lunes, 27 de octubre de 2014

MAREMAGNUN ARTÍSTICO EN BOGOTÁ (2)

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

El crítico de arte francés, Guillaume Désanges, en su corto taller en Cali afirmó que no hay obras de arte malas sino mal vistas. Me acordó de una afirmación similar de Marcel Duchamp en su famosa conferencia The creative act (El acto creativo) cuando planteaba que había arte “bueno, malo e indiferente” pero a pesar de todo, sigue siendo “arte”. Y puede pasar y ha pasado. Es posible que uno, como simple espectador, no alcance a apreciar la dimensión de las obras y los esfuerzos de los artistas. También, que estas dimensiones o esfuerzos se nos escapen por aquello de lo sutil, de lo delicado, de lo imperceptible.

Una situación similar me pasó en carne propia hace ya muchos años, cuando alguna personalidad de nuestro arte comparó mi trabajo de artista con uno de los “monstruos” globales y lo descartó por una “aparente similitud”. Yo sigo considerando que mi trabajo era bastante diferente al referido por aquel personaje. Por lo menos, surgió de inquietudes y desarrollos completamente diferentes a los planteamientos del “gran artista” (y realmente es un gran artista).

Por otro lado, siempre me ha llamado la atención la idea del “encogimiento cultural” que planteó ya hace unas décadas Robert Hughes en la introducción de A toda crítica. En palabras de Hughes,

…el encogimiento cultural consiste en asumir que cualquier cosa que se haga en el campo de la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, el cine, la danza o el teatro carece de un valor conocido en tanto no sea juzgada por personas ajenas a la propia sociedad. La esencia del colonialismo cultural es exigirse a uno mismo un trabajo a la altura de unos valores, que no es posible compartir o debatir donde se vive. a través de la manipulación de dichos valores casi todo puede aparecer como un fracaso, no importa la sensación de delicadeza, conocimiento y deleite que se pueda provocar en el propio entorno.[1]

Todo esto porque lejos de mí ser injusto e irrespetuoso con los artistas, sobre todo con los nacionales. Desde hace mucho tiempo he pensado que hacer en Colombia es, por un lado, un privilegio, porque implica una ocupación del tiempo en algo “improductivo” (al menos así lo hacen saber amigos, familiares y la sociedad en general) y por otro, un compromiso con la vida, con altos contenidos éticos, sociales (de esos de lo sociológico), culturales y políticos. Porque hacer arte en este país, es hacer algo “improductivo” en medio de la guerra, o sea de la muerte. Por lo tanto, pintar así sea un bodegón, hacer una flor, fotografiar un atardecer, registrar en video el vuelo de un pájaro o repetir indefinidamente una acción anodina y superflua, puede ser visto, todo esto, como un acto de vida y de resistencia frente a la muerte. Por todo esto me preocupa caer en juicios injustos, en valoraciones rápidas, en comparaciones odiosas, en el “encogimiento cultural”.

Sin embargo, y a pesar de las prevenciones, de la revisión de la propia posición, hay cosas que son inevitables de ser mal valoradas, no porque se valoren mal (puede suceder) si no porque no pasan los mínimos de lo pretendido o exigido. Claro, debo advertir que fui formado dentro de un modelo en donde se valoraba aún el rigor académico y la exigencia técnica en el trabajo, lo cual parece no importar mucho hoy. Hoy como que todo es más laxo, más arbitrario, más superfluo. No sé qué tan bueno sea esto, y creo que no lo es. Me resisto a pensar que lo banal, lo chévere, lo wow (o guau) sean criterios o argumentos que soporten lo artístico y estético.

Por eso, enfrentado a la mayoría de obras de la Feria de Espacio Odeón, no puedo más que expresar mi desencanto, mi disgusto, mi aburrición. Todo parece funcionar como un disfraz de lo mediocre, de propuestas de un rasero muy bajo, muchas de ellas ramplonas, facilistas en cuanto que no proponen ni siquiera una sonrisa, menos una reflexión. Salvaría dos o tres, quizás cuatro o cinco, nombres y propuestas, de las más de cien que estuvieron en este espacio.

Algo similar sucede en ArtBo. Especialmente Artecámara, la sección de los jóvenes artistas está plagada de propuesta que parecen ejercicios de clase de academia o de obras derivativas, que rayan en el plagio. El espacio de Proyectos parece más el muestrario de un almacén de muebles. De las galerías, la cuota colombiana, en especial El Museo, Alonso Garcés y León Tovar, así como una de las españolas, salvan el costo de la boleta y las horas interminables de caminada. Rescato el proyecto Vu y Tiravanija, por sencillo y sentido. Y el Espacio Referente, donde las galerías colocaron sus mejores obras.

