su resplandor y permanece lúcido sin embargo. Metal. 1994. (Detalle)

Con Pablo Van Wong: Homenaje la invitación es a celebrar la vida de este artista, docente y amigo que nos dejó hace un año. Con la exposición evidenciamos su paso por este mundo reflejado en sus obras como artista y en sus enseñanzas como profesor, familiar y amigo.

Oculta su resplandor y permanece lúcido sin embargo. Metal. 1994.(Detalle)


Van Wong produjo una serie de obras en diferentes momentos de su proceso vital y que evidencian los diferentes procesos que han marcado el medio artístico local y global. Como estudiante del Instituto Departamental de Bellas Artes, vivió directamente un cambio importante en los procesos formativos de la institución, con la llegada de Doris Salcedo quien fue además profesora de escultura, hacia el año de 1987. Con el acompañamiento de la artista, al final de su proceso formativo, Pablo dejó salir su natural talento, concentrándolo en la exploración de los materiales que serían característicos de sus primeros años de vida profesional artística. Los metales oxidados, los alambres, las púas, los elementos orgánicos, fueron transformados de manera sin igual por el artista, logrando piezas de indiscutible y sorprendente calidad técnica.




El aporte de Pablo en el campo de las técnicas artísticas apunta a realizar actos que aún hoy sorprenden, ya que él, a diferencia de los demás escultores conocidos, realizó preciosos ensamblajes tejiendo el metal con alambres de diferentes calidades, ensamblando y uniendo elementos diversos. Las obras de ese período, entre 1988 y 1994, han sido hechas con una actitud que sorprende por su delicadeza y cuidado. Es como si los materiales, rígidos, punzantes, difíciles, se sometieran dóciles a su voluntad y decisión creadora, y permitieran la expresión libre y honesta del artista. Porque, como lo plantea Duchamp en El acto creativo, en las artes se da un proceso de transmutación y transubstanciación de los materiales. En otras palabras, los materiales son cambiados por los artistas, de manera física, transformándolos en formas relativamente controladas y, además, en sustancias o esencias otras, diferentes a su naturaleza. En el caso de las obras de este primer momento, además de los atributos técnicos antes mencionados, sus trabajos en metal generan percepciones contrarias y siempre refieren a elementos otros, por ejemplo, a lo orgánico, lo natural, lo vital, lo leve, lo suave, que se contraponen a la violencia y a la muerte, como en una especie de búsqueda del equilibrio, como en el ying y yang.

Obreción con decoración. (Detalle)


A partir de mediados de la década de 1990, Van Wong introduce un elemento nuevo en su producción artística: la luz. En primer lugar, la luz señala y transforma elementos de sus obras, como los cascos de soldados (realizados por él, en hierro fundido) en Tortugas mágicas en ronda ritual a su ración general. Con la luz, que con papeles translúcidos el artista alteró cromáticamente, para generar una sensación extraña y casi mística, los pesados cascos parecen levitar soportados sobre pequeñas ánimas. Para Llegará la noche y en caballos blancos alados… (uno de sus componentes se encuentra en la exposición actual) la luz se convierte en un elemento desvelador de lo oculto, de lo indecible, implicando una necesaria interacción. Así, el espectador debe descubrir aquello que está allí pero que no se ve, en un ejercicio que de manera metafórica, refiere a la posición de los individuos en una sociedad marcada por la violencia y el miedo.



Obrepción con decoración es la serie de los últimos años del artista. Compuesta inicialmente por media docena de bordados enmarcados en metal oxidado y vidrio, acompañados por módulos en donde se ordenan tubos de hilo con insignias y presentada por primera vez en la 6ª Bienal de Arte de la Habana. Para el 41 Salón Nacional de Artistas, Obrepción con decoración se transforma en una instalación. El artista prescinde de la imagen de los difuntos, que siempre fueron el motivo principal y central de las obras iniciales. De esta manera, la cenefa de tres módulos (la “con decoración”) enmarca el vacío de todas las víctimas, convirtiéndose en un monumento o un altar para los anónimos. Al fin y al cabo, las víctimas somos todos.


A lo largo de su vida, de su obra y de su labor como profesor, Pablo Van Wong nos convirtió lo innoble en nobleza y el horror en belleza y fantasía, sin traicionar lo original y primigenio, sin generar falsos efectos o comentarios anecdóticos y superficiales. Sus obras atestiguan su eterna vitalidad creadora, sus comentarios cargados de humor negro, certeros y, sobre todo, sabios. Desde el silencio elocuente…

sábado, 8 de marzo de 2014

GREGORIO VASQUEZ DE ARCE Y CEBALLOS Y JOAQUIN GUTIERREZ: DOS PINTORES COLONIALES EN COLOMBIA. (1a Parte)

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia
(También del baúl de los textos de otras épocas, este que saldrá en 3 partes).


Cada momento o época nos ofrece diversas posibilidades para generar lecturas sobre nuestro entorno, sobre nuestro pasado y nuestro presente. Es por esto que se hace necesario generar nuevas lecturas sobre fenómenos, que si bien pueden estar distantes en años o kilómetros, estos hacen parte de los elementos fundamentales de nuestra cultura y determinan de diferentes maneras lo que hoy vivimos. No solamente, y para el caso de la historia del arte, los artistas, sus obras, sus contextos y su tiempo, sino además los diferentes relatos o textos hacen parte del constante devenir de una sociedad. Es así como al abordar las obras de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos (Santafé de Bogotá, 1638–1711) y Joaquín Gutiérrez, vamos a hablar de sus vidas y del momento y el lugar donde vivieron y trabajaron, de los objetos (obras) que produjeron, sino que, además, abordaremos a dos autores que los comentaron en la segunda mitad del siglo XX. El primero es el maestro Luis Alberto Acuña, artista y escritor colombiano con su libro Siete ensayos sobre el arte colonial en la Nueva Granada. La segunda es Marta Traba, crítica e historiadora del arte colombo argentina, quien publicó en los años 70 su Historia abierta del arte colombiano. Dos autores contemporáneos, de posiciones disímiles y que representan, por el lado de Acuña los valores de la tradición y, en el caso de Marta Traba, los valores del modernismo del siglo pasado. Hoy, frente a una situación artística e intelectual diferente, caracterizada por la globalización económica y cultural, donde se comienza plantear el problema de la diferencia cultural antes que la subordinación, ante el derrumbamiento de los valores fundamentales de occidente y la valoración de tradiciones y prácticas culturales no occidentales, ante el replanteamiento constante e infinito de los límites y funciones de las artes en nuestra sociedad, estamos obligados a proponer una mirada acorde con este tiempo.

