Por: Carlos Fernando Quintero Valencia
Desde hace ya unas dos décadas y, en
especial, frente a las obras de José Horacio Martínez y otros artistas de su
momento (en 1994 nuestro querido amigo gana el Primer Premio del Salón
Nacional), incluso, con relación a mis propias obras de la época y después, me
he planteado una reflexión discontinua sobre la pintura al final del siglo XX y
hasta hoy. La reflexión se retoma por la efemérides anunciada en el título de
este corto artículo, ante las exposiciones que se avecinan o están en la ciudad
de Cali en estos momentos (el viernes 10 de octubre se inaugura la exposición
de Juan David Medina, en el Museo La Tertulia, están terminando la exposición
de Wilson Díaz en Proartes y la de Lina Hincapié en la Alianza Colombo
Francesa). También, por la revisión y la relectura de algunos textos escritos y
publicados entre las décadas de 1960 y 1980, y que establecen posiciones
antagónicas sobre el arte de ese momento y creo se pueden aplicar hoy. En primer
lugar y como dirían los narradores de boxeo, en esa esquina estarían Dos décadas vulnerables en las artes de
América Latina de Marta Traba y Del arte objetual al arte del concepto de
Simón Marchan Fiz (en especial, la parte que dedica a la pintura Hiperrealista)
y en la otra esquina estaríanLa obra
abierta de Umberto Eco y Más allá de
la caja Brillo de Arthur C. Danto. Estos cuatro documentos coinciden en el
tiempo y se refieren, desde ópticas diferentes, a lo que se puede llamar (o se
llama) el ascenso del “arte contemporáneo”. No podré ni siquiera plantear la
discusión entre estos autores, en este momento. Y sin embargo atravesarán lo
que sigue…
Lo que me planteé desde mediados de la década
de los años de 1990, hasta hoy, es que hay al menos dos posiciones o posturas
frente a la pintura al final del siglo XX. La primera es heredera, sin rubor ni
estupor, de la milenaria tradición artística. La denomino “pintura en sí misma”.
La segunda puede ubicarse también en la tradición, pero más del lado del oficio
pictórico, sin querer ni pretender demeritarla. La llamo “pintura como medio”.
Ambas implican posiciones o posturas de los artistas frente a la pintura. Si
bien pueden considerarse antagónicas, ninguna prevalece sobre la otra.
Coexisten a pesar de su diferencia. Incluso se dan en un mismo artista, en
momentos diferentes de su producción, como en el caso de Martínez.
Eritis sicut deis. 1994.
José Horacio Martínez se gana el Premio del
Salón Nacional de 1994 con Eritis sicut
deis (Seréis como dioses), una obra en técnica mixta sobre lona, de 179,2cm
x 275cm. La obra es casi monocromática, predominando los colores claros, muy
cercanos al blanco. Se destacan cuatro elementos figurativos: la silueta de un
personaje que está gateando, dos brazos (recortados y pegados) y una silla
dibujada. Unos leves contrastes entre planos pictóricos, nos dan cierta
orientación espacial, a la manera de la perspectiva cromática, configurando una
etérea arquitectura.
Eritis sicut deis. Detalle.
Nada mejor que para ejemplificar a “la
pintura por sí misma” que las obras de José Horacio Martínez de hace 20 años. La
obra impacta e inquieta, aún hoy y después de dos décadas. Como la mayoría de
las obras del artista, Eritis sicut deis
plantea una serie de recursos pictóricos, propios de la comprensión y el goce de
la pintura en sí misma. Esto se aprecia en el tipo de soluciones plásticas que
propone el artista, en ese momento. La obra está hecha a partir del encuentro
inverosímil de diferentes materiales, como son el óleo y el acrílico, el dibujo
y el collage. Sin embargo, no se trata sólo de lo técnico. Las soluciones
formales y técnicas están en consonancia con el ser y devenir de los elementos
representados, e implican una serie de conceptos e ideas del artista, en torno
al espacio, lo real, lo verdadero y el ser, que deberíamos como espectadores
descubrir y discutir (ese es el juego que propone el arte). De ésta manera, las
técnicas y los materiales, las formas y elementos representados, los recursos
pictóricos, que implican a su vez los conceptos del artista, son producto de
esa esquiva conciencia artística y se desarrollan y se definen en la superficie
pictórica. La amalgama lograda en estos elementos es producto del tiempo, el
trabajo y la sapiencia de un artista que parece concebirse como un alquimista.
Este, como que ya encontró la piedra filosofal de lo pictórico por sí misma.
Así, “la pintura en sí misma” es aquella pintura autorreferencial, que se
cuestiona sobre sí misma y que desborda sus límites sólo de manera poética y por el
encuentro creativo con los espectadores.
Para los años de 1999 y 2000, Martínez
realiza dos series de obras, donde destacaré en este momento El público. El público parte del fragmento de una imagen fotográfica de la década
de 1940. La imagen de un señor aplaudiendo es repetida por el artista de manera
obsesiva, en un número casi infinito. Todo parece
comenzar como el ejercicio de calistenia de un artista pintor. Martínez emplea
todo su conocimiento artístico para no repetir ni colores, ni soluciones, ni
técnicas. Sin embargo, con esta serie, no se trata de la demostración de la
habilidad o el conocimiento artístico. Aquí el juego es otro. Las imágenes de El público confrontan a los
espectadores, aplaudiendo eternamente. Pero, ¿qué aplauden? ¡Ese es el juego!
¿Qué se puede aplaudir en este país, en este planeta? ¿La existencia? ¿El devenir?
¿Al ser? ¿La muerte? ¿La nada? La imagen ya no se resuelve sólo en su superficie,
ante los ojos atentos del espectador. Por el contrario, la obra está más allá
de la superficie. En la interacción que se propone desde ella, que, cómo
espejo, nos refleja y nos confronta. Así, la obra es un catalizador que
precipita reacciones. Es “la pintura como medio”.
El público. 2000.
Estas dos posturas parecen haber sido
registrados por los autores mencionados al inicio de este escrito. Los dos
primeros (Traba y Marchan Fiz) parecen sorprendidos y "se quejan" por algo que
los toca de manera negativa. Detectan una posible pérdida del carácter poético,
simbólico, metafórico, de las obras y el arte. Los otros dos (Eco y Danto) “celebran”
lo que detectan como una nueva manera de hacer y de ser en las artes. Hoy,
aparentemente, atestiguamos el encuentro de estas dos posiciones casi sin
oposición.
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