Pero más allá de cuestionar a los artistas y hacer los listados respectivos de los “buenos, malos e indiferentes”, y de continuar la diatriba en contra de las otras “ferias” donde también llovió y no escampó (literalmente hablando, hasta el punto que la Sincronía se inundó) lo que valdría la pena pensar es si este maremágnum de arte tiene sentido, vale la pena y puede sostenerse por mucho tiempo. ¿Será que hay la suficiente cantidad de artistas para tener una oferta atractiva y de calidad? O, como aparentemente sucede con la finca raíz ¿será ésta una “burbuja” artística? ¿Se estará sobrevalorando y sobreestimando el valor y/o los valores del arte colombiano? ¿Los del arte global, presentes en estas ferias?

Los primeros balances de los eventos, en términos económicos, parecen muy alentadores. Se ha vendido mucho, y eso es lo que busca una feria. Es algo importante y muy bueno. Se está alcanzando un reconocimiento de la labor de los artistas y eso está muy bien. Lo que preocupa es que sea sólo un proceso pasajero, como sucedió hace unas décadas. De aquello, de esa oscura historia que todos más o menos conocemos y de la que muy poco se habla, no es que haya quedado mucho, mejor dicho, nada bueno.



[1] Robert Hughes. A toda crítica. Barcelona: Anagrama, 1992. P. 12.

domingo, 26 de octubre de 2014

MAREMAGNUN ARTÍSTICO EN BOGOTÁ (1)

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Domingo por la noche. En menos de 72 horas he visitado las ferias de arte de la capital de la república: Odeón, ArtBo, Sincronía y la Feria del Millón. Calculo haber visto cerca de tres o cuatro mil obras de más de un millar de artistas, de diferentes partes de Colombia y del mundo. Y la conclusión preliminar, rápida, en caliente, es que el nivel es muy pobre en términos generales, que se están exhibiendo y comercializando objetos decorativos que tienen mayores profundidades y propuestas. Cosas a veces no sólo superfluas, banales, ligeras, anodinas, sino, además, en algunos casos pobres de calidad y hasta mal hechas. Claro, en términos generales y con algunas excepciones, que salvaron en el mejor  de los casos el costo de las excesivamente caras boletas (caras no por el precio, sino por el pobre y deprimente espectáculo que implicaron).

Claro, es obvio que una feria de arte es un espacio de comercialización de lo artístico, que no necesariamente responde a los criterios académicos y estéticos. Los criterios tienen qué ver más con las fluctuaciones de los mercados del arte global y local, con los gustos veleidosos de los públicos, los intereses de negocios de los galeristas y dealers y la especulación de algunos coleccionistas. Por tal motivo, más que ver “arte”, lo que importa es ver “cómo se comporta” el medio y el mercado del arte. El balance artístico parece ser muy pobre y deficiente. El balance económico parece ser importante, aunque creo que no al nivel de años anteriores (todos estos juicios están basados en la percepción y son a priori. Después, imagino, se publicarán los resultados y ya se podrán evaluar los alcances de los eventos).

Mejor dicho, las propuestas artísticas parecen ir mal, y los negocios parecen ir bien, aunque no tan bien. En cuanto a las primeras, en todas las ferias hay obras derivativas, casi plagios, que no tienen ni rigor ni compromisos serios ni investigativos, ni éticos, ni sociales, ni políticos. Como que la mayor parte de lo exhibido parece plegado al gusto burgués ramplón. Las obras no ofrecen ni siquiera una resistencia técnica, ni siquiera proponen una tensión en la imagen. Son obras fáciles y superficiales, sin ningún reto, propias de un arte aburrido y decorativo.

Muy pocas cosas se salvan. Por citar un ejemplo, el espacio de Referencia de ArtBo, donde curiosamente se exhiben piezas de artistas de décadas anteriores y que sí plantean retos desde la producción de la obras, hasta en lo temático, muchas de ellas implicando el riesgo vital de los artistas. Se salvan los artistas ya conocidos y amplia trayectoria, que hacen parte de las muestras de las galerías nacionales y una que otra internacional. Se salva un video en Sincronía y algunas piezas de una artista de Bucaramanga en Odeón. Se salva Juan Melo en la muestra de arte tecnológico Textura (y otra artista que no recuerdo ahora su nombre)… Y una cosa que otra más, y no más.

