domingo, 22 de febrero de 2015

PLASTILINA Y CRAYOLAS: EL SEXTO GUIÓN CURATORIAL DE LA COLECCIÓN DEL MUSEO LA TERTULIA.

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Quisiera empezar por decir que lo que falta en esta ciudad es educación de calidad, posgrados en artes y afines (maestrías y doctorados) y mundo, entendido este último como una visión sobre lo que realmente pasa en el planeta. Y lo digo primero con la preocupación de quién ha visto, generación tras generación, la desaparición y la muerte de lo mejor del talento y capital humano por falta de oportunidades para crecer intelectual y espiritualmente. Estamos en una maraña social y cultural, en una especie de remolino rivereño, donde no se puede más que girar sobre un mismo centro, con la creencia de que en cada giro, vamos a salir de círculo, sin poderlo hacer jamás. Insisto que las víctimas de todo esto son los más jóvenes. Ellos, con sus sueños de juventud se prestan a un juego sutil y macabro, que, como jugar a la guerra, los pone en situación de carne de cañón, sin las armas y las herramientas necesarias, que en estos casos son vivenciales, de conocimiento y espirituales. Así terminan de “artistas de moda” (en esta ciudad son niños blanquitos y monitos, de familia “prestante”, con dinerito y estudiantes o egresados de Bellas Artes) que son catapultados como “bebés pajaritos”, logrando tener, a lo sumo, un corto vuelo, antes de ser “abandonados a su suerte” y en el peor de los casos, estrellarse contra el pavimento. Otros serán pronto reclutados por las ávidas y voraces instituciones educativas de las cuales apenas han egresado y se convertirán de la noche a la mañana en “profes”, para repetir de la manera más inocente, las mismas lecciones de sus maestros, que tanto odiaron. Si no, si se les aparece la virgen del ministerio o del museo, serán curadores de ocasión. Claro, las oportunidades se deben aprovechar, pero muchas veces terminan estancados en ese turbio remolino, sin la posibilidad de ir más allá.

“Yo también tuve 20 años y un corazón vagabundo”. Fue ya hace mucho tiempo. Hoy ya tengo dos veces 20 años y unos años más. Y también comencé mi carrera de profesor muy joven, al igual que el camino de la crítica, la curaduría (aunque alguien, de manera muy acertada me dijo que yo no era “curador” sino “enfermador”) y también “fui” artista joven… ¡Pero eran otros tiempos! Comencé en eso de lo “profesional” en 1993, justo un año después de promulgada la famosa y vilipendiada Ley 30 de la Educación Superior, que establece como grados de aprendizaje, además del pregrado, los posgrados (especialización, maestría, doctorado y posdoctorado). Y justo en aquella época se comenzaron a implementar los primeros. Curiosamente, son casi los mismos que hoy.

Los posgrados no son un embeleco o un accesorio innecesario, que sólo sirven para tener “más cartones” o para “conseguir trabajo”. Curiosamente esos argumentos los esgrimen los viejos profesores que a duras penas han pasado por la universidad en pregrados, o sea, que no saben de lo que hablan. Los posgrados se deben implementar porque el conocimiento, en su cantidad, calidad y acceso ha crecido de manera exponencial en las últimas tres décadas, lo cual hace insuficiente el pregrado, como espacio y tiempo para conocer y profundizar en cualquier disciplina. ¡Y todo parece volverse cada vez más complejo! Otro punto a revisar es que a los profesionales con posgrados les pagan más… ¿Será que prefieren a los jóvenes recién graduados porque salen más baratos? Además, por lo general, un profesional con un nivel alto de formación, exige más, pregunta más, solicita más, jode más. Y, para completar, los que ya están vinculados a las instituciones y carecen de estos niveles de formación, se pueden sentir amenazados e incluso pueden ser reemplazados por los “formados”.

Son muchos los factores a tener en cuenta en todo este seudosistema. Todo se enlaza y se encadena. Pero ¿qué tiene qué ver los problemas de las instituciones educativas, con el Sexto Guión de la Colección del Museo La Tertulia de Cali? La respuesta es muy sencilla… ¿Qué distancia crítica, qué criterio puede tener una comunidad que carece de formación, que no ha visto una buena exposición en su vida? Porque, lamentablemente, en esta ciudad y en este país es muy difícil ver una buena exposición. Yo, en casi 28 años de habitar el campo de las artes, por acá he visto muy pocas. Las buenas que he visto, por lo general, han sido fuera mi terruño[1]. Entonces, si no se ven buenas exposiciones y se crece pensando que sí, ¿qué criterio se tiene?

De todo lo anterior, se deriva una pregunta: ¿qué es una buena exposición? Lo resumo en pocas palabras. Lo primero es que haya al menos un concepto o una idea en juego y este juego implica una investigación minuciosa y rigurosa. En segundo lugar se debe tener un guión curatorial que responda a los postulados de la investigación y donde se propone un discurso a través de las obras o los documentos a exhibir. Finalmente viene la “puesta en escena” en una museografía adecuada, que tiene en cuenta, además de las condiciones de preservación preventiva de las obras y documentos (que es lo más obvio), las relaciones discursivas de las obras, los posibles recorridos y respuestas del público, las “tensiones” entre los espacios del museo, las obras y el público (la adecuada iluminación, el diseño de piezas impresas y de ayudas, también están dentro de lo obvio).

De los seis guiones, apenas y con pena habré visto cuatro y ninguno tiene nada de lo anterior. No veo concepto, guión ni investigación en una propuesta que parece diseñada por Dummies y para Dummies. La distribución taxonómica aplana y ridiculiza a todas y cada una de las obras, convirtiendo al museo en poco más que un Gabinete de curiosidades de siglos pasados o en un decorado loft de señora snob. O si no, ¿explíquenme cuál es la propuesta o el concepto con el cuál se arman estos esperpentos de exposiciones? Entendiendo que, desde Sócrates (el filósofo griego, no el jugador de fútbol brasilero), se plantea la diferencia entre idea, opinión y ocurrencia, la estructura general con la que se insiste mostrar (preferiría decir despreciar) la colección de La Tertulia parece una ocurrencia salida de una fiesta, más que del producto de un trabajo intelectual serio. ¿Por qué insistir en ese engendro?

