Por: Carlos Fernando Quintero Valencia
Hoy, 18 de mayo, se celebra el día
internacional de los museos, esos espacios que parecen inocuos y neutrales, que
parecieran ser o deberían ser para el disfrute y el goce de los espectadores. En
este día especial, los museos abren sus puertas a todos los espectadores de
manera gratuita. Ofrecen además actividades especiales, como conciertos,
visitas guiadas especiales o conferencias, para atraer más audiencia y cautivar
a nuevos espectadores.
Museo de Arte Colonial de Cali.
Jardín con la original Pila del Crespo.
La verdad, pienso que no se debería llamar el
día de los museos sino el día del público, ya que este es el que celebra y es
mejor atendido de lo acostumbrado. Y porque es el público el que hace al museo,
si entendemos a este último no como una arquitectura contenedora de cosas más o
menos bien tenidas o exhibidas, sino como un lugar de intercambios, de
construcción de saberes y de comunidad, donde se conservan no sólo objetos muy
preciados, si no que se establecen los valores en torno a la identidad y al
ser, como individuos y como sociedad.
Por eso, los museos no son ni inocuos ni
neutrales. Al contrario, desde su origen responden a intereses sociales,
políticos, económicos y culturales muy precisos. Así, los museos nacionales
coleccionan lo que al estado o al gobierno le interesa preservar y presentar a
sus ciudadanos como aquello relevante e importante, dejando en la trastienda y
el olvido muchas producciones que no “interesan”, lo que no quiere decir que no
puedan ser interesantes. Lo mismo sucede con los museos de arte moderno o arte
contemporáneo. Responden a sus respectivos sistemas de creencias, a programas
sociales, culturales y económicos que se manejan con agendas ocultas y con
intenciones tácitas. Este panorama lo explica mejor, por ejemplo, el artista
Hans Haacke en su en artículo titulado Museums:
managers of conciousness (http://artcontext.net/crit/scrapbook/index.php?id=26)
una crítica severa a la idea de industria cultural y a los museos como empresas
culturales.
Virgen durmiendo. Anónimo ca. Siglo XVIII.
Claro, el mundo ha cambiado mucho en las
últimas dos décadas y las instituciones deberían adaptarse a los nuevos
tiempos. Lo preocupante puede ser que ese afán de adaptarse, pierdan su razón
de ser y, en el caso de los museos, comience a pesar más lo administrativo y la
generación de recursos, que el carácter educativo y de investigación o de
preservación. Se debería lograr un equilibrio entre lo primero y lo segundo.
Por otro lado, el goce debe ser algo inherente
a la visita a un museo, pero este no necesariamente debe confundirse con la
diversión. Si hablamos de goce estético, este se da por la contemplación e
interacción con las obras, e implica un crecimiento cognitivo y, por qué no,
espiritual de la persona que mira y contempla. Esta contemplación debe
involucrar los sentidos de manera decidida, o mejor dicho, se debería tener las
condiciones para lograr percibir las obras. Si bien esto suena obvio, a veces
no sucede, bien sea por las condiciones de la exhibición o por la disposición
del espectador. Lo otro que se involucra es el conocimiento, la razón, el
entendimiento. Ya que las obras no generan sólo el placer de las sensaciones,
sino que además deberían suscitar el placer del entendimiento y la comprensión,
debido a lo que me atrevería a llamar “crecimiento intelectual”. Vale la pena
anotar que el placer de las artes se puede presentar por fuerzas positivas o
negativas, o sea, que no sólo “lo bello” es lo que place. Pero esto ya son honduras
intelectuales para tratar en otro momento.
Indígenas con ofrenda de chontaduro para la Virgen de los Remedios.
La verdad, gozo mucho al ir a los museos.
Hace unos días visité y me gocé uno de mis favoritos, el Museo de Arte Colonial
de Cali, justo al lado de la iglesia La Merced. No es un gran museo, pero es
uno de especial recordación para mí. Recuerdo que muy niño me llevaron de
excursión del colegio. Fuimos en la buseta del liceo, que recién la habían
comprado (si mal no estoy, su primer viaje). Era muy niño aún y no pensaba en
ese momento en estudiar artes ni nada parecido. Recuerdo que llegamos al lugar
muy temprano en la mañana y no habían abierto las puertas. Nos formaron en la
entrada, los profesores tocaron la vieja puerta madera y un minuto después esta
se abrió. Para mí todo era mágico e idílico. Entré a esa vieja edificación de los siglos XVII y XVIII. Se sentía un aroma especial, se veía una luz especial. De
pronto nos enfrentamos a las primeras obras, a los primeros objetos. Recuerdo
especialmente un retrato de la colonia, de algún obispo de antaño, donde me
sorprendió y fascinó la manera en que el artista había pintado los encajes
blancos que remataban las mangas de su traje.
Cristo de la capilla de la Virgen de los Remedios.
La nueva visita, la de hace pocos días, fue
muy similar. Con el paso del tiempo y los años de formación, la fascinación y el
goce aumentan. Ahora veo cosas que antes y en cualquier otra visita no vi.
Mirar las obras con detenimiento, poder identificar elementos icónicos y elucubrar
y discurrir sobre posibles, lejanas y misteriosas historias (por ejemplo,
preguntarse sobre quién haría esta pintura, quién la habrá encargado, qué
función habrá tenido, etc). En fin, vale la pena ir a los museos y gozarse el
arte, desde lo perceptual a lo crítico.
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