En los siguientes artículos, se comentarán las ferias y los artistas descatados…


Lo que salvó el viaje a Bogotá, no lo quiero decir, primero porque va a sonar a tendencioso, acomodado y falto de criterio y postura crítica. Pero qué se puede hacer. Las cosas son como son, y si no, que vayan, vean, comente y critiquen. Lo que colmó con creces la expectativa, es la exposición de artistas de Popayán, titulada Cauca: pacífico e indómito, gestión realizada por el artista y docente Guillermo Marín, de común acuerdo y hombro a hombro con los artistas Fernando Pareja, Leydi Chávez, Alex Rodríguez y Sandra Navia. Esta exposición reúne obras de egresados y estudiantes de la carrera de Artes Plásticas de la Universidad del Cauca. La exposición estará abierta hasta este lunes 27 de octubre, aunque ya hay el rumor que se va a dejar unos días más. Se puede visitar en la Diagonal 25bis (o 24bis) # 20-76, en el edificio más moderno de la cuadra. Vale la pena verla.

miércoles, 15 de octubre de 2014

INVERSIONES & VALORES: OBRAS RECIENTES DE JUAN DAVID MEDINA EN LA TERTULIA

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Como parte de la programación del Salón Regional de Artistas, Juan David Medina inauguró, el pasado viernes 10 de octubre, la exposición Inversiones & valores, en el Museo La Tertulia de Cali, Colombia. Los trabajos presentados son una continuación de su investigación de los últimos años, una continua reflexión sobre el estatuto de la imagen en las artes, poniendo en crisis la ilusión, además del sistema de valores del arte en relación con el sistema de valores de la economía local y global.

Valga la pena anotar que la inauguración de la exposición contó con una buena cantidad de público, entre los cuales se encontraron muchos artistas y personalidades del medio local. La exposición se encontrará abierta hasta el próximo 2 de noviembre.

A continuación publico el texto que acompaña la exposición, que tuve el gusto de escribir, por invitación del artista.

JUAN DAVID MEDINA: INVERSIONES & VALORES

Las obras de Juan David Medina se ubican en el centro de la tensión entre el sistema de las artes y el sistema económico local y global. Aparentemente, el artista no toma posición ni a favor ni en contra, dejando a los espectadores la posibilidad de reflexionar y recrear las múltiples relaciones y situaciones a las que se refieren sus obras. Sin embargo hay un punto crítico, que son las obras en sí mismas, que proponen un límite entre diferentes realidades y contextos. Ese límite es la superficie de la pintura, donde se plantea un antes y un después, un allá y acá, una realidad y una irrealidad, la ilusión y la desilusión.

Juan David Medina. Serie Descuentos. Oleo sobre vidrio. 2014

La serie de los Descuentos está compuesta por ocho pinturas sobre vidrio, que van del 10% al 80%. Medina reproduce los anuncios de los porcentajes de los almacenes, cada vez más comunes y frecuentes. Los números que aparecen en cada una de las obras, resultan del espacio vacío dejado por la pintura. Sobre estos números ha yuxtapuesto el símbolo de “por ciento” (%) repetido de manera sistemática y modular. La operación financiera, el descuento, se convierte en lo representado, en el producto en sí mismo, que al mismo tiempo es el vacío. El juego se cerrará al hacerse efectiva la operación financiera, ya que en el momento de la posible compra de las obras, el descuento anunciado se hace efectivo.

Juan David Medina. Serie Descuentos. Detalle. 2014

Tres pinturas figurativas siguen a Descuentos. Son representaciones miméticas de objetos relacionados con el pasado y el presente de la economía local y global. Por un lado, el maniquí de un niño de la segunda mitad del siglo XX, presencia común en los almacenes de otras épocas, nos refiere a los inicios de la sociedad de consumo luego de la posguerra. Un festivo asno mecánico, que tuvo como hábitat natural los primeros grandes superficies, nos trae a la memoria los juegos de la infancia, que se activaban con monedas y que servían de momentánea distracción en medio de las compras. Finalmente, el conteiner plantea el cambio a la sociedad globalizada, marcada por el traslado indiscriminado de mercancías. Cada una de estas obras marca un momento histórico, económico, social y cultural. El primero hace referencia a lo particular y lo hecho a mano, el segundo habla de la estandarización y de lo general, el tercero de lo hiper industrial y global.

Juan David Medina. Barricadas. Oleo sobre vidrio. 2014.

Completan esta exposición tres pinturas que representan las barricadas de las manifestaciones populares realizadas por todo el mundo en los últimos años. Son un revival de las manifestaciones revolucionarias desde la Revolución francesa, símbolos del cambio planteado desde el Romanticismo de Goya o Delacroix. Pero a diferencia de las anteriores, aquí se pone de manifiesto la ausencia de los combatientes, quedando la barricada como símbolo de la lucha y, al mismo tiempo, ¿ofreciéndose como parapeto para que tomemos posición?

