domingo, 22 de febrero de 2015

PLASTILINA Y CRAYOLAS: EL SEXTO GUIÓN CURATORIAL DE LA COLECCIÓN DEL MUSEO LA TERTULIA.

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Quisiera empezar por decir que lo que falta en esta ciudad es educación de calidad, posgrados en artes y afines (maestrías y doctorados) y mundo, entendido este último como una visión sobre lo que realmente pasa en el planeta. Y lo digo primero con la preocupación de quién ha visto, generación tras generación, la desaparición y la muerte de lo mejor del talento y capital humano por falta de oportunidades para crecer intelectual y espiritualmente. Estamos en una maraña social y cultural, en una especie de remolino rivereño, donde no se puede más que girar sobre un mismo centro, con la creencia de que en cada giro, vamos a salir de círculo, sin poderlo hacer jamás. Insisto que las víctimas de todo esto son los más jóvenes. Ellos, con sus sueños de juventud se prestan a un juego sutil y macabro, que, como jugar a la guerra, los pone en situación de carne de cañón, sin las armas y las herramientas necesarias, que en estos casos son vivenciales, de conocimiento y espirituales. Así terminan de “artistas de moda” (en esta ciudad son niños blanquitos y monitos, de familia “prestante”, con dinerito y estudiantes o egresados de Bellas Artes) que son catapultados como “bebés pajaritos”, logrando tener, a lo sumo, un corto vuelo, antes de ser “abandonados a su suerte” y en el peor de los casos, estrellarse contra el pavimento. Otros serán pronto reclutados por las ávidas y voraces instituciones educativas de las cuales apenas han egresado y se convertirán de la noche a la mañana en “profes”, para repetir de la manera más inocente, las mismas lecciones de sus maestros, que tanto odiaron. Si no, si se les aparece la virgen del ministerio o del museo, serán curadores de ocasión. Claro, las oportunidades se deben aprovechar, pero muchas veces terminan estancados en ese turbio remolino, sin la posibilidad de ir más allá.

“Yo también tuve 20 años y un corazón vagabundo”. Fue ya hace mucho tiempo. Hoy ya tengo dos veces 20 años y unos años más. Y también comencé mi carrera de profesor muy joven, al igual que el camino de la crítica, la curaduría (aunque alguien, de manera muy acertada me dijo que yo no era “curador” sino “enfermador”) y también “fui” artista joven… ¡Pero eran otros tiempos! Comencé en eso de lo “profesional” en 1993, justo un año después de promulgada la famosa y vilipendiada Ley 30 de la Educación Superior, que establece como grados de aprendizaje, además del pregrado, los posgrados (especialización, maestría, doctorado y posdoctorado). Y justo en aquella época se comenzaron a implementar los primeros. Curiosamente, son casi los mismos que hoy.

Los posgrados no son un embeleco o un accesorio innecesario, que sólo sirven para tener “más cartones” o para “conseguir trabajo”. Curiosamente esos argumentos los esgrimen los viejos profesores que a duras penas han pasado por la universidad en pregrados, o sea, que no saben de lo que hablan. Los posgrados se deben implementar porque el conocimiento, en su cantidad, calidad y acceso ha crecido de manera exponencial en las últimas tres décadas, lo cual hace insuficiente el pregrado, como espacio y tiempo para conocer y profundizar en cualquier disciplina. ¡Y todo parece volverse cada vez más complejo! Otro punto a revisar es que a los profesionales con posgrados les pagan más… ¿Será que prefieren a los jóvenes recién graduados porque salen más baratos? Además, por lo general, un profesional con un nivel alto de formación, exige más, pregunta más, solicita más, jode más. Y, para completar, los que ya están vinculados a las instituciones y carecen de estos niveles de formación, se pueden sentir amenazados e incluso pueden ser reemplazados por los “formados”.

