sábado, 8 de marzo de 2014

GREGORIO VASQUEZ DE ARCE Y CEBALLOS Y JOAQUIN GUTIERREZ: DOS PINTORES COLONIALES EN COLOMBIA. (1a Parte)

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia
(También del baúl de los textos de otras épocas, este que saldrá en 3 partes).


Cada momento o época nos ofrece diversas posibilidades para generar lecturas sobre nuestro entorno, sobre nuestro pasado y nuestro presente. Es por esto que se hace necesario generar nuevas lecturas sobre fenómenos, que si bien pueden estar distantes en años o kilómetros, estos hacen parte de los elementos fundamentales de nuestra cultura y determinan de diferentes maneras lo que hoy vivimos. No solamente, y para el caso de la historia del arte, los artistas, sus obras, sus contextos y su tiempo, sino además los diferentes relatos o textos hacen parte del constante devenir de una sociedad. Es así como al abordar las obras de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos (Santafé de Bogotá, 1638–1711) y Joaquín Gutiérrez, vamos a hablar de sus vidas y del momento y el lugar donde vivieron y trabajaron, de los objetos (obras) que produjeron, sino que, además, abordaremos a dos autores que los comentaron en la segunda mitad del siglo XX. El primero es el maestro Luis Alberto Acuña, artista y escritor colombiano con su libro Siete ensayos sobre el arte colonial en la Nueva Granada. La segunda es Marta Traba, crítica e historiadora del arte colombo argentina, quien publicó en los años 70 su Historia abierta del arte colombiano. Dos autores contemporáneos, de posiciones disímiles y que representan, por el lado de Acuña los valores de la tradición y, en el caso de Marta Traba, los valores del modernismo del siglo pasado. Hoy, frente a una situación artística e intelectual diferente, caracterizada por la globalización económica y cultural, donde se comienza plantear el problema de la diferencia cultural antes que la subordinación, ante el derrumbamiento de los valores fundamentales de occidente y la valoración de tradiciones y prácticas culturales no occidentales, ante el replanteamiento constante e infinito de los límites y funciones de las artes en nuestra sociedad, estamos obligados a proponer una mirada acorde con este tiempo.

Como lo propone Arthur C. Danto en su libro El arte después del fin del arte, podemos dividir la historia artística en 4 fases: La primera sería el arte antes del arte, es decir, antes del siglo XVI y de la definición de arte y artista que predominó hasta el siglo XIX. La segunda etapa sería, precisamente, la que comprende desde el alto Renacimiento del siglo XVI hasta la primera mitad del siglo XIX, la cual implica un arte basado en la representación mimética naturalista. Los cien años siguientes, entre 1860 y 1960 aproximadamente, comprenderían al Modernismo y sus Vanguardias, etapa en la cual las artes indagan por su esencia, su sustancia, su fenómeno y su estructura, en relación con el individuo artista (el que expresa) y su contexto social. Está determinada este momento por la figura del artista antihéroe romántico (generalmente con vidas difíciles a nivel psicológico, económico, político y artístico), por una mezcla extraña de nihilismo y escepticismo que se relaciona con la ideología y se contrapone, sobre todo, a la utopía (el reconocimiento del malestar general de la cultura occidental y la esperanza de un futuro mejor) y, en el campo de las artes, por un afán de una definición filosófica del campo específico de las artes, que pronto se rompe. Finalmente, de los años de 1960 en adelante, una etapa post-artística y/o postmoderna, en la cual se rompe con las definiciones y los esquemas preconcebidos.

Abordar un breve estudio sobre estos dos pintores colombianos implica discurrir por cada una de estas épocas. Antes del arte no solo es el sistema de producción de la obra (incluso el hecho de considerar o no obra de arte estos productos culturales sería tema de discusión) si se plantea que el obrador o taller de artista con su división de funciones (aprendiz, oficial y maestro) hace parte de la tradición medieval, sino por la misma relación del pintor con su contexto, donde se le consideraba a veces como artesano y otras como profesional de las artes. Esto se puede inferir de algunos documentos de y a propósito de la época. Por ejemplo, en las Constituciones Sinodales de 1557, redactadas por el Arzobispo Fray Juan de los Barrios (citada por Luis Alberto Acuña) se dice:

Deseando apartar de la iglesia de Dios todas las cosas que causan indevoción… como son abusiones y pinturas indecentes de imágenes, estatuismos (…) mandamos que ninguna iglesia de nuestro obispado se pinten historias de Santos en retablo ni otro lugar pío sin que se nos de noticia, o a nuestro visitador general para que se vea y examine si conviene o no; y el que lo contrario hiciere incurra en pena de diez pesos de buen oro….[1]

A este respecto siguieron durante el siglo XVII y XVIII otras disposiciones similares, lo que determinaba la libertad creativa y expresiva de los artistas coloniales en general, teniendo en cuenta además que la iglesia no sólo era un aparato religioso sino también político y judicial (La Inquisición), en función de la regulación moral y estética (el gusto).

Igual sucedía con el reconocimiento económico a los pintores. A este respecto Acuña anota:

Ocasiones hubo en que no se recurrió al pago en dinero sino al trueque y este harto exiguo como en los casos del pintor Cavanillo de la Parra, uno de los varios discípulos de Baltasar de Figueroa, que como retribución de la pintura de un frontal aceptó una modesta sobrecama; y más adelante convino (…) con fulano Martin, barbero, con que le avía de hazer un cuadro de una imagen de su devoción y la hechura la havía de pagar en hazerme la barba, por cuya cuenta me ha hecho algunas.[2]

Este y otros relatos similares, nos dan indicios de las condiciones precarias de los artistas y del poco reconocimiento, no solo económico, sino también social que tenían los pintores coloniales en la Nueva Granada.

Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos. El pintor Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos entre dos obras a los padres Agustinos. ca. 1698.

Además, muchas de las obras, por la calidad de los encargos, estaban sujetas a los requerimientos y las intervenciones de otros artistas, bien sea en el obrador o en los lugares en que fueron instaladas, como es el caso de los retablos y las decoraciones de las iglesias y conventos, lo que implica más la creación colectiva que individual, fenómeno que se distancia de la condición de artista reconocida desde el Renacimiento.
De la época del arte podemos considerar el sistema de representación, basado fundamentalmente en la mimesis naturalista. Es así como los pintores coloniales como Vásquez y Ceballos son valorados por su proximidad a un sistema representativo que “copia el natural”, dentro del canon que tiene una directa vinculación con la tradición grecolatina, el arte renacentista y el barroco, que en su caso está mediado por la dificultad de acceder a las fuentes, el no disponer de los materiales adecuados (sobre todo en cuanto a pigmentos y otros materiales propios del oficio) y el estar supeditado a un entorno de colonia con anhelos de centro, lo que implicó su abandono total del entorno próximo al copiar los modelos europeos.

Al ser considerados como “genios” y al hablar de “expresión”, “calidades pictóricas”, más allá del oficio y “conceptos” (así sea de manera tácita), las valoraciones que hacen Acuña y Traba (solo los cito a ellos como ejemplos, pero esta circunstancia se da en otros autores de manera similar) están enmarcadas en las corrientes ideológicas de nuestra tercera etapa, el modernismo. Igualmente, el concepto de obra de arte, de estética, de belleza, solo puede ser entendido desde los aportes de la filosofía desde Kant en adelante, muy distantes en tiempo y espacio de las realidades e inquietudes de nuestros artistas en cuestión, pero que de muchas maneras afectan nuestra percepción crítica de sus obras, hoy.

La cuarta y última etapa, la posmodernidad o el arte después del arte, atraviesa todo este texto y estas reflexiones. Es el ver hoy a estos dos artistas en su contexto, con su obra, con su sistema de producción y con los diferentes textos que se han escrito sobre Gregorio Vásquez y Joaquín Gutiérrez. Implica generar o tener en cuenta ese hipertexto o metarrelato que llamamos genéricamente “arte”, que nos permite establecer relaciones de diferente orden entre los elementos antes propuestos, algo que ya hemos planteado, por lo menos de manera parcial.

Joaquín Gutiérrez. El virrey Solis. Final del siglo XVIII.


Más allá de lo biográfico, de los intentos de descifrar las obras producidas por estos pintores, de analizar el contexto y el tiempo en que trabajaron o de elucubrar sobre las condiciones anímicas y mentales de los mismos, es importante tomar una posición crítica sobre las dificultades y los prejuicios que pueden intervenir en la lectura y revisión de todo lo anterior. A ciencia cierta, podemos decir que Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos y Joaquín Gutiérrez son dos pintores coloniales que trabajaron en la Nueva Granada, el primero durante el siglo XVII y el segundo en la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX. Que provienen profesionalmente (aunque en Gutiérrez no está documentado) de un taller y fueron formados dentro de la tradición, mediada por las condiciones de la colonia. Que cada uno de ellos llegó a dirigir su propio taller, por lo cual tuvieron la categoría de “maestros”, pudiendo hacer contratos tanto con las comunidades religiosas como con la aristocracia neogranadina. Que tuvieron diferentes valoraciones y reconocimientos en su época y ascendiendo y cayendo en su reconocimiento social y simbólico, por causas diversas: Gregorio Vásquez fue el pintor más admirado de su momento, hasta el impasse en el Convento de Santa Clara, donde participó en el rapto de una novicia, razón por la cual fue encarcelado durante cuatro años, lo que lo llevó los últimos años a vivir en la miseria; Joaquín Gutiérrez fue un pintor destacado siendo el “pintor de los virreyes”, o sea el pintor oficial del virreinato, hasta la llegada del Arzobispo y Virrey Caballero y Góngora y, luego de José Celestino Mutis, quienes lo apartaron de esta posición (Luego de la llegada de estos personajes ilustres, Gutiérrez no aparece de manera significativa en la escena artística local de Santafé de Bogotá. Parece ser que se desplaza a Popayán). Los artistas dos responden de manera coherente a las condiciones de su medio y de su momento: Vásquez y Ceballos vinculado y sujeto al sistema de representación europeo, genera imitaciones que bien nos hablan de lo colonial, del ser periferia y de la situación subsidiaria de un virreinato como el de la Nueva Granada; Gutiérrez nos habla de poder inmutable y distante, de la exaltación ideal y casi divina del gobernante. Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos y Joaquín Gutiérrez son dos artistas fundamentales del arte colombiano ya que marcan en su vida, su trabajo, en su relación con el contexto valores que aún hoy permanecen en el acontecer artístico, político y social de Colombia.



[1] ACUÑA, Luis Alberto. Siete ensayos sobre arte colonial en la Nueva Granada. Presencia del desnudo femenino, páginas 26 y 27. Editorial Nelly, Bogotá, 1973.
[2] Ibid. Página 53.

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