Por otro lado, no podría hablar de una “propuesta curatorial” cuando se carece de ideas o conceptos. La selección de obras parece responder al capricho o al azar del momento, sino es que a compromisos extra institucionales. La impresión que me da, para ser más claro, es que las obras se exhiben para “oriarlas”[2] o porque se quiere halagar a alguien externo al museo. Y esta impresión y esta sospecha se dan porque todo se ve improvisado, sin sentido, desangelado, desabrido… Finalmente, las obras están mal dispuestas, mal colgadas y mal montadas. Mejor dicho, de museografía es mejor no hablar, porque no hay.

En todo falta compromiso y verraquera. No hay un problema. No hay una tensión. Por poner un ejemplo, para el Sexto Guión han “sacado” obras de León Ferrari, acompañadas de las cartas que el maestro argentino envió en su momento a la directora del museo (la de aquella época, doña Maritza). Las de Ferrari, como casi todo lo suyo, son obras interesantes e importantes, que proponen una mirada crítica de la sociedad. Pero se “olvidaron” de la última donación que hizo, la más “polémica”, la que le podría haber puesto sazón a la exhibición: Nosotros sí sabíamos, la reproducción de las notas de prensa de su natal Argentina en época de las dictaduras, donde se reseñan los hechos violentos. La obra fue donada en el marco del 41 Salón Nacional… Conociendo nada y mal a Ferrari, su donación hoy tiene para mí especial significación, una significación con un alto sentido político, con un importante cuestionamiento: ¿Nosotros sí sabemos? Y, si de “oriar” las obras de Ferrari se trata, ¿por qué ventilar esta? ¿Será por la incómoda pregunta? Claro, porque una pregunta así, en una ciudad y en un país como este, donde masacran y descuartizan niños, donde reina la impunidad, la injusticia y el desconcierto, una pregunta de esas es, al menos, “incómoda”… Este es el gran problema de estos “guiones”: No hay preguntas, no hay compromiso, no hay riesgo. Si no, ¿qué tienen qué ver estos “guiones” con este “país de mierda”[3]? ¡Ni mierda! [4]Se transitan territorios conocidos, sobre lo ya aceptado. No hay pensamiento. Parafraseando a Heidegger, sólo un poco de cosas colgadas de los muros o guardadas en anaqueles, como los rifles de caza o las papas del mercado. Y siguiendo al filósofo, las meras cosas no incomodan y son confortables.

Lo triste de todo es ver a los jóvenes sonreír, acompañar y aplaudir tan pobre espectáculo. Esos mismos jóvenes que, espero que no, pronto serán “engullidos”, “masacrados” o “desaparecidos”, como muchos que ya no están, por este seudosistema del arte. Nadie dice nada, nadie cuestiona, nadie pregunta. Nada. El remolino rivereño sigue. Las universidades siguen ofreciendo sus mismos “planes de estudio” maquillados. Después de 22 años, nada de posgrados. El mundo sigue su marcha a velocidades insospechadas. Plastilina y crayolas…



NOTA: En las siguientes direcciones se encuentran artículos anteriores que critican los guiones de la colección del Museo La Tertulia…









[1] Recuerdo con gusto la de Remedios Varo (con curaduría de José Roca), la de Rirkrit Tiravanija, Dyonisiac y Dada (Pompidou) y Picasso y Bacon en París, La era de la discrepancia (Cuauhtémoc Medina y Olivier Debroise) y las de Vik Muniz, Thomas Hirshhorn, Frida Kahlo, Diego Rivera, Gabriel Orozco (esta tres en Palacio de Bellas Artes) y Damian Hirst en México DF, sólo por citar unas cuántas. La mayoría que siguen viniendo a mi memoria, fuera de Colombia y una que otra en Cali pero hace rato (las de Oscar Muñoz y Ever Astudillo en los 80, las de Rosemberg Sandoval, José Horacio Martínez y Pablo Van Wong en los 90, muy pocas para tantos años)… Acá siempre ha faltado investigación y contexto.
[2] Expresión popular de las madres que implica dar aire a telas y ropas que tienen hongos o mal olor.
[3] César Augusto Londoño en CM& Noticias, la noche en que asesinaron a Jaime Garzón.
[4] Me gustaría analizar qué tienen que ver las colecciones de arte nacionales o regionales, con las realidades del país y las regiones… Mi hipótesis es que muy poco o nada…

domingo, 15 de febrero de 2015

EN TORNO AL ARTE CONTEMPORÁNEO (1)

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Ya entrado este siglo XXI, a tres lustros de su inicio, que bien parece poco lustroso, todo parece indicar que las discusiones del siglo anterior están lejos de ser superadas y retornan con cierto tufo melancólico y avinagrado, al menos en el caso de las artes. Hoy, de la mano o de la pluma o de la lengua de personajillos recalcitrantes se reviven las viejas preguntas: ¿Qué es eso del arte contemporáneo? ¿Será arte? ¿Será contemporáneo? Son preguntas que fácilmente podrían estar cumpliendo cien años, si nos vamos a los orígenes de los fenómenos artísticos a los cuales nos podríamos referir. Ya hace casi cien años, las huestes Dada estaban alistando sus barricadas y puestos de combate, en medio de una guerra absurda, como todas. O son preguntas que al menos llevan medio siglo, si nos ubicamos en las artes de la posguerra (de la Segunda Guerra), con el surgimiento de tendencias Neo Dada y otras, a lo largo y ancho del planeta.