Son muchos los factores a tener en cuenta en todo este seudosistema. Todo se enlaza y se encadena. Pero ¿qué tiene qué ver los problemas de las instituciones educativas, con el Sexto Guión de la Colección del Museo La Tertulia de Cali? La respuesta es muy sencilla… ¿Qué distancia crítica, qué criterio puede tener una comunidad que carece de formación, que no ha visto una buena exposición en su vida? Porque, lamentablemente, en esta ciudad y en este país es muy difícil ver una buena exposición. Yo, en casi 28 años de habitar el campo de las artes, por acá he visto muy pocas. Las buenas que he visto, por lo general, han sido fuera mi terruño[1]. Entonces, si no se ven buenas exposiciones y se crece pensando que sí, ¿qué criterio se tiene?

De todo lo anterior, se deriva una pregunta: ¿qué es una buena exposición? Lo resumo en pocas palabras. Lo primero es que haya al menos un concepto o una idea en juego y este juego implica una investigación minuciosa y rigurosa. En segundo lugar se debe tener un guión curatorial que responda a los postulados de la investigación y donde se propone un discurso a través de las obras o los documentos a exhibir. Finalmente viene la “puesta en escena” en una museografía adecuada, que tiene en cuenta, además de las condiciones de preservación preventiva de las obras y documentos (que es lo más obvio), las relaciones discursivas de las obras, los posibles recorridos y respuestas del público, las “tensiones” entre los espacios del museo, las obras y el público (la adecuada iluminación, el diseño de piezas impresas y de ayudas, también están dentro de lo obvio).

De los seis guiones, apenas y con pena habré visto cuatro y ninguno tiene nada de lo anterior. No veo concepto, guión ni investigación en una propuesta que parece diseñada por Dummies y para Dummies. La distribución taxonómica aplana y ridiculiza a todas y cada una de las obras, convirtiendo al museo en poco más que un Gabinete de curiosidades de siglos pasados o en un decorado loft de señora snob. O si no, ¿explíquenme cuál es la propuesta o el concepto con el cuál se arman estos esperpentos de exposiciones? Entendiendo que, desde Sócrates (el filósofo griego, no el jugador de fútbol brasilero), se plantea la diferencia entre idea, opinión y ocurrencia, la estructura general con la que se insiste mostrar (preferiría decir despreciar) la colección de La Tertulia parece una ocurrencia salida de una fiesta, más que del producto de un trabajo intelectual serio. ¿Por qué insistir en ese engendro?

Por otro lado, no podría hablar de una “propuesta curatorial” cuando se carece de ideas o conceptos. La selección de obras parece responder al capricho o al azar del momento, sino es que a compromisos extra institucionales. La impresión que me da, para ser más claro, es que las obras se exhiben para “oriarlas”[2] o porque se quiere halagar a alguien externo al museo. Y esta impresión y esta sospecha se dan porque todo se ve improvisado, sin sentido, desangelado, desabrido… Finalmente, las obras están mal dispuestas, mal colgadas y mal montadas. Mejor dicho, de museografía es mejor no hablar, porque no hay.

En todo falta compromiso y verraquera. No hay un problema. No hay una tensión. Por poner un ejemplo, para el Sexto Guión han “sacado” obras de León Ferrari, acompañadas de las cartas que el maestro argentino envió en su momento a la directora del museo (la de aquella época, doña Maritza). Las de Ferrari, como casi todo lo suyo, son obras interesantes e importantes, que proponen una mirada crítica de la sociedad. Pero se “olvidaron” de la última donación que hizo, la más “polémica”, la que le podría haber puesto sazón a la exhibición: Nosotros sí sabíamos, la reproducción de las notas de prensa de su natal Argentina en época de las dictaduras, donde se reseñan los hechos violentos. La obra fue donada en el marco del 41 Salón Nacional… Conociendo nada y mal a Ferrari, su donación hoy tiene para mí especial significación, una significación con un alto sentido político, con un importante cuestionamiento: ¿Nosotros sí sabemos? Y, si de “oriar” las obras de Ferrari se trata, ¿por qué ventilar esta? ¿Será por la incómoda pregunta? Claro, porque una pregunta así, en una ciudad y en un país como este, donde masacran y descuartizan niños, donde reina la impunidad, la injusticia y el desconcierto, una pregunta de esas es, al menos, “incómoda”… Este es el gran problema de estos “guiones”: No hay preguntas, no hay compromiso, no hay riesgo. Si no, ¿qué tienen qué ver estos “guiones” con este “país de mierda”[3]? ¡Ni mierda! [4]Se transitan territorios conocidos, sobre lo ya aceptado. No hay pensamiento. Parafraseando a Heidegger, sólo un poco de cosas colgadas de los muros o guardadas en anaqueles, como los rifles de caza o las papas del mercado. Y siguiendo al filósofo, las meras cosas no incomodan y son confortables.