Como lo propone Arthur C. Danto en su libro El arte después del fin del arte, podemos dividir la historia artística en 4 fases: La primera sería el arte antes del arte, es decir, antes del siglo XVI y de la definición de arte y artista que predominó hasta el siglo XIX. La segunda etapa sería, precisamente, la que comprende desde el alto Renacimiento del siglo XVI hasta la primera mitad del siglo XIX, la cual implica un arte basado en la representación mimética naturalista. Los cien años siguientes, entre 1860 y 1960 aproximadamente, comprenderían al Modernismo y sus Vanguardias, etapa en la cual las artes indagan por su esencia, su sustancia, su fenómeno y su estructura, en relación con el individuo artista (el que expresa) y su contexto social. Está determinada este momento por la figura del artista antihéroe romántico (generalmente con vidas difíciles a nivel psicológico, económico, político y artístico), por una mezcla extraña de nihilismo y escepticismo que se relaciona con la ideología y se contrapone, sobre todo, a la utopía (el reconocimiento del malestar general de la cultura occidental y la esperanza de un futuro mejor) y, en el campo de las artes, por un afán de una definición filosófica del campo específico de las artes, que pronto se rompe. Finalmente, de los años de 1960 en adelante, una etapa post-artística y/o postmoderna, en la cual se rompe con las definiciones y los esquemas preconcebidos.

Abordar un breve estudio sobre estos dos pintores colombianos implica discurrir por cada una de estas épocas. Antes del arte no solo es el sistema de producción de la obra (incluso el hecho de considerar o no obra de arte estos productos culturales sería tema de discusión) si se plantea que el obrador o taller de artista con su división de funciones (aprendiz, oficial y maestro) hace parte de la tradición medieval, sino por la misma relación del pintor con su contexto, donde se le consideraba a veces como artesano y otras como profesional de las artes. Esto se puede inferir de algunos documentos de y a propósito de la época. Por ejemplo, en las Constituciones Sinodales de 1557, redactadas por el Arzobispo Fray Juan de los Barrios (citada por Luis Alberto Acuña) se dice:

Deseando apartar de la iglesia de Dios todas las cosas que causan indevoción… como son abusiones y pinturas indecentes de imágenes, estatuismos (…) mandamos que ninguna iglesia de nuestro obispado se pinten historias de Santos en retablo ni otro lugar pío sin que se nos de noticia, o a nuestro visitador general para que se vea y examine si conviene o no; y el que lo contrario hiciere incurra en pena de diez pesos de buen oro….[1]

A este respecto siguieron durante el siglo XVII y XVIII otras disposiciones similares, lo que determinaba la libertad creativa y expresiva de los artistas coloniales en general, teniendo en cuenta además que la iglesia no sólo era un aparato religioso sino también político y judicial (La Inquisición), en función de la regulación moral y estética (el gusto).

Igual sucedía con el reconocimiento económico a los pintores. A este respecto Acuña anota:

Ocasiones hubo en que no se recurrió al pago en dinero sino al trueque y este harto exiguo como en los casos del pintor Cavanillo de la Parra, uno de los varios discípulos de Baltasar de Figueroa, que como retribución de la pintura de un frontal aceptó una modesta sobrecama; y más adelante convino (…) con fulano Martin, barbero, con que le avía de hazer un cuadro de una imagen de su devoción y la hechura la havía de pagar en hazerme la barba, por cuya cuenta me ha hecho algunas.[2]

Este y otros relatos similares, nos dan indicios de las condiciones precarias de los artistas y del poco reconocimiento, no solo económico, sino también social que tenían los pintores coloniales en la Nueva Granada.

Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos. El pintor Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos entre dos obras a los padres Agustinos. ca. 1698.

Además, muchas de las obras, por la calidad de los encargos, estaban sujetas a los requerimientos y las intervenciones de otros artistas, bien sea en el obrador o en los lugares en que fueron instaladas, como es el caso de los retablos y las decoraciones de las iglesias y conventos, lo que implica más la creación colectiva que individual, fenómeno que se distancia de la condición de artista reconocida desde el Renacimiento.
De la época del arte podemos considerar el sistema de representación, basado fundamentalmente en la mimesis naturalista. Es así como los pintores coloniales como Vásquez y Ceballos son valorados por su proximidad a un sistema representativo que “copia el natural”, dentro del canon que tiene una directa vinculación con la tradición grecolatina, el arte renacentista y el barroco, que en su caso está mediado por la dificultad de acceder a las fuentes, el no disponer de los materiales adecuados (sobre todo en cuanto a pigmentos y otros materiales propios del oficio) y el estar supeditado a un entorno de colonia con anhelos de centro, lo que implicó su abandono total del entorno próximo al copiar los modelos europeos.

Al ser considerados como “genios” y al hablar de “expresión”, “calidades pictóricas”, más allá del oficio y “conceptos” (así sea de manera tácita), las valoraciones que hacen Acuña y Traba (solo los cito a ellos como ejemplos, pero esta circunstancia se da en otros autores de manera similar) están enmarcadas en las corrientes ideológicas de nuestra tercera etapa, el modernismo. Igualmente, el concepto de obra de arte, de estética, de belleza, solo puede ser entendido desde los aportes de la filosofía desde Kant en adelante, muy distantes en tiempo y espacio de las realidades e inquietudes de nuestros artistas en cuestión, pero que de muchas maneras afectan nuestra percepción crítica de sus obras, hoy.

