Por: Carlos Fernando Quintero Valencia
A veces me aterra como, en diferentes partes
del mundo, se suceden situaciones tan similares, casi al mismo momento. Hoy,
mientras en la ciudad de Cali se presentaba un pavoroso aguacero, con rayos y
centellas, al mismo tiempo se suspendía, por los mismos motivos, un partido de
fútbol amistoso en USA. A veces pienso, cuando las situaciones tienen tanta
semejanza y en lugares tan distantes, que soy parte de un experimento como el
de la película The Truman Show (si es
así, no me lo hagan saber, por favor).
Pero no es el clima lo que me motiva este a
realizar este comentario. Son las vaginas, que parecen haberse tomado en las
últimas horas, algunos momentos o algunos espacios de nuestras redes sociales.
La más publicitada de todas es la de Deborah De Robertis que la ha puesto en
exhibición como eco fáctico de la famosa pintura El origen del mundo de Courbet. El video lo pueden ver (antes
que lo quiten) en https://www.youtube.com/watch?v=pV_0KJb0oyU#t=22.
Performance de Deborah De Robertis, mayo 29 de 2014.
Debo confesar que vaginas he visto muchas. No
es que me haya dedicado a la ginecología o que haya tenido miles de parejas
femeninas. No es necesario. Para eso está el porno, en fotografía, cine y
video, los table dance[1]
o exposiciones, como la que realizó ya hace varios años el fotógrafo Johnnie
Rasmussen en la Sociedad de Mejores Públicas, donde exhibió fotos de muchas
vaginas (de allí el cambio del nombre de la sociedad a “Mujeres públicas”).
Gustave Courbet. L'origine du monde. 1866.
(Imagen tomada de Wikipedia)
El video de la acción de De Robertis inicia
con un primerísimo primer plano de los ojos llorosos de la artista, con un
cierto acento melodramático. La siguiente secuencia está difusa y presenta la
sala donde está la obra de Courbet y las sombras de los espectadores accidentales.
Luego, se puede apreciar como la señorita De Robertis entra vestida de dorado a
la sala, se sienta en el piso, de espaldas a la pintura, levanta su vestido y
muestra su peludo sexo al público. Pronto los guardias de sala corren hacia
ella y entre gritos y brincos tratan de impedir la acción, sin éxito. Momentos
después, el público desprevenido va pasando lentamente de la estupefacción a la
hilaridad, para finalizar en una andanada de aplausos. Poco a poco los
vigilantes de sala del museo controlan la escena y hacen salir a los visitantes
de la sala. No sé cómo mademoiselle De Robertis termina su acción. El video
tiene una voz en off que repite todo el tiempo un corto mensaje en francés,
algo así como: Je suis l’origine du monde/Je suis une femme/ Je veux que vous
me reconnaître… algo así.
La verdad el performance de De Robertis me
parece banal y soso. Sería mucho más interesante similar modus operandi frente a cuadros como La muerte de Sardanápalo o Judith
y Holofernes. O por qué no, con el Nacimiento
de Venus de Boticelli, o alguna crucifixión (a ver qué artista se deja
clavar en la cruz dentro de un museo… ¿será que estoy dando malas ideas? ¡No
faltará el idiota que las copie!). Eso de “pelarse” en público ya está muy
trillado. Y, en los table dance, he
visto mejores coños, más limpitos y con mejores espectáculos.
Judith y Holofernes. Caravaggio. 1599.
(Imagen tomada de Wikipedia)
Claro, acá el problema no es ese. Acá el
problema es que en una institución museística y en la esfera del arte del siglo
XXI (que parece del siglo XIX) todavía genere escándalo una vagina exhibida
públicamente. Lo más sorprendente es que el escándalo se haya formado en una
sociedad que se reconoce por sus libertades sexuales, por los activismos en pro
de la libertad y el respeto por el género femenino. ¡Esto sí me aterra! ¡Máxima
moralia! ¡Moral en extremo! Seguimos escondiéndonos y escondiendo lo que somos…
¿No que estamos en el siglo XXI? Pues parecemos del XIX…
Lo otro preocupante es que una “artista”
mujer tenga que recurrir a métodos extremos para sobresalir en la esfera
artística global. El asunto tiene qué ver con algo que leí hace muchos años,
escrito por Rosa Olivares, cuando todavía andaba por los lados de la Revista
Lápiz. Olivares planteaba en su artículo-ensayo, que si mal no recuerdo se
titulaba algo así como Femenino/feminismo,
la situación que podemos valorar como “discriminación positiva”, es decir la valoración de las artistas mujeres por tratar temas “de mujeres”. Y, ¿qué pasa con las mujeres que
no tocan ese tipo de temas?, se pregunta la autora. Casi que se pone en
evidencia que se aceptan a las mujeres con temas de mujeres y difícilmente son
aceptadas mujeres que tocan temas “masculinos”. Por fortuna, con el paso de los
años, Olivares parece haberse equivocado. Hoy tenemos maravillosas artistas que
son valoradas por su inteligencia, su talento, su tesón, su trabajo, más allá
de las consideraciones de género y menos por exhibir su sexo.
Me parece importante aclarar que no quiero hacer
una apología a la pornografía y la prostitución. Todo lo contrario. Considero
que las mujeres deben ser respetadas hasta por las mismas mujeres y que van, ellas y sus valoraciones, más
allá de su sexualidad. Mejor aún, que las mujeres artistas deben ser valoradas
por todas condiciones físicas, mentales y espirituales, que las tienen y de
sobra. Lamentablemente, por lo general las noticias que trascienden son las
vinculadas con la sexualidad, con obras como la de De Robertis o la de una
artista, que he olvidado su nombre y circuló por red hace pocas semanas, porque pintaba
con su menstruación. Claro, lo que escandaliza vende.
Adrián Ospina. Mural de la vagina. IPC, Cali, Colombia, 2014.
Foto: Claudia Gaviria.
La coincidencia anunciada desde el inicio se
desarrolla a muchos miles de kilómetros y en un espacio de arte menos
publicitado, menos subvencionado y menos referenciado. En el Instituto Popular
de Cultura de Cali (IPC) un artista para mi desconocido pinta un mural cuya
única imagen es una vagina. La imagen llega por red, al igual que el otro. Sólo
que esta vez no trasciende globalmente. Los asiduos al IPC se han tomado fotos
interactuando con la obra. En las fotos las mujeres parecen reconocerse ellas
mismas y el único hombre que aparece juega lascivamente con la imagen. No hay
medios, ni escándalo, ni aplausos, ni polémicas. La obra, que está bien hecha,
está allí para contemplación de todos, para el deleite de todos. Al fin y al
cabo ¿el arte no es para eso?
[1]
Así se dice en México y hacen parte de la vida social cotidiana. Incluso el más
antiguo de México, y se me escapa el nombre, lo frecuentábamos con muchos
amigos y amigas y que es de los más antiguos.
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