Lo triste de todo es ver a los jóvenes sonreír, acompañar y aplaudir tan pobre espectáculo. Esos mismos jóvenes que, espero que no, pronto serán “engullidos”, “masacrados” o “desaparecidos”, como muchos que ya no están, por este seudosistema del arte. Nadie dice nada, nadie cuestiona, nadie pregunta. Nada. El remolino rivereño sigue. Las universidades siguen ofreciendo sus mismos “planes de estudio” maquillados. Después de 22 años, nada de posgrados. El mundo sigue su marcha a velocidades insospechadas. Plastilina y crayolas…



NOTA: En las siguientes direcciones se encuentran artículos anteriores que critican los guiones de la colección del Museo La Tertulia…









[1] Recuerdo con gusto la de Remedios Varo (con curaduría de José Roca), la de Rirkrit Tiravanija, Dyonisiac y Dada (Pompidou) y Picasso y Bacon en París, La era de la discrepancia (Cuauhtémoc Medina y Olivier Debroise) y las de Vik Muniz, Thomas Hirshhorn, Frida Kahlo, Diego Rivera, Gabriel Orozco (esta tres en Palacio de Bellas Artes) y Damian Hirst en México DF, sólo por citar unas cuántas. La mayoría que siguen viniendo a mi memoria, fuera de Colombia y una que otra en Cali pero hace rato (las de Oscar Muñoz y Ever Astudillo en los 80, las de Rosemberg Sandoval, José Horacio Martínez y Pablo Van Wong en los 90, muy pocas para tantos años)… Acá siempre ha faltado investigación y contexto.
[2] Expresión popular de las madres que implica dar aire a telas y ropas que tienen hongos o mal olor.
[3] César Augusto Londoño en CM& Noticias, la noche en que asesinaron a Jaime Garzón.
[4] Me gustaría analizar qué tienen que ver las colecciones de arte nacionales o regionales, con las realidades del país y las regiones… Mi hipótesis es que muy poco o nada…

domingo, 15 de febrero de 2015

EN TORNO AL ARTE CONTEMPORÁNEO (1)

Por: Carlos Fernando Quintero Valencia

Ya entrado este siglo XXI, a tres lustros de su inicio, que bien parece poco lustroso, todo parece indicar que las discusiones del siglo anterior están lejos de ser superadas y retornan con cierto tufo melancólico y avinagrado, al menos en el caso de las artes. Hoy, de la mano o de la pluma o de la lengua de personajillos recalcitrantes se reviven las viejas preguntas: ¿Qué es eso del arte contemporáneo? ¿Será arte? ¿Será contemporáneo? Son preguntas que fácilmente podrían estar cumpliendo cien años, si nos vamos a los orígenes de los fenómenos artísticos a los cuales nos podríamos referir. Ya hace casi cien años, las huestes Dada estaban alistando sus barricadas y puestos de combate, en medio de una guerra absurda, como todas. O son preguntas que al menos llevan medio siglo, si nos ubicamos en las artes de la posguerra (de la Segunda Guerra), con el surgimiento de tendencias Neo Dada y otras, a lo largo y ancho del planeta.