La cuarta y última etapa, la posmodernidad o el arte después del arte, atraviesa todo este texto y estas reflexiones. Es el ver hoy a estos dos artistas en su contexto, con su obra, con su sistema de producción y con los diferentes textos que se han escrito sobre Gregorio Vásquez y Joaquín Gutiérrez. Implica generar o tener en cuenta ese hipertexto o metarrelato que llamamos genéricamente “arte”, que nos permite establecer relaciones de diferente orden entre los elementos antes propuestos, algo que ya hemos planteado, por lo menos de manera parcial.

Joaquín Gutiérrez. El virrey Solis. Final del siglo XVIII.


Más allá de lo biográfico, de los intentos de descifrar las obras producidas por estos pintores, de analizar el contexto y el tiempo en que trabajaron o de elucubrar sobre las condiciones anímicas y mentales de los mismos, es importante tomar una posición crítica sobre las dificultades y los prejuicios que pueden intervenir en la lectura y revisión de todo lo anterior. A ciencia cierta, podemos decir que Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos y Joaquín Gutiérrez son dos pintores coloniales que trabajaron en la Nueva Granada, el primero durante el siglo XVII y el segundo en la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX. Que provienen profesionalmente (aunque en Gutiérrez no está documentado) de un taller y fueron formados dentro de la tradición, mediada por las condiciones de la colonia. Que cada uno de ellos llegó a dirigir su propio taller, por lo cual tuvieron la categoría de “maestros”, pudiendo hacer contratos tanto con las comunidades religiosas como con la aristocracia neogranadina. Que tuvieron diferentes valoraciones y reconocimientos en su época y ascendiendo y cayendo en su reconocimiento social y simbólico, por causas diversas: Gregorio Vásquez fue el pintor más admirado de su momento, hasta el impasse en el Convento de Santa Clara, donde participó en el rapto de una novicia, razón por la cual fue encarcelado durante cuatro años, lo que lo llevó los últimos años a vivir en la miseria; Joaquín Gutiérrez fue un pintor destacado siendo el “pintor de los virreyes”, o sea el pintor oficial del virreinato, hasta la llegada del Arzobispo y Virrey Caballero y Góngora y, luego de José Celestino Mutis, quienes lo apartaron de esta posición (Luego de la llegada de estos personajes ilustres, Gutiérrez no aparece de manera significativa en la escena artística local de Santafé de Bogotá. Parece ser que se desplaza a Popayán). Los artistas dos responden de manera coherente a las condiciones de su medio y de su momento: Vásquez y Ceballos vinculado y sujeto al sistema de representación europeo, genera imitaciones que bien nos hablan de lo colonial, del ser periferia y de la situación subsidiaria de un virreinato como el de la Nueva Granada; Gutiérrez nos habla de poder inmutable y distante, de la exaltación ideal y casi divina del gobernante. Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos y Joaquín Gutiérrez son dos artistas fundamentales del arte colombiano ya que marcan en su vida, su trabajo, en su relación con el contexto valores que aún hoy permanecen en el acontecer artístico, político y social de Colombia.



[1] ACUÑA, Luis Alberto. Siete ensayos sobre arte colonial en la Nueva Granada. Presencia del desnudo femenino, páginas 26 y 27. Editorial Nelly, Bogotá, 1973.
[2] Ibid. Página 53.

lunes, 24 de febrero de 2014

YEISON RIASCOS EN EL CENTRO CULTURAL COLOMBO AMERICANO DE CALI.

(Texto escrito para la exposición de Yeison Riascos y publicado en la hoja de sala)
Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

El pintor mexicano Juan Correa (México, 1646 – 1716) fue muy reconocido en su tiempo y hoy por la calidad de sus obras pictóricas y por los temas religiosos. Entre las obras más relevantes de su prolífica producción se encuentran una serie de obras de la Virgen de Guadalupe, de la cual al parecer tenía un calco del original, y por introducir en muchas de sus pinturas religiosas, angelitos negros, indígenas y mestizos, como en Niño Dios con ángeles músicos. Con estas obras de finales del siglo XVII y principios del XVIII, comienza una tradición de reconocimiento de los afrodescendientes en la sociedad americana, como parte de los procesos de sincretismo y mestizaje, característicos de nuestro. Sin embargo, la motivación de Correa puede ser mucho más personal y autobiográfica. Se cree que el pintor también era afrodescendiente y la inclusión de estos personajes en sus obras sería un auto reconocimiento, una declaración de identidad.

Juan Correa (pintor mexicano). Niño Jesús acompañado por ángeles músicos. El que está atrás a la derecha de Jesús tiene un tono de piel más oscura.

Esta declaración de identidad, de posición en el mundo, vinculada con lo religioso aparece en las obras de Yeison Riascos (Buenaventura, Valle, Colombia, 1985). Su trabajo fotográfico parece establecer una relación con el artista mexicano. La presencia de personas de raza negra en sus trabajos parece señalar ese mismo principio de identidad de manera directa, poniendo al frente su raza. Además, los temas de Riascos plantean una mirada de lo cultural y social atravesados por lo religioso católico, como práctica espiritual que convoca y crea comunidad.

En sus primeras obras fotográficas, como en Sagrado corazón de María, San José obrero y Sagrado corazón de Jesús, el artista recrea imágenes religiosas católicas con personas de su entorno familiar y de su comunidad, trabajando en estudio y con poses preparadas. Estos trabajos recuerdan a las composiciones barrocas, sensación que se acentúa por el manejo de la luz, que recuerda el claroscuro característico de este período histórico artístico. Estas imágenes han sido compuestas de manera simple, con pocos elementos iconográficos (el corazón y el niño, que acompañan a los personajes centrales), sin mayores referentes contextuales.

Yeison Riascos. Inmaculada concepción (detalle).


Inmaculada concepción y Última cena estarían muy cercanas a esta primera serie, en cuanto a la recreación de motivos religiosos. La diferencia es que estas dos obras se realizan en exteriores y con mayor número de participantes. Así, se involucra el entorno, el paisaje, dando una ubicación geográfica, un clima (cálido y húmedo). Al ubicar los personajes bíblicos en el pacífico colombiano, las obras adquieren otra connotación. Proponen una mirada concreta sobre el lugar. También, parecen dar a entender que la espiritualidad no es sólo cuestión divina, si no también cuestión humana. Además, modifican la procedencia cultural de las imágenes, desplazándolas del ambiente europeo al americano tropical.