Lo que me extraña y me perturba es que después de tanto tiempo y tantas cosas ocurridas, pasadas, discutidas, escritas y hechas, personas con educación artística o cercanas a los problemas de las imágenes, retomen estas viejas preguntas y repliquen las absurdas e ignaras argumentaciones de autores retrógrados. ¿Qué indica esto? ¿Será que falta de más información y más formación? ¿Será una muestra del desinterés y la poca capacidad crítica y de estudio? ¿Será que nos quedamos en lo superficial y superfluo y no se indaga más allá, en las fuentes de los acontecimientos y los fenómenos? O, ¿será que nuestra sociedad actual no nos permite ir más allá? O, ¿todas las anteriores y más? No sé. No sé por qué, ni qué pasa. Lo único que me atrevería a afirmar es que, antes de afirmar o refutar cualquier fenómeno, de postear hasta volver viral cualquier información, cualquier artículo, nos deberíamos tomar una tiempito y preguntarnos sobre la veracidad, la pertinencia, la calidad de lo que se replica y no caer en el automatismo del “like”, más si de una discusión profunda se trata. Esto podrías ser hasta un “mínimo ético”, sobre todo para aquellos que estamos en el campo de las artes. El problema es grave y difícil y no se debería banalizar.

Hace muchísimos años me invitaron a realizar una charla sobre mi obra (en aquella época me consideraban artista, aún…) Comencé la perorata afirmando que para que exista “arte contemporáneo” se deben cumplir dos condiciones, fundamentales, esenciales e indiscutibles: la primera condición es que, sea lo que sea, más allá de las formas y las técnicas, la cosa o el fenómeno al que nos referiremos debe ser “arte” y lo segundo es que debe ser “contemporáneo”. Mi intención, con esta respuesta tautológica, es retornar a la definición de los conceptos y evitar la presunción del conocimiento de los mismos. Si mal no estoy, la invitación y la charla fue por allá en la década de 1990. Antes de la invitación, ya había comenzado a reflexionar y estudiar sobre el asunto. Después lo he hecho un poco más. Espero poder resumir, brevemente, mis conclusiones sobre eso que se suele llamar “arte contemporáneo”.

Primera condición: Que sea arte.


Por lo general, en lo común, se manejan tres definiciones generales de arte: 1) Arte es “lo bien hecho”, referido a las técnicas, los materiales y las formas; 2) Arte es “lo que expresa”, desde el sentir del sujeto artista y más allá de las técnicas, los materiales y las formas; 3) Arte es “lo que comunica”, donde pesa más el “mensaje” y “la cultura” (“cultura” como tradición, identificación o conocimiento). Desde mi punto de vista, ninguna de las tres satisface ni es suficiente para determinar lo artístico. Lo artístico puede ser algo “bien o mal hecho”, puede o no “expresar”, puede o no “comunicar” y a pesar que cumpla alguna, varias o todas estas condiciones, una cosa o un fenómeno puede o no ser artístico. Lo anterior me lleva a proponer una cuarta definición, que es la menos común de todas y es que aquello que por lo general llamamos arte tiene un carácter “poético”, es decir, que sobrepasa o trasciende lo prosaico, lo literal, lo anecdótico y se refiere a “otra cosa”[1]. Coloquialmente, siempre acudo a “La espada del augurio” de los Tunder Cats, que permite “ver más allá de lo evidente”. Y, para mí, de eso se trata el arte, de ver más allá de lo evidente. Ese es el carácter poético.

Tomado de http://fc09.deviantart.net/fs17/f/2007/125/c/e/Espada_del_Augurio_2_by_DrAkMa.jpg

Segunda condición: Que sea contemporáneo.

La definición de contemporáneo refiere al tiempo presente, como en el instante o como en un presente continuo. Así, lo contemporáneo refiere a lo de hoy, a este momento, a esta época. Pero ¿cómo funciona esto en las artes? En términos generales, lo contemporáneo en las artes se asocia con la primera definición propuesta antes, es decir, con lo “bien hecho”, con las técnicas, los materiales y las formas. Así, muchas veces se considera contemporáneo aquello “bien hecho” en técnicas como la instalación, el performance, el objeto, el video (hay qué anotar que muchas veces lo “bien hecho” contemporáneo puede ser lo “mal hecho” tradicional). Y puede tener algo de razón, ya que las técnicas actuales plantean problemas imaginativos igualmente actuales, respondiendo a una sensibilidad o un sentir de esta época. Sin embargo, tampoco me parece suficiente, ya que la instalación, el performance, el objeto y hasta el video, tienen una larguísima historia y presencia en las artes, mucho antes de estas épocas. Por citar un rápido ejemplo, los altares y retablos de las iglesias barrocas (y sólo para hablar del Barroco) ¿acaso no eran instalaciones? Los Autos de fe ¿acaso no pueden considerarse performances o happening?s (si mal no estoy de allí derivan muchos de los artistas del performance de la historia reciente) ¿Acaso las procesiones no pueden ser entendidas “motion picture” o imágenes en movimiento, como el cine o el video? Y, ¿acaso los objetos-arte no pueden ser reliquias, como las de los santos? Con todo irrespeto, quien piense que la utilización de un medio artístico y tecnológico actual lo hace “artista contemporáneo” o está cañando (entre engañando y burlándose) o no tiene consciencia histórica ni crítica.

Nuevamente, con irrespeto, lo contemporáneo es poco menos que un sofisma, al menos planteado desde las técnicas, los materiales y las formas. Incluso me atrevería a decir que un planteamiento desde ese punto de vista es retrógrado y absurdo. Devuelve la discusión al menos cuatro siglos, a los orígenes del término “bellas artes”[2]. Y yo quisiera entender y proponer la contemporaneidad desde otra dimensión y desde otro espacio. Ese espacio es el del pensamiento, que se relaciona pero no se determina por un hacer. Y, entonces, ¿cómo, cuándo y dónde lo contemporáneo?