Juan David Medina. Vista general de la exposición Inversiones & Valores. Museo La Tertulia. 2014.

El artista despoja a sus pinturas de la ilusión al utilizar el vidrio como soporte. Estas parecen ser el producto de actos marcados por un sentido elevado de la ética y la honestidad artística, además de un pensamiento refinado y complejo, develando y poniendo al frente a la ilusión en sí misma. Al utilizar el vidrio, un soporte ya presente en la historia del arte desde los vitrales de la Edad Media, en la pintura europea de siglos anteriores y, sobre todo, siguiendo un referente inmediato como parece ser La mariée mis à un par ces célibataires, même, popularmente conocido como el Gran vidrio de Marcel Duchamp, Juan David Medina plantea una transparencia que devela el dispositivo ilusorio de la pintura, desnudándola. Dejar ver la parte de atrás, inhibiendo el efecto ilusorio de ventana, eliminando la ficticia espacialidad y profundidad, es un acto de verdad del artista, de presentar de manera descarnada lo que es, sin la ilusión mimética, sin la representación directa del objeto, sino poniendo en evidencia lo que podemos considerar una presencia fantasmal, su huella mínima sobre la débil y quebradiza superficie. Esta toma de posición, también se acerca a los Conceptos espaciales de Lucio Fontana, quien rasgó y perforó sus lienzos para dejar en evidencia el verdadero espacio de la pintura o el Distanciamiento de Bertold Brecht, quién rompió la ilusión de la representación teatral al dejar en evidencia el montaje o a los actores.

Juan David Medina. Burro. Oleo sobre vidrio. 2014.

En las obras de Juan David Medina, la ilusión tiene una presencia trágica. Si bien, la representación se distancia de la mímesis naturalista, las obras refieren a la ilusión del consumo, del mercado, de la economía. La lucha del individuo frente al sistema económico global parece perdida. Las barricadas se levantan para reclamar los derechos, para oponerse a las fuerzas. O ¿ni siquiera hay lucha? ¿Sólo un frenesí? ¿Un delirio? Lo que sucede es que los valores se invierten. El objeto y el sujeto desaparecen de la escena y sólo queda el dispositivo económico, el sistema. En síntesis, sólo queda el vacío señalado, como producto, como valor. Valores e inversión.

Juan David Medina. Hecho en PRC. Oleo sobre vidrio y arroz. 2013


Carlos Fernando Quintero Valencia
Artista e historiador del arte

lunes, 6 de octubre de 2014

SOBRE LA PINTURA EN LA CONTEMPORANEIDAD: 20 AÑOS DEL PREMIO DEL SALÓN NACIONAL A JOSÉ HORACIO MARTÍNEZ

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Desde hace ya unas dos décadas y, en especial, frente a las obras de José Horacio Martínez y otros artistas de su momento (en 1994 nuestro querido amigo gana el Primer Premio del Salón Nacional), incluso, con relación a mis propias obras de la época y después, me he planteado una reflexión discontinua sobre la pintura al final del siglo XX y hasta hoy. La reflexión se retoma por la efemérides anunciada en el título de este corto artículo, ante las exposiciones que se avecinan o están en la ciudad de Cali en estos momentos (el viernes 10 de octubre se inaugura la exposición de Juan David Medina, en el Museo La Tertulia, están terminando la exposición de Wilson Díaz en Proartes y la de Lina Hincapié en la Alianza Colombo Francesa). También, por la revisión y la relectura de algunos textos escritos y publicados entre las décadas de 1960 y 1980, y que establecen posiciones antagónicas sobre el arte de ese momento y creo se pueden aplicar hoy. En primer lugar y como dirían los narradores de boxeo, en esa esquina estarían Dos décadas vulnerables en las artes de América Latina de Marta Traba y Del arte objetual al arte del concepto de Simón Marchan Fiz (en especial, la parte que dedica a la pintura Hiperrealista) y en la otra esquina estaríanLa obra abierta de Umberto Eco y Más allá de la caja Brillo de Arthur C. Danto. Estos cuatro documentos coinciden en el tiempo y se refieren, desde ópticas diferentes, a lo que se puede llamar (o se llama) el ascenso del “arte contemporáneo”. No podré ni siquiera plantear la discusión entre estos autores, en este momento. Y sin embargo atravesarán lo que sigue…

Lo que me planteé desde mediados de la década de los años de 1990, hasta hoy, es que hay al menos dos posiciones o posturas frente a la pintura al final del siglo XX. La primera es heredera, sin rubor ni estupor, de la milenaria tradición artística. La denomino “pintura en sí misma”. La segunda puede ubicarse también en la tradición, pero más del lado del oficio pictórico, sin querer ni pretender demeritarla. La llamo “pintura como medio”. Ambas implican posiciones o posturas de los artistas frente a la pintura. Si bien pueden considerarse antagónicas, ninguna prevalece sobre la otra. Coexisten a pesar de su diferencia. Incluso se dan en un mismo artista, en momentos diferentes de su producción, como en el caso de Martínez.