La serie Rostros divinos involucra una pieza escultórica de Yeison Riascos, Corona de espinas. Con esta serie fotográfica vuelve al retrato, tomando como personajes principales a las vendedoras de pescado. Mujeres que aparecen también en su serie Mujeres urbanas divinas, estas, desprovistas del elemento escultórico. Así, pone en evidencia la posición de la mujer como ser social, cultural y económico, haciendo un sencillo pero importante homenaje a quienes, literalmente, nos dan de comer a diario. Igual las fotos de Riascos buscan y encuentran en la cotidianidad los elementos simbólicos que se refieren a lo religioso. Así, el pescado, los cuchillos, la posición de una mano o del cuerpo, se convierten en el signos que refieren a la religiosidad.

Yeison Riascos. De la serie Rostros divinos.


Las fotografías de Yeison Riascos evocan y conmueven por el simple hecho de representar con personas del común, personajes bíblicos, develando en cada uno ellos ese ser espiritual que los habita. No es una simple pose, no se trata disponer los elementos para que se parezcan a un original. La mirada del artista, la disposición de los personajes y el manejo de la luz, bastan para generar imágenes poéticas, que trascienden y que además se refieren a procesos culturales y sociales, de ancestrales y actuales. En síntesis, con sus fotografías, Yeison Riascos nos habla de la realidad de las comunidades afro en Colombia, hoy.


CARLOS FERNANDO QUINTERO VALENCIA

Artista e Historiador del Arte

martes, 4 de febrero de 2014

DOS PINTORES EN LA GALERÍA DEL CLUB DE EJECUTIVOS DE CALI

Por: Carlos Fernando Quintero V.

Hasta el próximo 11 de febrero se puede visitar la exposición de los artistas Jorge Humberto Valderrama y de Efraím Zúñiga. Los dos artistas coinciden en una concepción de la pintura basada en la mímesis directa. Sin embargo, sus obras son diferentes en sus resultados finales. Los dejo con algunas fotos y la invitación a visitar la exposición. Galería Club de Ejecutivos, Centro Comercial La Pasarela, piso 11 (por la torre de parqueaderos), Cali, Colombia.

JORGE HUMBERTO VALDERRAMA








EFRAIM ZÚÑIGA







PD: Espero disculpen la mala calidad de las fotos y vayan, si pueden, a ver la expo.


domingo, 2 de febrero de 2014

PROBLEMA FUNDAMENTAL

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

La idea de “encogimiento cultural”, planteada por Robert Hughes en la introducción de A toda crítica me sedujo desde el primer momento en que la leí. Incluso diría que todo el texto introductorio de su libro de artículos me genera hoy particulares reflexiones sobre la situación de las artes, en mi pequeña parroquia y en este pequeño globo. Hughes fue uno de los más importantes e influyentes críticos del final de siglo pasado e inicios de este, en Estados Unidos. Nacido en Australia, el autor no perdió de vista quién era, de dónde venía y para dónde iba, al menos en el texto mencionado. A manera de síntesis, la idea de “encogimiento cultural” tiene que ver con esa toma de posición ética y cosmogónica, creo que muy necesaria para cualquier acto humano.

En palabras de Hughes "el encogimiento cultural consiste en asumir que cualquier cosa que se haga en el campo de la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, el cine, la danza o el teatro carece de un valor conocido en tanto no sea juzgada por personas ajenas a la propia sociedad. La esencia del colonialismo cultural es exigirse a uno mismo un trabajo a la altura de unos valores, que no es posible compartir o debatir donde se vive. A través de la manipulación de dichos valores casi todo puede aparecer como un fracaso, no importa la sensación de delicadeza, conocimiento y deleite que se pueda provocar en el propio entorno."[1]

¿Habrá más qué decir? Si, y mucho. ¿No radicarán en este encogimiento las falencias y desfaces de nuestro sistema de las artes? Pongo un ejemplo, espero que concreto y claro. Para los salones regionales de 1997, las autoridades de las artes del Ministerio (a veces pienso que podría decírsele Min histerio o mingisterio) de cultural se les ocurrió incluir dentro de la convocatoria (que en ese momento todavía era para artistas) la palabra “proyectos”. Pregunté en ese momento a la encargada si, ella creía o sabía si en las regiones más apartadas del país, Putumayo, Amazonas, Guainía, en fin, las que antes se llamaban Territorios Nacionales, los artistas tenían la formación y la capacidad para trabajar por “proyectos”. De manera descarada, y por qué no, ruin, dijo que si.

Carlos Granada. Angustia. Ca. 1970. Óleo sobre tela. 
Colección Banco de la República, Bogotá.


Pregunta similar hice a los encargados de Artes del ente gubernamental hacia el año 2006 o 2007. Mi pregunta fue muy sencilla. ¿A quién se le ocurrió la idea de hacer un salón por convocatoria de curadores en un país que no tiene un solo programa de formación de los mismos? ¿Bajo qué parámetros se toman este tipo de decisiones? Como estábamos en medio de una comida, los funcionarios de manera ágil y sagaz pusieron grandes cantidades de comida en sus bocas y con signos guturales, difíciles de describir con palabras, entre asintieron y refunfuñaron, cruzaron miradas, sonrieron y dejaron así las preguntas. Valga señalar que aún hoy, casi un lustro después del suceso y quince años después del “cambio” del salón nacional, no hay en Colombia un solo programa de formación de curadores, al menos registrado en el SNIES (Sistema Nacional de Información de Educación Superior) del Ministerio de Educación.

De las dos situaciones podría concluir dos cosas. La primera son los niveles de histrionismo y desfachatez que tiene los funcionarios públicos encargados de las artes. La verdad sorprende la capacidad y velocidad de improvisación y el dejo de credibilidad o la fuerza interpretativa. Por lo tanto, no basta la razón, la reflexión, la mirada crítica sobre la realidad nacional, en fin, lo que debería importar. Entonces, ¿cómo se toman las decisiones?

