lunes, 6 de octubre de 2014

SOBRE LA PINTURA EN LA CONTEMPORANEIDAD: 20 AÑOS DEL PREMIO DEL SALÓN NACIONAL A JOSÉ HORACIO MARTÍNEZ

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Desde hace ya unas dos décadas y, en especial, frente a las obras de José Horacio Martínez y otros artistas de su momento (en 1994 nuestro querido amigo gana el Primer Premio del Salón Nacional), incluso, con relación a mis propias obras de la época y después, me he planteado una reflexión discontinua sobre la pintura al final del siglo XX y hasta hoy. La reflexión se retoma por la efemérides anunciada en el título de este corto artículo, ante las exposiciones que se avecinan o están en la ciudad de Cali en estos momentos (el viernes 10 de octubre se inaugura la exposición de Juan David Medina, en el Museo La Tertulia, están terminando la exposición de Wilson Díaz en Proartes y la de Lina Hincapié en la Alianza Colombo Francesa). También, por la revisión y la relectura de algunos textos escritos y publicados entre las décadas de 1960 y 1980, y que establecen posiciones antagónicas sobre el arte de ese momento y creo se pueden aplicar hoy. En primer lugar y como dirían los narradores de boxeo, en esa esquina estarían Dos décadas vulnerables en las artes de América Latina de Marta Traba y Del arte objetual al arte del concepto de Simón Marchan Fiz (en especial, la parte que dedica a la pintura Hiperrealista) y en la otra esquina estaríanLa obra abierta de Umberto Eco y Más allá de la caja Brillo de Arthur C. Danto. Estos cuatro documentos coinciden en el tiempo y se refieren, desde ópticas diferentes, a lo que se puede llamar (o se llama) el ascenso del “arte contemporáneo”. No podré ni siquiera plantear la discusión entre estos autores, en este momento. Y sin embargo atravesarán lo que sigue…

Lo que me planteé desde mediados de la década de los años de 1990, hasta hoy, es que hay al menos dos posiciones o posturas frente a la pintura al final del siglo XX. La primera es heredera, sin rubor ni estupor, de la milenaria tradición artística. La denomino “pintura en sí misma”. La segunda puede ubicarse también en la tradición, pero más del lado del oficio pictórico, sin querer ni pretender demeritarla. La llamo “pintura como medio”. Ambas implican posiciones o posturas de los artistas frente a la pintura. Si bien pueden considerarse antagónicas, ninguna prevalece sobre la otra. Coexisten a pesar de su diferencia. Incluso se dan en un mismo artista, en momentos diferentes de su producción, como en el caso de Martínez.

Eritis sicut deis. 1994.

José Horacio Martínez se gana el Premio del Salón Nacional de 1994 con Eritis sicut deis (Seréis como dioses), una obra en técnica mixta sobre lona, de 179,2cm x 275cm. La obra es casi monocromática, predominando los colores claros, muy cercanos al blanco. Se destacan cuatro elementos figurativos: la silueta de un personaje que está gateando, dos brazos (recortados y pegados) y una silla dibujada. Unos leves contrastes entre planos pictóricos, nos dan cierta orientación espacial, a la manera de la perspectiva cromática, configurando una etérea arquitectura.


Eritis sicut deis. Detalle.


Nada mejor que para ejemplificar a “la pintura por sí misma” que las obras de José Horacio Martínez de hace 20 años. La obra impacta e inquieta, aún hoy y después de dos décadas. Como la mayoría de las obras del artista, Eritis sicut deis plantea una serie de recursos pictóricos, propios de la comprensión y el goce de la pintura en sí misma. Esto se aprecia en el tipo de soluciones plásticas que propone el artista, en ese momento. La obra está hecha a partir del encuentro inverosímil de diferentes materiales, como son el óleo y el acrílico, el dibujo y el collage. Sin embargo, no se trata sólo de lo técnico. Las soluciones formales y técnicas están en consonancia con el ser y devenir de los elementos representados, e implican una serie de conceptos e ideas del artista, en torno al espacio, lo real, lo verdadero y el ser, que deberíamos como espectadores descubrir y discutir (ese es el juego que propone el arte). De ésta manera, las técnicas y los materiales, las formas y elementos representados, los recursos pictóricos, que implican a su vez los conceptos del artista, son producto de esa esquiva conciencia artística y se desarrollan y se definen en la superficie pictórica. La amalgama lograda en estos elementos es producto del tiempo, el trabajo y la sapiencia de un artista que parece concebirse como un alquimista. Este, como que ya encontró la piedra filosofal de lo pictórico por sí misma. Así, “la pintura en sí misma” es aquella pintura autorreferencial, que se cuestiona sobre sí misma y que desborda sus límites sólo de manera poética y por el encuentro creativo con los espectadores.

Para los años de 1999 y 2000, Martínez realiza dos series de obras, donde destacaré en este momento El público. El público parte del fragmento de una imagen fotográfica de la década de 1940. La imagen de un señor aplaudiendo es repetida por el artista de manera obsesiva, en un número casi infinito. Todo parece comenzar como el ejercicio de calistenia de un artista pintor. Martínez emplea todo su conocimiento artístico para no repetir ni colores, ni soluciones, ni técnicas. Sin embargo, con esta serie, no se trata de la demostración de la habilidad o el conocimiento artístico. Aquí el juego es otro. Las imágenes de El público confrontan a los espectadores, aplaudiendo eternamente. Pero, ¿qué aplauden? ¡Ese es el juego! ¿Qué se puede aplaudir en este país, en este planeta? ¿La existencia? ¿El devenir? ¿Al ser? ¿La muerte? ¿La nada? La imagen ya no se resuelve sólo en su superficie, ante los ojos atentos del espectador. Por el contrario, la obra está más allá de la superficie. En la interacción que se propone desde ella, que, cómo espejo, nos refleja y nos confronta. Así, la obra es un catalizador que precipita reacciones. Es “la pintura como medio”.

El público. 2000.

Estas dos posturas parecen haber sido registrados por los autores mencionados al inicio de este escrito. Los dos primeros (Traba y Marchan Fiz) parecen sorprendidos y "se quejan" por algo que los toca de manera negativa. Detectan una posible pérdida del carácter poético, simbólico, metafórico, de las obras y el arte. Los otros dos (Eco y Danto) “celebran” lo que detectan como una nueva manera de hacer y de ser en las artes. Hoy, aparentemente, atestiguamos el encuentro de estas dos posiciones casi sin oposición.

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