Eritis sicut deis. 1994.

José Horacio Martínez se gana el Premio del Salón Nacional de 1994 con Eritis sicut deis (Seréis como dioses), una obra en técnica mixta sobre lona, de 179,2cm x 275cm. La obra es casi monocromática, predominando los colores claros, muy cercanos al blanco. Se destacan cuatro elementos figurativos: la silueta de un personaje que está gateando, dos brazos (recortados y pegados) y una silla dibujada. Unos leves contrastes entre planos pictóricos, nos dan cierta orientación espacial, a la manera de la perspectiva cromática, configurando una etérea arquitectura.


Eritis sicut deis. Detalle.


Nada mejor que para ejemplificar a “la pintura por sí misma” que las obras de José Horacio Martínez de hace 20 años. La obra impacta e inquieta, aún hoy y después de dos décadas. Como la mayoría de las obras del artista, Eritis sicut deis plantea una serie de recursos pictóricos, propios de la comprensión y el goce de la pintura en sí misma. Esto se aprecia en el tipo de soluciones plásticas que propone el artista, en ese momento. La obra está hecha a partir del encuentro inverosímil de diferentes materiales, como son el óleo y el acrílico, el dibujo y el collage. Sin embargo, no se trata sólo de lo técnico. Las soluciones formales y técnicas están en consonancia con el ser y devenir de los elementos representados, e implican una serie de conceptos e ideas del artista, en torno al espacio, lo real, lo verdadero y el ser, que deberíamos como espectadores descubrir y discutir (ese es el juego que propone el arte). De ésta manera, las técnicas y los materiales, las formas y elementos representados, los recursos pictóricos, que implican a su vez los conceptos del artista, son producto de esa esquiva conciencia artística y se desarrollan y se definen en la superficie pictórica. La amalgama lograda en estos elementos es producto del tiempo, el trabajo y la sapiencia de un artista que parece concebirse como un alquimista. Este, como que ya encontró la piedra filosofal de lo pictórico por sí misma. Así, “la pintura en sí misma” es aquella pintura autorreferencial, que se cuestiona sobre sí misma y que desborda sus límites sólo de manera poética y por el encuentro creativo con los espectadores.

Para los años de 1999 y 2000, Martínez realiza dos series de obras, donde destacaré en este momento El público. El público parte del fragmento de una imagen fotográfica de la década de 1940. La imagen de un señor aplaudiendo es repetida por el artista de manera obsesiva, en un número casi infinito. Todo parece comenzar como el ejercicio de calistenia de un artista pintor. Martínez emplea todo su conocimiento artístico para no repetir ni colores, ni soluciones, ni técnicas. Sin embargo, con esta serie, no se trata de la demostración de la habilidad o el conocimiento artístico. Aquí el juego es otro. Las imágenes de El público confrontan a los espectadores, aplaudiendo eternamente. Pero, ¿qué aplauden? ¡Ese es el juego! ¿Qué se puede aplaudir en este país, en este planeta? ¿La existencia? ¿El devenir? ¿Al ser? ¿La muerte? ¿La nada? La imagen ya no se resuelve sólo en su superficie, ante los ojos atentos del espectador. Por el contrario, la obra está más allá de la superficie. En la interacción que se propone desde ella, que, cómo espejo, nos refleja y nos confronta. Así, la obra es un catalizador que precipita reacciones. Es “la pintura como medio”.

El público. 2000.

Estas dos posturas parecen haber sido registrados por los autores mencionados al inicio de este escrito. Los dos primeros (Traba y Marchan Fiz) parecen sorprendidos y "se quejan" por algo que los toca de manera negativa. Detectan una posible pérdida del carácter poético, simbólico, metafórico, de las obras y el arte. Los otros dos (Eco y Danto) “celebran” lo que detectan como una nueva manera de hacer y de ser en las artes. Hoy, aparentemente, atestiguamos el encuentro de estas dos posiciones casi sin oposición.