Lo otro parece que tiene que ver con la “imagen del país” hacia el exterior. En síntesis, lo que importa es cómo nos ven desde fuera, que apariencia se debe dar y no realmente decidir sobre quiénes somos (identidad)… mucho menos de dónde venimos (patrimonio) y para dónde vamos (proyección como sociedad y cultura). No. Acá tenemos que ser “contemporáneos” a la fuerza, a “pupitrazo” limpio, por decreto Min Gisterial o Min Histerial. Acá tenemos que ser “curadores” porque eso está “in” en el mainstraem… qué cuentos de formar a la gente, eso como para qué…



Aquí viene entonces nuestro “encogimiento cultural”. No importa el arte que tenemos, los artistas que han hecho una labor o un trabajo importante en estas tierras. Lo que importa es el “el modelo” de arte que se quiere imponer desde la oficinas del gobierno central, a espaldas de lo que pasa en el país. Así, recojamos, arrumacemos y quememos la pintura, la escultura, el dibujo, la gráfica y todo aquello que fue considerado arte y a todos los que se consideraron artistas, en el siglo anterior. El grave problema, el problema fundamental es el nivel de exclusión y abandono a la que se condenan, con las malas políticas gubernamentales, a los autores y a las prácticas artísticas tradicionales. Lo curioso es que si se hiciera una indagación, una observación, una encuesta o si se observa bien, las respuestas del público en general, o sea millones y millones de personas potenciales que pueden o quieren participar de los programas de arte y no solo los pocos cientos o miles de personas que van a las exposiciones y eventos actuales, la mayoría prefiere obras de arte “tradicional”, como pinturas, esculturas, dibujos y gráficas. Claro, también falta formación de públicos, si queremos de verdad hablar de arte “contemporáneo” en este país.

Tupy or not tupy: Is that the question?

Considero que ya no es el momento de caer en esa pugna dicotómica entre tradicionalistas e innovadores. Los bandos parecen caer casi siempre en lo mismo: la exclusión o la anulación del otro. No se trata de cerrar o blindar el “arte nacional” ante las influencias extranjeras o abrir sin ninguna consideración ética ni histórica las puertas de las artes a todo lo que suene a innovación y “progreso”. En los dos lados, casi en el mismo porcentaje, hay cosas excelentes, muy buenas, buenas y no tan buenas. Es difícil pensar hoy en un “arte nacional” pensado como un producto de una “pureza” racial y cultural, al estilo de “arte colombiano” o “arte latinoamericano”. También parece peligroso pensar en un “arte contemporáneo” global, sin que se considere o se tenga la posición geográfica, ideológica, cultural, racial, religiosa, sexual, de quién produce y de quién aprecia.



Lo otro, nuestra rutinaria salida fácil, independientemente de la ideología o de la facción que conformemos, siempre le echamos la culpa a “la cosa” en cuestión (la obra de arte), bien sea por “tradicional” (los innovadores) o por “innovadora” (los tradicionalistas). Por lo general, la discusión, si es que la hay, se resuelve en que “la cosa” no responde al “modelo de arte” del que emite el juicio. O sea, sin observar críticamente las obras, se las descarta o se las asume como master piece por ser “arte tradicional” o “arte innovador” (“contemporáneo” es el calificativo tradicional).

Finalmente, sería importante revisar el Manifiesto Antropófago[2] del modernismo brasilero, que poco más o menos (de pronto más menos que más) se enfrentaba a una situación similar (han pasado casi cien años y aún no superamos esta prueba, este nivel). La antropofagia, a manera de metáfora vital y no de práctica alimenticia, como estrategia de relación con el otro local y global, implica asumir al otro comiéndoselo, es decir, incorporándolo a nuestro propio devenir o ser, insisto de manera simbólica, pero desde adentro. En cierta medida, esto lo hemos hecho siempre y en esto se basaría la educación en artes (a veces pienso que, como profesor, soy una especie de doctor Frankenstein, que arma monstruos-artistas con fragmentos de cadáveres, a la manera de “póngase la cabeza de Duchamp”, “camine como Beuys”, “sonria como Picasso”, “gesticule como Warhol”, “tiene los ojos de Bill Viola”, etc). La cuestión es la postura crítica del antropófago artista. Como los antropófagos de antaño, el nuevo antropófago no deja de ser individuo, sujeto de una comunidad. Al contrario, al engullir al otro, debería reafirmar su ser.




[1] Robert Hughes. A toda crítica. Barcelona: Anagrama, 1992. P. 12.
[2] El Manifiesto antropófago de Oswald de Andrade (1928) lo pueden ver en http://www.ccgsm.gob.ar/areas/educacion/cepa/manifiesto_antropofago.pdf

domingo, 26 de enero de 2014

¡EN CALI NO HAY ARTISTAS!

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Cuentan que se inauguró este viernes 24 de enero el Cuarto guión museográfico del Museo La Tertulia de Cali, con el artista invitado de rigor. No les voy a decir el nombre aún de quién ocupa ahora la sala de invitados del museo y me voy a tomar un tiempo prudente para esto, por una sencilla razón, por un pequeño acto de memoria. ¿Recuerda usted los anteriores? ¿Recuerda las obras? Si los recuerda, ¿qué recuerda? ¿Entendió y se gozó las obras? ¿Encontró la relación del invitado del turno con las obras expuestas en el guión de su momento?

La verdad, al primero lo recuerdo porque lo vi. Al segundo no lo vi, pero como es amigo, recuerdo quién fue. Al tercero no lo recordaba y tengo una vaga imagen mental de su obra. Y de la actual sólo sé su nombre porque apareció en las noticias. ¿Ya los recordó? ¿Se acordó de las obras?

Bueno, la opción es meterse al buscador de internet (en mi caso google) y revisar los guiones anteriores. Seguro se va a tomar algunos minutos, de pronto una hora. Claro, si le interesa, si tiene tiempo. Yo lo hice rápidamente y encontré el nombre que me faltaba, el tercero, revisé su trayectoria y algunas imágenes de sus trabajos anteriores. Muy interesante el personaje. Con estudios en el extranjero, con participaciones en eventos internacionales, con buenos contactos en el mundo del arte global y con trabajo de docente en prestigiosas instituciones de Bogotá, actualmente. Su nombre: Nelson Vergara. (Pueden ver su información en http://elniuton.com/colombia/pages/vergara/vergara.html).