Nuestra mirada y concepción del mundo ha cambiado radical y sustancialmente en el último siglo y medio, a partir de los aportes de grandes pensadores, de los cuáles destacaré cuatro, como ejemplares: Karl Marx, Charles Darwin, Sigmund Freud y Albert Einstein. Aclaro e insisto en que no son los únicos. Hay muchísimos más, entre hombres y mujeres. Los pongo como ejemplo, ya que fueron fundamentales en el origen de los problemas de la “contemporaneidad”, es decir, de la mirada, el sentir, el pensamiento de esta época. A partir de sus aportes al pensamiento en general cambió, o debería haber cambiado, nuestra concepción de humanidad, de sociedad, de cultura, de pensamiento, de realidad y verdad. Y en síntesis, sin ganas de hacer gala y alarde de mi ignorancia, su gran aporte es pasar de la certeza divina a la incertidumbre humana. Esta, la contemporaneidad del pensamiento, de lo incierto humano, convertida en propuestas poéticas, es la que me interesa y la que les propongo, para comenzar a hablar de “arte contemporáneo”.

Desde esta concepción, lo contemporáneo en las artes está ligado al pensamiento y el sentir. Así, un artista contemporáneo debería tener o estar vinculado a planteamientos teóricos y miradas críticas sobre la realidad actual, y a partir de estos realizar sus propuestas artísticas, siendo técnicas, materiales y formas, medios y fines que propongan o susciten la mirada del espectador, que a su vez aporta a la construcción de la obra desde la discusión. Y desde la discusión, que también es el discurso sobre las obras, es que estas se completan y actualizan. Lo que sucede cuando se ve y se discute hoy, a través del pensamiento y el sentir de esta época, una obra de este tiempo o del pasado, es que las primeras se terminan de construir y las segundas se actualizan o “contemporanizan” (mejor ejemplo, la Gioconda, que cada uno de sus “nuevos” discursos, de sus nuevas lecturas, modifican el sentir y el significado de la obra, dando más de qué hablar y así sucesivamente). De esta manera, todo el arte que se discute hoy, es contemporáneo, más allá de que hoy se haya hecho, con “técnicas actuales”. Y, más allá de las técnicas, materiales y formas de la tradición, el arte es arte por su carácter poético, por esa capacidad de suscitar esa otra mirada, esa otra significación, esa otra lectura, esa constante y continua discusión.


Tomado de http://www.argenteam.net/resources/images/7564b4e1c45aa8405b3731ea0c0cdc5c.jpg




[1] Mi encuentro con “lo poético” de las artes se dio en primer lugar desde El arco y la lira de Octavio Paz y luego en La poética de Aristóteles. Recomendaría ver también Metáfora viva de Paul Ricoeur.
[2] Charles Batteux. Les Beaux-Arts réduits à un même principe. 1746.

martes, 16 de diciembre de 2014

¡CALLATE, CALLATE, CALLATE! QUE ME DESPERAS! O, ¡AVELINA POR QUÉ NO TE CALLAS!

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Insiste El Malpensante, una triste revista colombiana, que empezó bien y está terminando muy mal, en reproducir los artículos de Avelina Lésper, una señora que parece se las da de historiadora y crítica de arte, salida de lo más profundo del inframundo de la ignorancia, a reptar por lo laberintos del pensamiento artístico cual Golum. La verdad, cuando he visto sus artículos, no he pasado más allá del segundo párrafo. Son tantas sus deficiencias, sus desconocimientos, sus dudosos prejuicios, sus errores, sus lugares comunes, sus clichés, en tan pocos renglones que no sé qué mente puede pensar en publicarlo y mucho menos en leerlo. Lo lamentable es que lo publican y lo replican como verdad revelada, generando un ambiente de reconocimiento que considero terriblemente peligroso y “confundidor” sobre todo para los jóvenes de las artes. Aprovechando que el último artículo publicado por la moribunda Malpensante (dicen que está que se acaba) no es tan extenso y que la señora Lésper condensa sus más comunes y ridículas apreciaciones, me propongo realizar un acto de autosacrificio y leer completo, con comentarios para ustedes el horroroso texto. No sé si llegue hasta el final, pero al menos haré un esfuerzo, “pensando en los niños”, como la señora de los Simpsons… El artículo se puede leer (aunque no lo recomiendo) en http://elmalpensante.com/articulo/2944/robar_plagiar_mutilar. ¡Aquí vamos! Deseenme suerte… (hasta me persigné).

Primer párrafo… a ver si paso de este…

1.    “Duchamp declaró que el artista debería ser un pensador más que un hacedor y que, por lo tanto, había que deshumanizar la obra.” La idea que el artista sea más un pensador que un hacedor no es de Duchamp. Esta es una idea que está en la génesis de las artes, al menos, desde Platón y Aristóteles. No entiendo la asociación que hace la Lésper entre pensar y deshumanizar. Mejor, ¿cómo el pensamiento deshumaniza? ¿Acaso no somos humanos porque pensamos? O ¿será que su concepción de lo humano tiene que ver con lo bípedo y la emisión de sonidos por la boca?

2.    “Este momento coincidió con la revolución tecnológica: la industria buscaba diferentes medios para fabricar artículos en serie y Duchamp se dejó deslumbrar por el progreso, dando la espalda a la devastación que sufría Europa durante la Primera Guerra Mundial”. ¿Duchamp se dejó deslumbrar por el progreso? Es posible, pero no fue el único. La idea de progreso tecnológico e industrial sedujo a todo el mundo, porque en cierta medida funcionó muy bien. La crítica vino después. Pero, de otro lado, lo que hace Duchamp es burlarse del arte, que es producto del mismo sistema ¿Dando la espalda a la devastación que sufría Europa? ¿Acaso la señora Lésper no sabe que este nuevo arte es en repudio de la sociedad en general, que permitió la guerra y la devastación? ¿No conoce a Dada y sus manifiesto? Los artistas como Duchamp fueron mucho más allá. Atacaron el problema en los cimientos, como lo sería el paradigma lógico de occidente, cuestionado muy posiblemente desde “El sueño de la razón…” de Goya (quién sabe si antes). La Fuente de Duchamp pone en cuestión tanto al sistema del arte y al sistema social, incluido el pensamiento lógico y racional. Así las cosas, ni hay “deslumbramiento”, ni hay “espalda a la devastación”. De pronto, lo que hubiera querido Avelina es un pintor que de manera panfletaria y anecdótica hiciera una “representación mimética” de algún soldado empuñando un fusil, cuadro que bien se vendería en alguna galería de arte de la época a muy buen precio. Lo anterior sería caer en los ardides del sistema social, político y económico. Es la falsa idea del “compromiso” que parece defender.