Lo que me extraña y me perturba es que después de tanto tiempo y tantas cosas ocurridas, pasadas, discutidas, escritas y hechas, personas con educación artística o cercanas a los problemas de las imágenes, retomen estas viejas preguntas y repliquen las absurdas e ignaras argumentaciones de autores retrógrados. ¿Qué indica esto? ¿Será que falta de más información y más formación? ¿Será una muestra del desinterés y la poca capacidad crítica y de estudio? ¿Será que nos quedamos en lo superficial y superfluo y no se indaga más allá, en las fuentes de los acontecimientos y los fenómenos? O, ¿será que nuestra sociedad actual no nos permite ir más allá? O, ¿todas las anteriores y más? No sé. No sé por qué, ni qué pasa. Lo único que me atrevería a afirmar es que, antes de afirmar o refutar cualquier fenómeno, de postear hasta volver viral cualquier información, cualquier artículo, nos deberíamos tomar una tiempito y preguntarnos sobre la veracidad, la pertinencia, la calidad de lo que se replica y no caer en el automatismo del “like”, más si de una discusión profunda se trata. Esto podrías ser hasta un “mínimo ético”, sobre todo para aquellos que estamos en el campo de las artes. El problema es grave y difícil y no se debería banalizar.

Hace muchísimos años me invitaron a realizar una charla sobre mi obra (en aquella época me consideraban artista, aún…) Comencé la perorata afirmando que para que exista “arte contemporáneo” se deben cumplir dos condiciones, fundamentales, esenciales e indiscutibles: la primera condición es que, sea lo que sea, más allá de las formas y las técnicas, la cosa o el fenómeno al que nos referiremos debe ser “arte” y lo segundo es que debe ser “contemporáneo”. Mi intención, con esta respuesta tautológica, es retornar a la definición de los conceptos y evitar la presunción del conocimiento de los mismos. Si mal no estoy, la invitación y la charla fue por allá en la década de 1990. Antes de la invitación, ya había comenzado a reflexionar y estudiar sobre el asunto. Después lo he hecho un poco más. Espero poder resumir, brevemente, mis conclusiones sobre eso que se suele llamar “arte contemporáneo”.

Primera condición: Que sea arte.


Por lo general, en lo común, se manejan tres definiciones generales de arte: 1) Arte es “lo bien hecho”, referido a las técnicas, los materiales y las formas; 2) Arte es “lo que expresa”, desde el sentir del sujeto artista y más allá de las técnicas, los materiales y las formas; 3) Arte es “lo que comunica”, donde pesa más el “mensaje” y “la cultura” (“cultura” como tradición, identificación o conocimiento). Desde mi punto de vista, ninguna de las tres satisface ni es suficiente para determinar lo artístico. Lo artístico puede ser algo “bien o mal hecho”, puede o no “expresar”, puede o no “comunicar” y a pesar que cumpla alguna, varias o todas estas condiciones, una cosa o un fenómeno puede o no ser artístico. Lo anterior me lleva a proponer una cuarta definición, que es la menos común de todas y es que aquello que por lo general llamamos arte tiene un carácter “poético”, es decir, que sobrepasa o trasciende lo prosaico, lo literal, lo anecdótico y se refiere a “otra cosa”[1]. Coloquialmente, siempre acudo a “La espada del augurio” de los Tunder Cats, que permite “ver más allá de lo evidente”. Y, para mí, de eso se trata el arte, de ver más allá de lo evidente. Ese es el carácter poético.

Tomado de http://fc09.deviantart.net/fs17/f/2007/125/c/e/Espada_del_Augurio_2_by_DrAkMa.jpg

Segunda condición: Que sea contemporáneo.

La definición de contemporáneo refiere al tiempo presente, como en el instante o como en un presente continuo. Así, lo contemporáneo refiere a lo de hoy, a este momento, a esta época. Pero ¿cómo funciona esto en las artes? En términos generales, lo contemporáneo en las artes se asocia con la primera definición propuesta antes, es decir, con lo “bien hecho”, con las técnicas, los materiales y las formas. Así, muchas veces se considera contemporáneo aquello “bien hecho” en técnicas como la instalación, el performance, el objeto, el video (hay qué anotar que muchas veces lo “bien hecho” contemporáneo puede ser lo “mal hecho” tradicional). Y puede tener algo de razón, ya que las técnicas actuales plantean problemas imaginativos igualmente actuales, respondiendo a una sensibilidad o un sentir de esta época. Sin embargo, tampoco me parece suficiente, ya que la instalación, el performance, el objeto y hasta el video, tienen una larguísima historia y presencia en las artes, mucho antes de estas épocas. Por citar un rápido ejemplo, los altares y retablos de las iglesias barrocas (y sólo para hablar del Barroco) ¿acaso no eran instalaciones? Los Autos de fe ¿acaso no pueden considerarse performances o happening?s (si mal no estoy de allí derivan muchos de los artistas del performance de la historia reciente) ¿Acaso las procesiones no pueden ser entendidas “motion picture” o imágenes en movimiento, como el cine o el video? Y, ¿acaso los objetos-arte no pueden ser reliquias, como las de los santos? Con todo irrespeto, quien piense que la utilización de un medio artístico y tecnológico actual lo hace “artista contemporáneo” o está cañando (entre engañando y burlándose) o no tiene consciencia histórica ni crítica.