En esta cuarta entrega, la artista invitada es Leyla Cárdenas (http://www.lehila.net/), artista también del ámbito capitalino, con estudios en el exterior. El primero, si la memoria no me falla, fue Miler Lagos, otro de los del circuito de Bogotá. La excepción a la regla, o sea, artista que no está radicado o ha estudiado en Bogotá es Fabio Melecio Palacios, ganador de Luis Caballero y que fue invitado al segundo guión. (Esta fue la segunda exposición realizada por el artista en Cali, luego de su participación en El trabajo en Fundación Frontera sur).

Más allá de las calidades y bondades de los artistas invitados y sus obras, lo que llama la atención es que la mayoría son de Bogotá y, al parecer, no tienen vínculos con Cali. Al menos, yo no los conozco (ni a los artistas ni sus vínculos con la ciudad). Lo otro, hablando de los artistas “traídos” de la capital, es que sus participaciones, por las mismas condiciones de montaje del museo, no parecen ser relevantes, ni en relación con los guiones propuestos. Las obras que he visto difícilmente dialogan con las obras de la colección o con el espacio. Parecen más bien un injerto, un apéndice adosado, a un cuerpo armado a pedazos. Si bien las comparaciones dicen que son odiosas, también son necesarias para tener parámetros. Por ejemplo, dentro del programa de participación de artistas contemporáneos en el Museo del Louvre en Paris, Maurizio Cattelan ubicó un niño con un tambor (uno de sus humanoides mecánicos) en la parte externa del museo, si mal no estoy, muy cerca de El niño zambo de José de Ribera. Con esta pieza, el artista plantea una relación con una de las obras emblemáticas de la colección del museo, haciendo un señalamiento que marca las diferencias de tiempo y espacio (el niño de Cattelan estuvo a sol y sombra en la cornisa del museo por cerca de cuatro meses, lo que seguramente generó una reflexión sobre la infancia y sus peligros hoy y antes). El otro ejemplo es el artista norteamericano Fred Wilson quien interviene los museos y sus colecciones, como en Metal work 1793-1880, donde introduce en la urna de platería (la usual muestra del museo) las piezas de metal referentes a la esclavitud, en ese mismo período de tiempo y que nunca habían sido exhibidas como parte de las colecciones.

Maurizio Cattelan 2005.
(Tomado de http://www.art-ba-ba.com/main/main.art?threadId=5444&forumId=8) 

José de Ribera. El niño zambo. 1642.
(Tomado de http://cartelen.louvre.fr/cartelen/visite?srv=car_not_frame&idNotice=614&langue=fr)

Entonces, me salta la duda. A los artistas ¿por qué los han invitado? ¿Qué diálogos o qué aportes han realizado con su presencia en las salas de La Tertulia? ¿Acaso se les ha propuesto ir más allá de llenar un “hueco” con sus obras? Insisto, y más allá de las calidades de las obras y los artistas, y más bien discutiendo sobre cómo y por qué los invitan, sus participaciones se asemejan más a un relleno snobista que a una verdadera acción curatorial.

Fred Wilson. Metal work 1793-1880
(Tomado de http://beautifultrouble.org/case/mining-the-museum/)


Y con la presencia de los “traídos” de la capital, también parece acentuarse un prejuicio que ha marcado al Museo La Tertulia en, al menos, los últimos tres lustros. El prejuicio parece ser que, según las autoridades de la institución, en Cali no hay artistas que puedan o, mejor aún, merezcan habitar con sus obras y sus presencias, las salas de este templo tropical. Y mientras esto pasa, los artistas de Cali recorren el país y el mundo con sus obras, recibiendo los merecidos reconocimientos del medio artístico global, en ferias, bienales y museos. Baste recordar no sólo a Oscar Muñoz, quien volvió al Museo después de mucho tiempo (y por qué no a su contemporáneo Ever Astudillo), sino también a Rosemberg Sandoval, José Horacio Martínez o Wilson Díaz, artistas ya consolidados. Y por qué no a artistas emergentes o jóvenes como Leonardo Herrera, Juan Medina, Liliana Vergara, Juan Melo, Ernesto Ordoñez, Mónica Restrepo, Adrián Gaitán, Sergio Zapata, Paul Arias, Lina Hincapié, Alex Rodríguez y muchos otros que ahora se me escapan. Estoy seguro que muchos o todos los mencionados pueden generar propuestas interesantes de interacción o diálogo con el museo y su colección. Entonces, ¿por qué no los invitan? No, al parecer y según el Museo La Tertulia, en Cali no hay artistas. ¡Hasta cuándo!

lunes, 6 de enero de 2014

POSTCOLONIALISMO EN AMERICA LATINA: ESTUDIOS DE CASO Y NOTAS AL MARGEN. (2006)

Por: CARLOS FERNANDO QUINTERO V.

(NOTA: ESTE TEXTO HA SIDO TOMADO DEL BAÚL DE LOS TEXTOS PERDIDOS Y LEVEMENTE CORREGIDO DE SU VERSIÓN ORIGINAL.)

Quisiera abordar este tema desde 3 momentos de la actividad artística: 1) La producción, 2) la promoción y difusión y 3) recepción y discusión. Además, voy a asumir la posición del observador seudo-sociológico y, al mismo tiempo, el papel de informante (chismoso) y sujeto de estudio antropológico (en pocas palabras el “indio urbano” que soy).

1. PRODUCCION.

CASO 1: PILAR M.