3.    “Es absurdo que no haya creación y sin embargo al acto de firmar más urinarios se le llame reproducción y autentificación (para más petulancia, con un seudónimo, R. Mutt)”. ¿Qué tal? La señora Lésper asocia olímpicamente la “creación” a la manufactura, es decir, parece ser que sólo lo manufacturado es “creativo”. Personalmente, tengo problemas con la idea de “creación”. Pienso que la creación implica la divinidad, una idea que está presente en las artes desde tiempos inmemoriales. Marsilio Ficino, el autor florentino de la Academia de los Medici, introduce la idea de Furor divino, planteando que la creación viene del dios católico y el artista, como un médium, es poseído y utilizado para crear.

El mismo Duchamp, en su conferencia El acto creativo, ataca la idea del artista como médium. En síntesis, si el artista es un médium no tiene voluntad de crear, así que no tiene ninguna consciencia sobre su trabajo. La idea es muy bonita y cala. Pero anula cualquier posibilidad crítica de las artes, entre ellas, las posiciones sociales, políticas, ideológicas, filosóficas y demás… Mejor dicho, si esto fuera así, ¿qué sentido tiene estudiar artes? ¿Para qué la Estética? ¿Para qué Avelina? ¿Para qué yo? ¿Y tu? Mejor nos dedicamos a rezarle al dios creador y nos sentamos a esperar a que nos toque con su rayo creador y ya.

Por lo anterior prefiero la idea de “producción” sobre “creación”, porque la “producción” es humana, en el sentido en que los humanos producimos a partir de los materiales, las técnicas, el trabajo, el sentir, lo pensado, y quién sabe qué más.

4.    “El sueño de Duchamp se realizó y el arte no solo se deshumanizó, sino que además perdió su esencia, su búsqueda inicial: la factura del artista, que es la demostración de sus ideas a través de sus habilidades y talento”. ¿la factura del artista, que es la demostración de sus ideas a través de sus habilidades y talento? O sea, ¿lo que no sea manufacturado no demuestra nada? Hablar de lo humano en términos de la “factura” (prefiero “manufactura”) ¿no remite al homo habilis? O mejor aún, ¿el homo sapiens no hace arte porque piensa? La idea del arte como Bellas Artes es muy reciente. Si mal no estoy la plantea y posiciona socialmente Charles Batteux en el siglo XVII. Antes, las “artes liberales”, que se diferenciaban de lo manufacturado, eran la aritmética, la geometría, la astronomía, la música, la gramática, la dialéctica y la retórica. En la Edad Media se reúnen en el Quadrivium (las cuatro primeras) y el Trivium (las tres últimas). Esto lo sabe hasta Wikipedia, pero aparentemente no lo conoce la historiadora y crítica. En fin, lo que se consideró arte hasta el siglo XVII, al menos, fueron prácticas de pensamiento. O sea, siguiendo la entendedera de doña Avelina, ¿no hubo arte antes de Batteux?

5.    “Sin el proceso básico de pensar y hacer, el arte se reduce solo a pensar. El objeto puede ser lo que el artista elija entre millones de posibilidades. Pensar y trabajar dirigen el quehacer artístico hacia búsquedas estéticas; solo pensar lo arroja a búsquedas especulativas. Somos una fábrica de pensamientos, útiles o inútiles, productivos u ociosos; esas ideas, por estériles y torpes que sean, pueden “dar otro significado al objeto”, “descubrir su poética” y convertirlo en arte. El pensamiento arbitrario rige donde no hay factura. Con esta nulificación del trabajo artístico, el objeto en serie en su condición casi infinita hace que el arte se vuelva monótono, lo uniforma y lo lleva a un callejón sin salida”. ¡Qué serie de barbaridades! Desglosemos esto… ¿“Pensar y trabajar dirigen el quehacer artístico hacia búsquedas estéticas; solo pensar lo arroja a búsquedas especulativas”? O sea, la ciencia, la filosofía, lo tecnológico como pensamiento y hasta la religión, cuando no implican manufactura, ¿son sólo mera especulación? Y, ¿si el artista no hace, no piensa? O ¿sólo haciendo su trabajo vale? Ahora bien, ¿qué definición de estética trabaja la señora? En la Crítica de la Razón pura, Kant tiene una definición muy interesante, planteándola como el área de la filosofía hermana de la Lógica y que estudia el pensamiento no lógico ni racional. En este sentido, la “búsqueda estética” es la búsqueda que implica una manera diferente de pensar. Un arte asociado a esta “estética” implica pensamiento y no necesariamente hacer. Por eso, cuando plantea “esas ideas, por estériles y torpes que sean, pueden “dar otro significado al objeto”, “descubrir su poética” y convertirlo en arte. El pensamiento arbitrario rige donde no hay factura”, dice algo muy cierto, pero en sentido contrario. Sí, porque desde el carácter poético o metafórico (Paz y Ricoeur, por ejemplo) el arte tiene que ver con “dar otro significado al objeto” y “descubrir su poética”… Y no es sólo con la (manu)factura que se da lo “no arbitrario”…