Nuevamente, con irrespeto, lo contemporáneo es poco menos que un sofisma, al menos planteado desde las técnicas, los materiales y las formas. Incluso me atrevería a decir que un planteamiento desde ese punto de vista es retrógrado y absurdo. Devuelve la discusión al menos cuatro siglos, a los orígenes del término “bellas artes”[2]. Y yo quisiera entender y proponer la contemporaneidad desde otra dimensión y desde otro espacio. Ese espacio es el del pensamiento, que se relaciona pero no se determina por un hacer. Y, entonces, ¿cómo, cuándo y dónde lo contemporáneo?

Nuestra mirada y concepción del mundo ha cambiado radical y sustancialmente en el último siglo y medio, a partir de los aportes de grandes pensadores, de los cuáles destacaré cuatro, como ejemplares: Karl Marx, Charles Darwin, Sigmund Freud y Albert Einstein. Aclaro e insisto en que no son los únicos. Hay muchísimos más, entre hombres y mujeres. Los pongo como ejemplo, ya que fueron fundamentales en el origen de los problemas de la “contemporaneidad”, es decir, de la mirada, el sentir, el pensamiento de esta época. A partir de sus aportes al pensamiento en general cambió, o debería haber cambiado, nuestra concepción de humanidad, de sociedad, de cultura, de pensamiento, de realidad y verdad. Y en síntesis, sin ganas de hacer gala y alarde de mi ignorancia, su gran aporte es pasar de la certeza divina a la incertidumbre humana. Esta, la contemporaneidad del pensamiento, de lo incierto humano, convertida en propuestas poéticas, es la que me interesa y la que les propongo, para comenzar a hablar de “arte contemporáneo”.

Desde esta concepción, lo contemporáneo en las artes está ligado al pensamiento y el sentir. Así, un artista contemporáneo debería tener o estar vinculado a planteamientos teóricos y miradas críticas sobre la realidad actual, y a partir de estos realizar sus propuestas artísticas, siendo técnicas, materiales y formas, medios y fines que propongan o susciten la mirada del espectador, que a su vez aporta a la construcción de la obra desde la discusión. Y desde la discusión, que también es el discurso sobre las obras, es que estas se completan y actualizan. Lo que sucede cuando se ve y se discute hoy, a través del pensamiento y el sentir de esta época, una obra de este tiempo o del pasado, es que las primeras se terminan de construir y las segundas se actualizan o “contemporanizan” (mejor ejemplo, la Gioconda, que cada uno de sus “nuevos” discursos, de sus nuevas lecturas, modifican el sentir y el significado de la obra, dando más de qué hablar y así sucesivamente). De esta manera, todo el arte que se discute hoy, es contemporáneo, más allá de que hoy se haya hecho, con “técnicas actuales”. Y, más allá de las técnicas, materiales y formas de la tradición, el arte es arte por su carácter poético, por esa capacidad de suscitar esa otra mirada, esa otra significación, esa otra lectura, esa constante y continua discusión.


Tomado de http://www.argenteam.net/resources/images/7564b4e1c45aa8405b3731ea0c0cdc5c.jpg




[1] Mi encuentro con “lo poético” de las artes se dio en primer lugar desde El arco y la lira de Octavio Paz y luego en La poética de Aristóteles. Recomendaría ver también Metáfora viva de Paul Ricoeur.
[2] Charles Batteux. Les Beaux-Arts réduits à un même principe. 1746.