Pilar M. fue una joven que comenzó a estudiar artes plásticas en 1987, en el Instituto Departamental de Bellas Artes de Cali (pertenezco a esa generación de estudiantes y conviví con ella buena parte del proceso formativo). Ella tenía con una serie de inquietudes en torno a la pintura figurativa, una mezcla sui generis de hiperrealismo y surrealismo, que no me atrevo a calificar hoy. Llegó en un momento álgido, difícil, convulso y confuso. Fue en el mismo momento en que llegó Doris Salcedo como la nueva directora de la que en aquel entonces era Escuela de Artes plásticas. Salcedo llegó con nuevas ideas y proyectos, con nuevas formas de trabajo y con nuevos profesores. Se podría decir que en julio de 1987 llegó el “arte contemporáneo” a Cali. Entre las nuevas ideas y formas se planteó seguir, en medio del tropicalismo ambiental, la ruta trazada por la Bau Haus. Entre las “innovaciones” se desarrolló un gusto y una tendencia por la abstracción. En ella cayó sin paracaídas Pilar M. Es así como, tanto ella como los demás que estábamos inmersos en la institución caímos en la corriente de arte abstracto que se desarrolló en Colombia al final de la década de los 80s y el inicio de los 90s. El conflicto fue mayor en Pilar. Se negó durante casi todos sus cinco años de carrera (en Colombia el título es de “maestro en Artes Plásticas” aunque no implica el nivel de postgrado) a ser una “pintora abstracta”. Entre los intersticios del régimen filtraba sus inquietudes figurativas, con una pintura que considerábamos en aquel tiempo amanerada, kischt y desfasada. Los pequeños y cortos debates se zanjaban casi siempre con la sentencia oficial: “Eso no es arte contemporáneo”. No sé qué hubiera pasado si encuentra en su camino a alguien que le hable de algo diferente a la abstracción, sobre todo al final de la década del retorno de la pintura y de la Transvanguardia. O, por qué no, vinculada a la tradición de la pintura o de las imágenes en Colombia y en Cali. Al final se graduó de Maestra en Artes Plásticas, con una serie de pinturas abstractas. Es importante decir que en la ciudad hay una historia relacionada con las artes gráficas, el dibujo, la fotografía, el cine y la literatura, que siempre ha estado relacionada con la figuración. Sólo en aquellos cinco años (de 1987 a 1992) hubo un interés manifiesto, y desde el Instituto Departamental de Bellas Artes, por la abstracción.

CASO 2: BEATRIZ GONZALEZ.

Si una figura ha marcado las últimas generaciones de artistas de los últimos años del siglo XX en Colombia, esa es Beatriz González (el otro sería, casi sin duda, Antonio Caro). Su trabajo como artista ha sido el mejor ejemplo de alguien comprometido con el arte y con una posición política, en una amalgama indisoluble y casi perfecta. Víctima ella misma de persecuciones y actos violentos (no tan violentos, relativamente, como podría suceder en un país como Colombia), me atrevería a decir que repudia con mayor fervor las referencias de algunos críticos a las pretendidas derivaciones del pop en su trabajo. En una conferencia que daba la artista sobre su obra, argumentaba no ser una artista Pop, como muchos dicen, por la sencilla razón de no haber nacido en una sociedad de consumo como la norteamericana.

De los trabajos presentados por la artista para la exposición Ante América, Carolina Ponce de León dice:

Al contrario de otros momentos en los que diversificaba al máximo las soluciones plásticas –a cada imagen, un soporte distinto-, Beatriz González se ha concentrado a partir de los ochenta en realizar pinturas dentro de una concepción formal ortodoxa. Sus imágenes recientes tienen un carácter emblemático que combina diversos registros: adornos como la “Cicciolina” (silueta femenina que adorna frecuentemente, junto con el Sagrado Corazón y el Ché, los “altares” improvisados y eclécticos de buses y camiones), ídolos populares o escenas de la violencia paramilitar[1].

(Cuando hablan de la conyuntural conmemoración del “encuentro de culturas”, sería pertinente también asociar este momento con la implementación de las políticas neoliberales en los diferentes países del continente. Creo que es en este ambiente en que se generan las primeras discusiones sobre el postcolonialismo).

El tríptico El altar (1990) es un ejemplo de la síntesis semántica que persiguen las nuevas imágenes de Beatriz González. Ahí integra, en primer plano, referencias cargadas de significación cultural, como el arquero de fútbol René Higuita y el conejo de Playboy. Detrás de esta estructura triangular, religiosa, ocurre una escena dramática en medio de la confusión espacial. El todo está enmarcado por dos frisos, en los laterales superior e inferior, que representan una tranquila escena de indígenas. Esta forma constructiva tiene un nexo con la disposición simbólica del arte religioso medieval; incluso, el motivo central, un cuerpo yaciente, establece una extraña analogía con imágenes como la del descendimiento de la cruz[2].

CASO 3: JOSE ALEJANDRO RESTREPO.

En su trabajo, José Alejandro Restrepo asume una postura crítica frente a la historia, las taxonomías y la visión del otro, apropiándose de una serie de elementos de diferente orden, para luego yuxtaponerlos. Paulo Herkenhoff, en el texto del catálogo de la exposición antológica del artista, señala este proceso de la siguiente manera:

En sus notas, José Alejandro Restrepo define su estrategia para presentificar el presente-historia a partir de la plasticidad microsocial:

A. Maniobras que implican: a) asimilar contradicciones sin salida; b) desmantelar discursos e ideologías; c) hacer resaltar paradojas (y potencializarlas), y d) develar y ocultar (poner trampas, tender mantos).

B. Estrategias de (re)constitución de la trama de la historia, a partir de la reconstrucción de otras narrativas, según: 1) el material de estudio (archivos y arqueología); 2) objetos y videos encontrados o buscados, y 3) técnicas propias más de pescador que de cazador (Doisneau).

C. Combinación asistémica de (anti)métodos: objetos parciales; recorridos interrumpidos; asociaciones inesperadas; cortes sincrónicos y asociaciones diacrónicas (transhistorias): conexiones y reconexiones (otra espiral en la espiral mítica); “abrir abismos en los lugares comunes” (Kart Kraus); en algunos lugares comunes tales como banana republic, el buen salvaje, representaciones idílicas o monstruosas, etc[3].

CONCLUSIÓN: Tres posibilidades de producir: El sometimiento por la fuerza, la hibridación y la apropiación.

2. PROMOCION Y DIFUSION.

CASO 1. INVITACION A UN ARTISTA A REPRESENTAR A COLOMBIA EN LA BIENAL DE VENECIA.

Durante los años 90s corrió el rumor que un artista de cierta importancia en la década fue comisionado por el gobierno colombiano a representar al país en la Bienal de Venecia, con el argumento, según al parecer decía la carta de invitación, que era el único posible representante ya que contaba con el hipotético apoyo económico para sufragar los gastos que requería la participación en el evento.