6.    “Suponer que las ideas “cambian” la obra, que la “resignifican”, niega toda lógica y supedita la experiencia estética a una ideología, eliminando su cualidad de experimento personal de apreciación. Concederle valores o significados extraordinarios a algo ordinario, simplemente porque el artista lo decidió, ridiculiza la creación y otorga una dimensión desmesurada a la sociedad de consumo”. Y ¿acaso esto no pasa con los bodegones de Chardin o de Cézanne? Claro que las ideas cambian las obras y las resignifican. Esa es la idea principal del arte. Y lo que hicieron y han hecho los artistas es darle un valor agregado a los objetos de la cotidianidad, en todas las épocas y todas las técnicas. No se trata de un “buen hacer”, si no de “un buen pensar”…


Desisto de la lectura. Es agotador y doloroso. Como siempre, la falta de rigor, criterio, formación y análisis crítico de la señora vence mi paciencia (que es muy poca). Además, creo que he ilustrado con suficiencia los precarios prejuicios en que basan sus juicios. Todo parece quedar reducido a que el arte, según la Lésper, se basa en la “factura” y que sin “factura” no hay arte (con su insistencia en la "factura" pareciera que trabajara para la DIAN o la SAT). Desconoce el devenir histórico básico (léase Wikipedia) del concepto de arte y cómo se ha transformado su concepción en los últimos siglos y además es incapaz (creo que por ignorancia) de entender el “carácter poético” de lo artístico del último siglo. Yo creo que mejor se calla… Por lo menos, hasta que aprenda un poquito más. ¡Y dejen de andar leyendo y promocionando esa basura!

viernes, 12 de diciembre de 2014

HERNANDO TEJADA EN LA TERTULIA: JUSTICIA Y REPARACIÓN.

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia



¡Qué gusto! ¡Qué alegría! ¡Qué felicidad! ¡Qué goce! Hoy, después de muchos años, fui al Museo La Tertulia y salí contento, casi que feliz… Me invitaron a la rueda de prensa y a la visita guiada con el curador de la exposición Tejadita: Viajero y sibarita, que se inaugurará este lunes 15 de diciembre. Pude ver en detalle la exposición, hablé con los organizadores, los empleados del museo, las guías. Revisé con ojo crítico cada detalle. Y la respuesta a mi pregunta del artículo anterior a este, fue afirmativa, positiva. Con Tejadita: Viajero y sibarita, hay justicia y reparación, o al menos, el inicio de esta.


¡Al fin una exposición con una curaduría seria! ¡Al fin una exposición que no tiene fallas en el montaje y la iluminación! ¡Al fin una exposición con propuestas y reflexiones! ¡Al fin una exposición acorde con el devenir y el del museo! ¡Al fin una exposición con guías simpáticas, que manejan bien los temas, con las que se puede discutir! (y creo que no estudian artes…) ¡Al fin algo a la altura de un museo en Cali!

Me alegra mucho, me hace feliz, me encanta. Mis más sinceras felicitaciones a las personas que trabajan en el museo y a los que le han metido el hombro a esta exposición. Sé que va a ser un hit, un éxito…


Y no digo más, para no dañar la experiencia… Y hay mucho qué decir. Hay qué hablar de Tejadita, nuestro artista, que regresa a su casa (diría que la exposición está habitada por su presencia, que él, de muchas maneras está allí). Y  no sólo como el personaje de nuestro querido pueblo, si no en su dimensión de gran artista de Colombia y América latina (y, por qué no, global). También tendremos qué hablar de Cali y el devenir de las artes y los artistas. Tendremos que hablar del museo y sus nuevas políticas.



Vayan y vean. Y luego, desde esta kverna, hablaremos… ¡No se la pueden perder!

martes, 9 de diciembre de 2014

HERNANDO TEJADA EN LA TERTULIA: ¿JUSTICIA Y REPARACIÓN?


Por: Carlos Fernando Quintero V.

Hace ya unos buenos años, discutiendo con un distante amigo historiador del arte en México, sobre el panorama de las artes en Colombia, no se me ocurrió mejor simil que las formas de la violencia para hablar de los artistas de las últimas décadas. La situación de las víctimas de los actores violentos se parece demasiado a la de los artistas colombianos. Por ejemplo, tenemos generaciones de artistas “desaparecidos”, grupos de artistas “desplazados” o “desterrados” y poblaciones enteras de artistas “masacrados”. Claro, no en un sentido literal, si no, por fortuna, alegórico o metafórico. Y de las situaciones mencionadas parece que no se salva nadie, o muy pocos afortunados. Hasta el mismo Fernando Botero, el artista más publicitado y promocionado del país, habría sido víctima de “desaparición” (ya lo es aparentemente del “destierro”) de no ser por sus ampulosas donaciones de obras y espacios en Medellín y Bogotá (¿y no serán estas las impulsoras primigenias de los fenómenos artísticos actuales en las dos ciudades?).

La cuestión fundamental es que hay un fenómeno de desconocimiento y olvido programados, que parece se ejerce desde las mismas instituciones encargadas del patrimonio y la memoria, que tienen un afán ultra modernista por todo aquello “novedoso”, así esa novedad sea la repetición de formas y actos que se desconocen y se olvidaron. Así, la mayor parte de los artistas colombianos, están olvidados o perdidos, no importando su nivel de reconocimiento en vida o las calidades de las obras que dejaron.

Uno de los miles de ejemplos es Hernando Tejada. El maestro pereirano que vivió casi toda su vida en Cali, que se convirtió en una de las figuras emblemáticas del arte de la ciudad, al punto que su famoso gato es símbolo de Cali, como La Ermita o Cristo Rey, a su muerte, fue “desterrado” y menos preciado, casi hasta el olvido. Lo puedo decir con propiedad. Hace pocos meses tuve la desafortunada oportunidad de visitar su hoy ruinosa casa, llena de objetos, obras, fotografías, murales y artefactos realizados por el maestro y sus amigos, dejados en el olvido y el abandono. Dolido por el abandono, contacté a los encargados del legado y con tristeza me contaron que nadie en Cali, ni las instituciones gubernamentales, ni la empresa privada, ni la academia, ni nadie, de todas las personas con las que hablaron, quiso hacerse cargo de esa casa, sin dudas, patrimonio cultural y artístico de Cali y el Valle. Es más, ni siquiera quisieron sus obras, seguro siguiendo los mismos vetustos principios que valoran “lo novedoso” (es lo único que no cuestionan, el viejo principio de “lo nuevo”). Así, el Legado artístico de Hernando Tejada se fue para Medellín, dónde le dieron (según me cuentan, porque no he ido a verlo) un espacio digno. Lo mismo, hasta donde me contaron, sucedió con su hermana Lucy. Lo mismo con tantos artistas que hoy desconocemos y que no sabremos nunca de ellos ni de sus obras.


