Por: Carlos Quintero
De un tiempo para acá, se ha reactivado en la ciudad de
Cali el interés por la crítica de arte, con la aparición de El Pulpo, La letra pequeña y Elhenocontraproducente.
La aparación de estos nuevos aparatos de opinión coincidió con la publicación
de los escritos del colectivo Ojotravieso,
por parte de la curaduría Desde el malestar, casi como una necesidad caprichosa
de Juan Sebastián Ramírez. Si bien he aplaudido estos espacios nuevos, muy
necesarios para el arte de la ciudad (incluso alguna vez ofrecí apoyo a uno de
ellos), como un preocupante y confuso fenómeno paralelo, en los últimos meses,
han venido circulando en red una serie de escritos que hacen referencia y
atacan personalmente a miembros de la comunidad artística local, en especial a
Juan Sebastián Ramírez, Sally Mizrahi y Oscar Muñoz. Incluso, y me lo han
preguntado directamente o lo han insinuado en algún comentario perdido, se ha
pensado que quien escribe ha sido autor de algunos de los primeros (los nuevos
espacios críticos) y, sobre todo de los segundos (los panfletos).
Debo decir que me siento muy halagado por parte de todos
los que han pensado o piensan que estos escritos son de mi autoría. Muy
halagado porque después de tanto tiempo en el prestigioso anonimato, aún se
acuerda de mí, aunque sea para intentar desprestigiarme. La verdad, me tiene
sin cuidado aquello del prestigio o del desprestigio. He trasegado tanto por
los dos, que ya no me importan. Tampoco quiero defenderme o aclarar nada. Lo
que sí considero, desde mi inconmensurable ego (este que me ha llevado a ser comparado
con un porteño más) es que definitivamente les hago mucha falta y necesitan de
mí. Advertí que el ego es inconmensurable. Por este motivo he decidido salir de
mi delicioso ostracismo, para, nuevamente, pluma en ristre, atacar los molinos
de papel y viento de las artes locales, nacionales y, si alcanza el
presupuesto, las internacionales (se aceptan donaciones y dádivas, en cheques o
en billetes).
Mi primera labor es distinguir y orientar los fenómenos
escritos mencionados con anterioridad. Permítanme regresarme a mi origen en
estas lides. Lo primero fue el Periódico mural D Goya 2, que realizamos con dos insignes compañeros de Bellas
entre 1987 y 1988: Armin Trogger y César Arturo Castillo. Allí empezamos una
actividad crítica dentro de la institución, que estuvo acompañada de varias
polémicas internas. Si bien todo era muy incipiente, recuerdo que nos
divertimos mucho y algún aporte se hizo a la construcción de varios procesos,
como el Cine Club y el primer Salón de Estudiantes.
Al final de la década de 1990 aparece Ojotravieso. Si bien el inicio fue sin
ninguna pretensión, antes de la aparición de OT, habíamos leído la crítica de
arte nacional del momento. Sí, porque en ese momento aparecían artículos de
crítica de arte en los periódicos nacionales y locales. Así, semanalmente, se
publicaban textos de Eduardo Serrano, Ana María Escallón, Carolina Ponce de
León, José Roca y Camilo Sierra. José Roca había ya iniciado su portal Columnaarena. La verdad, es que el
inicio de OT se da más porque no nos gustaban o no estábamos de acuerdo con
muchas cosas que estaban pasando. Por ejemplo, y creo que lo más importante,
era la concentración de poder en un mismo personaje, caso que se daba
especialmente con Ponce de León y, luego, José Roca, a nivel nacional, caso
Miguel González, en el ámbito local. La cuestión principal era (y es) ¿cómo
puede la misma persona ser a la vez el gestor o funcionario público, el curador
y el crítico? ¿qué clase de crítica se puede realizar cuando todo cae en la
misma persona? Veíamos en aquel momento que la crítica era como una perrita
dócil y mueca, que se dedicaba a menearle la cola a cuanta exposición se hacía
impunemente. La detonante fue El traje
del emperador.
Ahora bien, en ese momento entendíamos cual era labor de
la crítica. Lo entendí desde D Goya 2
y la entiendo ahora, como una labor que aporta al medio de las artes
estableciendo parámetros de reflexión y análisis casi en el momento en que se
realizan (diferente a la historia del arte o a la teoría del arte, que
generalmente llegan mucho después o mucho antes). Mejor dicho, la crítica
debería ofrecer una serie de cuestionamientos en el plano de la ideas, los
conceptos, en relación con las prácticas artísticas, la estructura del medio y
el funcionamiento del campo del arte. Esto la llevaría más allá de las meras
opiniones u ocurrencias y, sobre todo, de los ataques aleves contra las
personas y las instituciones. Creo que en esto se cuidó al máximo OT y por eso
su efectividad como medio crítico.
También, entiendo la crítica como un género literario,
sobre todo siguiendo a dos de mis fuentes primordiales: Robert Hughes y Octavio
Paz. Esto implica que no basta con tener las ideas, los conceptos o los argumentos,
sino que además hay que saber o al menos intentar hacerlos llegar de una manera
clara y grata a los lectores.
Teniendo en cuenta lo anterior es que aplaudo la
aparición de La letra pequeña y Elhenocontraproducente. Considero que
son espacios que se comienzan a consolidar como espacios críticos importantes,
aunque siento que aún falta por construir. También hay qué advertir, y sobre
todo Elheno… en sus últimas apariciones creo que se está dejando llevar o está
cayendo en la trampa de lo panfletario.
Por otro lado están los panfletos difamatorios a los que
me referí anteriormente. Estos carecen de rigor crítico, así esbocen algunos
preconceptos. Los que conozco se quedan en la superficialidad del ataque sin
justificación, gratuito y sin argumentos. Casi que lo único que plantean es un
lloriqueo maluco, algo así como “¿por qué a ellos sí y a mí no?” o, peor aún,
lamentando que hagan, como para no dejar hacer. Mejor dicho, ni hay argumentos
de peso, ni hay aportes. Todo lo contrario, contribuyen a enrarecer más este
raro medio y apuntan a acabar lo poquito que hay. En definitiva, si bien hay
una motivación al cuestionamiento, esta se diluye en el lagrimeo y la congoja
de vieja plañidera.
Lo que sí es preocupante es que se repliquen y difundan
este tipo de comentarios por parte de personas del medio de las artes de Cali.
Debo confesar que los primeros me llegaron y ni siquiera puse en conocimiento a
los interesados e interpelados. Y creo que me los enviaron con el interés de
que sirviera de medio de difusión, como “idiota útil” (tacaron burro, prefiero
ser un “idiota inútil”). Lamentablemente, muchas personas cayeron en el juego.
Lo otro preocupante, más preocupante aún, es que el eco de estos panfletos sí
parece indicar que el malestar continúa. Es decir, hay más tela para cortar.
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