CASO 2. EXPOSICION DE VIDEOS EN PARIS.

El año pasado (2005) fui invitado a realizar tres muestras de video en una pequeña sala en París. En la segunda de estas muestras, dejada casi por entero mi cuestionable criterio, tomé la perversa y peligrosa decisión de presentar algunos videos de dudosa calidad técnica, realizados con medios precarios y que se salían de los parámetros de “calidad”. Como resultado de esta decisión, dos jóvenes artistas nacidos en Colombia, pero educados y residentes en París, se acercaron para cuestionarme la “calidad” de la muestra, porque los videos no tenían los supuestos requerimientos técnicos para un “contexto internacional”. Los demás asistentes, provenientes de diferentes entornos culturales, bien sea por pudor, temor, ignorancia, falta de ganas o quién sabe qué motivos, no hicieron ningún comentario, al menos no negativo.

CASO 3. LUIS CAMNITZER: EL ACCESO A LA CORRIENTE PRINCIPAL.

La discusión sobre la lucha de los diferentes grupos étnicos o nacionales, y las anécdotas sobre sus éxitos o fracasos al intentar el acceso, no son suficientes para ilustrar el asunto. Mas bien constituyen una distracción al respecto del tema central. Lo que merece la atención son los elementos comunes a la experiencia de todos: por ejemplo, el colonialismo como una fuerza que incide sobre las colonias tanto internas como externas; los valores promovidos por las instituciones educacionales que separan a las gentes de su respectiva identidad; los procesos con que el mercado crea fetiches a partir del éxito individual, considerado por encima del proceso de construcción de la cultura. Estos son los asuntos sustantivos. Es a través de estos elementos que el mercado se convierte en una herramienta de la homogeneidad, y que el término “corriente principal” se convierte en un eufemismo de sus propias acciones[4].

CONCLUSIÓN: La difusión y promoción está entonces mediada por una serie de factores externos que implican criterios diferentes a los artísticos, a la posibilidad de asimilación o de inclusión dentro de ciertos parámetros o standares internacionales y del mercado (como el criterio de calidad que discute también Nelly Richard) y por sistemas de reconocimiento artístico y cultural.

3. RECEPCION Y DISCUSION.

CASO 1. LO COLONIAL.

Marta Traba, en la Historia abierta del arte colombiano realiza una particular comparación entre el pintor neogranadino Gregorio Vázquez de Arce y Ceballos y el español Diego de Velásquez, por la simple razón de haber vivido en la misma época, de la siguiente manera:

Por eso la equiparación de Vázquez con los artistas mayores del continente europeo es un completo disparate; no sólo porque no consigue plantear ninguna creación estética, sino porque no apunta a las metas de los pintores. Cuando se dice que Vázquez es un gran colorista, por ejemplo, se está hablando de la mayor o menor eficacia lograda por un tono o una relación cromática; es decir, de nuevo se confunde arte con oficio. Porque colorista es un hombre como Velásquez, que toma un color y le exige el máximo poder expresivo, gracias a recorridos, pinceladas, imposiciones, reiteraciones, hasta que lo obliga a asumir la responsabilidad significante de lo que se está representando. O sea que recibimos el mundo formal, ético y espiritual que nos propone, a través del color y gracias al color. Jamás podríamos sentir tal poder en el color de Vázquez.[5]

CASO 2. LO POSCOLONIAL: EL PENSAMIENTO CORRECTO.

En el prefacio de la Historia del arte latinoamericano del siglo XX, Edward J. Sullivan, dice:

En 1992 la editorial Phaidon me propuso escribir una historia del arte latinoamericano del siglo XX. Si bien decliné su oferta, en su lugar les persuadí de que me permitieran coordinar un volumen escrito por historiadores del arte latinoamericanos. Estaba convencido de que, pese a la organización de numerosas exposiciones y a la importante investigación realizada por los críticos europeos y norteamericanos en el campo del arte latinoamericano contemporáneo, la voz de América Latina no se había oído siempre con la debida intensidad en los países de habla inglesa…

Quiero dejar bien claro que ha sido escrito desde una perspectiva exclusivamente latinoamericana, y que los autores han intentado cubrir un amplio campo de estudio en sus respectivos ensayos…

La estructura narrativa de los presentes textos, que constituyen una panorámica de la actividad artística latinoamericana en el siglo XX, no se diferencia sustancialmente de los patrones establecidos en cualquier otro estudio sobre arte occidental. Los lectores hallarán en ellos muchas cualidades y casi el mismo número de defectos.

CASO 3. ANTE AMERICA.

En la presentación de Ante América, los curadores afirman:

Aunque la organización inicial aprovecha las conmemoraciones del quinto centenario de la llegada de los españoles, se afirma polémicamente en una perspectiva latinoamericana y sus fines van más allá de aquella circunstancia, al plantearse un conocimiento crítico del arte en el continente y sus respuestas a una situación compleja, que las categorías postcolonial y postmoderno sólo definen limitadamente.[6]

Las exposiciones y los encuentros de Ante América quisieran ser un espacio de acción cultural latinoamericana y a la vez contribuir al disfrute, el conocimiento y la difusión del arte continental en la propia América Latina y en Estados Unidos, con una proyección integradora y de acá para allá, para establecer un diálogo de sur a norte.[7]

CONCLUSIÓN: Frente a lo colonial, un postcolonialismo moralizado o el descentramiento para llegar al centro.

AL FINAL: Cuando tomaba un café con un amigo artista, me confesó angustiado que quería ser un “artista internacional”



[1] Carolina Ponce de León. Ante América. P. 105.
[2] Ibid. P. 106.
[3] Paulo Herkenkhoff. Transhistorias: Historia y mito en la obra de José Alejandro Restrepo. p. 46.
[4] Luis Camnitzer. Acceso a la corriente principal. Ps. 88-89.
[5] Marta Traba. Historia abierta del arte colombiano. Cali: Ediciones Museo de Arte Moderno La Tertulia, s.f. p. 19.
[6] Ante América. P. 10.
[7] Ibid. P. 11.