Por eso celebro con tristeza y con rabia la próxima exposición de Hernando Tejada en el Museo La Tertulia. Ojalá y sea el inicio de un “proceso de paz” en las artes de la ciudad y el país, que brinde justo y digno reconocimiento a los artistas de todos los tiempos y todas las tendencias. Sin ellos no estaríamos aquí… ¡Justicia y reparación!

La exposición se inaugurará el próximo lunes 15 de diciembre, a las 5pm...

domingo, 2 de noviembre de 2014

ARTE... DE NORTE A SUR

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

¡Sorpresas te da la vida! Dice la canción de Rubén Blades. Y, ¡sorpresas te da Cali! ¡Gratas sorpresas!

Al norte…

Hacía días no recibía noticias ni pasaba por la Galería del Club de Ejecutivos, espacio tradicional del arte caleño. Así que, aprovechando que estaba cerca y tenía algo de tiempo, decidí acercarme y visitar la sala. La verdad, poco tiempo me queda para visitar exposiciones, así que aprovecho cualquier momento para escapar de las ocupaciones laborales y cotidianas.

Llegando al piso 9° de La Pasarela, Centro Comercial donde está el club y la sala, me sorprendió el anuncio de la exposición de las obras del maestro Enrique Grau, uno de los artistas colombianos más reconocidos e importantes del siglo XX. El anuncio de la cartelera del club, a la salida del ascensor, se ratificó con la presencia de una Mariamulata, escultura emblemática del artista.

Obras de Enrique Grau en el Club de Ejecutivos de Cali.


Ya en la sala se encuentran una serie de obras gráficas realizadas por Grau entre los años de 1940 (1942 si no recuerdo mal el primero) hasta la década del 1990, fecha cercana al final de la vida del artista. Las gráficas, que se componen de xilografías, aguafuertes, litografías (en piedra, así suene redundante) y serigrafías, están acompañadas de esculturas de pequeño y mediano formato. Las obras hacen parte de la colección de la Fundación Enrique Grau, que tiene como misión preservar y difundir las obras del maestro.

La exposición permite apreciar la trayectoria artística de Grau, desde sus inicios hasta casi el final de su vida. En ella se condensan cerca de 70 años de producción artística, de vivencias, sentires e ideas, de uno de los artistas destacados del arte colombiano del siglo XX. Permite conocer su proceso productivo, pasando de una figuración sintetizada compuesta por planos geométricos, a una figuración mimética, de figuras rotundas, cargadas de detalles y de elementos decorativos.

Obras de Enrique Grau en el Club de Ejecutivos de Cali.


Al sur…

En la Sala Mutis de la Biblioteca Central de la Universidad del Valle se inauguró el pasado viernes 24 de octubre la exposición retrospectiva del maestro Roberto Molano, como parte del programa de exposiciones de artistas vallecaucanos y que al mismo tiempo da título a la revista, ¿Qué está mirando? Este programa y publicación, que ya tiene varias versiones y por dónde han pasado artistas como María Teresa Negreiros y Ever Astudillo, hace una necesaria e importante revisión de las producciones artísticas locales.

Obras de Roberto Molano en la Sala Mutis de la Universidad del Valle, Cali.

La exposición del maestro Molano se compone de pinturas de diferentes dimensiones, soportes y materiales desde 1969 hasta la actualidad. Recorre los diferentes períodos productivos del artista caleño, desde las figuraciones expresivas de los años setenta y ochenta, su proceso abstracto lírico y telúrico de los años noventa, y los procesos pictóricos entre figurativos y abstractos de la última década.

Con esta exposición se pone en evidencia la rica e importante producción de Roberto Molano. Se destaca inicialmente la calidad de su pintura, caracterizada por una mezcla de recursos pictóricos como manchas, líneas y signos, que se conjugan de manera acertada. Su trabajo recuerda las soluciones de los grandes maestros del arte. Las estructuras caógenas de sus pinturas, conformadas en su mayoría por planos de color y manchas expresivas, son las bases para las figuras que en la mayoría de las veces se resuelven a partir de líneas y gestos gráficos.


Obras de Roberto Molano en la Sala Mutis de la Universidad del Valle, Cali.

Los personajes de sus primeras épocas son el reflejo de los tiempos pasados. Parecen ser testigos mudos de los acontecimientos. Son retratos que desde lo íntimo proponen un comentario sobre la sociedad de épocas pasadas y actuales. Las abstracciones de Molano refieren a un sentir febril, a una sensibilidad extrema y a flor de piel, de un ser que se enfrenta al mundo. Un ser inquieto, crítico frente a las realidades y situaciones del mundo contemporáneo, las cuales se manifiestan de mejor manera en sus obras más recientes.

Detalle obra de Roberto Molano en la Sala Mutis de la Universidad del Valle, Cali.


Al norte y al sur… Dos grandes artistas colombianos que nos acompañarán con sus obras, Roberto Molano hasta los primeros días de diciembre, Enrique Grau hasta el mes de enero de 2015. Dos propuestas cercanas y disímiles. Dos artistas de tiempos cercanos y diferentes. Dos exposiciones para disfrutar, gozar y sorprenderse.

lunes, 27 de octubre de 2014

MAREMAGNUN ARTÍSTICO EN BOGOTÁ (2)

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

El crítico de arte francés, Guillaume Désanges, en su corto taller en Cali afirmó que no hay obras de arte malas sino mal vistas. Me acordó de una afirmación similar de Marcel Duchamp en su famosa conferencia The creative act (El acto creativo) cuando planteaba que había arte “bueno, malo e indiferente” pero a pesar de todo, sigue siendo “arte”. Y puede pasar y ha pasado. Es posible que uno, como simple espectador, no alcance a apreciar la dimensión de las obras y los esfuerzos de los artistas. También, que estas dimensiones o esfuerzos se nos escapen por aquello de lo sutil, de lo delicado, de lo imperceptible.

Una situación similar me pasó en carne propia hace ya muchos años, cuando alguna personalidad de nuestro arte comparó mi trabajo de artista con uno de los “monstruos” globales y lo descartó por una “aparente similitud”. Yo sigo considerando que mi trabajo era bastante diferente al referido por aquel personaje. Por lo menos, surgió de inquietudes y desarrollos completamente diferentes a los planteamientos del “gran artista” (y realmente es un gran artista).

Por otro lado, siempre me ha llamado la atención la idea del “encogimiento cultural” que planteó ya hace unas décadas Robert Hughes en la introducción de A toda crítica. En palabras de Hughes,

…el encogimiento cultural consiste en asumir que cualquier cosa que se haga en el campo de la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, el cine, la danza o el teatro carece de un valor conocido en tanto no sea juzgada por personas ajenas a la propia sociedad. La esencia del colonialismo cultural es exigirse a uno mismo un trabajo a la altura de unos valores, que no es posible compartir o debatir donde se vive. a través de la manipulación de dichos valores casi todo puede aparecer como un fracaso, no importa la sensación de delicadeza, conocimiento y deleite que se pueda provocar en el propio entorno.[1]

Todo esto porque lejos de mí ser injusto e irrespetuoso con los artistas, sobre todo con los nacionales. Desde hace mucho tiempo he pensado que hacer en Colombia es, por un lado, un privilegio, porque implica una ocupación del tiempo en algo “improductivo” (al menos así lo hacen saber amigos, familiares y la sociedad en general) y por otro, un compromiso con la vida, con altos contenidos éticos, sociales (de esos de lo sociológico), culturales y políticos. Porque hacer arte en este país, es hacer algo “improductivo” en medio de la guerra, o sea de la muerte. Por lo tanto, pintar así sea un bodegón, hacer una flor, fotografiar un atardecer, registrar en video el vuelo de un pájaro o repetir indefinidamente una acción anodina y superflua, puede ser visto, todo esto, como un acto de vida y de resistencia frente a la muerte. Por todo esto me preocupa caer en juicios injustos, en valoraciones rápidas, en comparaciones odiosas, en el “encogimiento cultural”.

Sin embargo, y a pesar de las prevenciones, de la revisión de la propia posición, hay cosas que son inevitables de ser mal valoradas, no porque se valoren mal (puede suceder) si no porque no pasan los mínimos de lo pretendido o exigido. Claro, debo advertir que fui formado dentro de un modelo en donde se valoraba aún el rigor académico y la exigencia técnica en el trabajo, lo cual parece no importar mucho hoy. Hoy como que todo es más laxo, más arbitrario, más superfluo. No sé qué tan bueno sea esto, y creo que no lo es. Me resisto a pensar que lo banal, lo chévere, lo wow (o guau) sean criterios o argumentos que soporten lo artístico y estético.

Por eso, enfrentado a la mayoría de obras de la Feria de Espacio Odeón, no puedo más que expresar mi desencanto, mi disgusto, mi aburrición. Todo parece funcionar como un disfraz de lo mediocre, de propuestas de un rasero muy bajo, muchas de ellas ramplonas, facilistas en cuanto que no proponen ni siquiera una sonrisa, menos una reflexión. Salvaría dos o tres, quizás cuatro o cinco, nombres y propuestas, de las más de cien que estuvieron en este espacio.

Algo similar sucede en ArtBo. Especialmente Artecámara, la sección de los jóvenes artistas está plagada de propuesta que parecen ejercicios de clase de academia o de obras derivativas, que rayan en el plagio. El espacio de Proyectos parece más el muestrario de un almacén de muebles. De las galerías, la cuota colombiana, en especial El Museo, Alonso Garcés y León Tovar, así como una de las españolas, salvan el costo de la boleta y las horas interminables de caminada. Rescato el proyecto Vu y Tiravanija, por sencillo y sentido. Y el Espacio Referente, donde las galerías colocaron sus mejores obras.

Pero más allá de cuestionar a los artistas y hacer los listados respectivos de los “buenos, malos e indiferentes”, y de continuar la diatriba en contra de las otras “ferias” donde también llovió y no escampó (literalmente hablando, hasta el punto que la Sincronía se inundó) lo que valdría la pena pensar es si este maremágnum de arte tiene sentido, vale la pena y puede sostenerse por mucho tiempo. ¿Será que hay la suficiente cantidad de artistas para tener una oferta atractiva y de calidad? O, como aparentemente sucede con la finca raíz ¿será ésta una “burbuja” artística? ¿Se estará sobrevalorando y sobreestimando el valor y/o los valores del arte colombiano? ¿Los del arte global, presentes en estas ferias?

Los primeros balances de los eventos, en términos económicos, parecen muy alentadores. Se ha vendido mucho, y eso es lo que busca una feria. Es algo importante y muy bueno. Se está alcanzando un reconocimiento de la labor de los artistas y eso está muy bien. Lo que preocupa es que sea sólo un proceso pasajero, como sucedió hace unas décadas. De aquello, de esa oscura historia que todos más o menos conocemos y de la que muy poco se habla, no es que haya quedado mucho, mejor dicho, nada bueno.



[1] Robert Hughes. A toda crítica. Barcelona: Anagrama, 1992. P. 12.